África en un turbante


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Desde hace algunos días, nuestras redes sociales se llenan de turbantes, iniciativa propiciada por las Artes Escénicas cubanas. Mujeres de todas las edades y color de piel,  hacen galas de creatividad al enviar fotos y mensajes en Facebook –utilizando además para Twitter los hashtags  #challengeAfricano #díadeÁfrica #UA #amomiherenciaAfricana– decididas a celebrar con esa iniciativa el aniversario 57 de la fundación de la Organización para la Unidad Africana (OUA) una congregación regional para promover la unidad y solidaridad, servir como vocero colectivo del continente para la erradicación del colonialismo y propiciar la cooperación internacional; la OUA fue sustituida en 2002 por la Unión Africana (UA), que agrupa actualmente a más de 50 estados, pero la fecha de su creación, 25 de mayo, quedó marcada como Día de África.


Erick Olivera Rubio. Yemayá

Pero, ¿por qué un turbante?

Más allá de la moda o la belleza exótica, el turbante tiene vida propia, una historia que lo dignifica: desde tiempo inmemorial acompaña a la mujer africana y sus descendientes en todas las actividades de la vida.

Este accesorio, en dependencia de la región o etnia, tiene diferentes nombres: es gelé o guelé para los yoruba en Nigeria, doek para las mujeres rurales de Sudáfrica y Namibia, duku o dhuku en Malawi, Zimbabue y Ghana, foulard para los francófonos… pero en su esencia, sigue siendo un paño atado a la cabeza, que recoge o no el cabello, con uso religioso, decorativo o funcional, y cuya tela varía en calidad si se utiliza día a día o en ocasiones especiales.

Mientras más elaborados sean sus nudos y vueltas, más largo ha de ser el turbante, y este particular constituye, además de una verdadera obra de arte, un ritual en el que cada atadura tiene un significado ancestral que se transmite de generación en generación. Así, hay lugares en los que la altura del turbante crece en la medida en que la mujer va ganando prestigio dentro de su comunidad.


Agostino Brunias. Una niña de las flores de las indias occidentales
y otras dos mujeres libres de color.

La diáspora africana en el proceso de esclavización tanto en Europa como en América, trajo consigo otros significados para el uso del turbante, pues se convirtió en un símbolo de resistencia cultural que no siempre fue propiciado por las propias mujeres africanas y sus descendientes, quienes supieron dar un vuelco a su favor frente a obligaciones racistas.

Tal es el caso de la Ley Tignon.

Sucedió en Louisiana, Estados Unidos, año 1786. Ante la belleza, el vestuario y los buenos modales de las mujeres descendientes de africanas, las “blancas” se sintieron amenazadas y menospreciadas por sus hombres que corrían, con o sin reparo, detrás de las esclavas o libertas. Por tal motivo, el entonces Gobernador, Esteban Rodríguez Miró, se vio conminado a dictar una ley que obligara una “adecuada” vestimenta, incluido cortar y cubrir el cabello –uno de los atributos físicos más destacables–, que las negras y mulatas llevaban siempre tan exóticamente arreglado con trenzas, cintas y abalorios de colores que resultaba absolutamente llamativo. La tal Ley, que pretendía remarcar la condición social a favor de las blancas y erradicar la amenaza, se convirtió en un rotundo revés: las mujeres de origen africano, ya fueran esclavas o libres, hicieron de sus tignons –bufandas y pañuelos– una declaración de rebeldía y protesta, y a su vez un atributo de belleza y un ejemplo de creatividad e imaginación, sin que pudiera decirse que estaban infringiendo la ordenanza oficial.


Víctor Patricio de Landaluze. Conversación en la calle

En otras zonas de América, se dice que las esclavas se vieron obligadas a usar la cabeza cubierta porque en el complicado trenzado del cabello “escribían” mapas casi siempre relacionados con su antiguo origen o con la ubicación de palenques, y que aprovecharon entonces los turbantes para llevar mensajes ocultos en su entretejido.

Y es que como suele suceder con las costumbres y tradiciones de los pueblos, también el uso del turbante en América está plagado de mitos y de leyendas, de agüeros y de ensalmos, que van desde asegurar que protegen a la mujer de la entrada de demonios y malos pensamientos, hasta que con su color definen el oricha al que rinden tributo.

Cierto es que, tal como quedó demostrado desde los años 60 del pasado siglo con el movimiento Black Pride, el uso del turbante africano ha quedado como símbolo de reivindicación, como una actitud ante la vida que defiende la herencia cultural.


Celeste Mendoza. La Reina del Guaguancó

Por eso hoy en día este legado de África se lleva en todos los confines de Tierra, no como un simple adorno, sino como un accesorio bello, respetado y útil.


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