El nombre de Frank Fernández está íntimamente ligado a gran parte de los acontecimientos y la historia de la música cubana de los últimos cincuenta años, bien sea como ejecutante del piano, bien como profesor, productor discográfico o simplemente como espectador.
El causante de este diálogo es Adalberto Álvarez, quien hace unos meses condicionó su entrevista a que yo lograra arrancarle confesiones a Frank y, para completar el desafío, sirvió de puente de comunicación. Diez días después estaba sentado frente a Frank Fernández en su estudio y apostando, este vez contra mí mismo, porque las dos horas previstas no pasara. Al final, estuvimos conversando unas cuatro ante el celo de Piedad, su secretaria, la impaciencia de Alina, su esposa, por cumplir algunos compromisos, y la comprensión de Julio Pulido hijo, que amablemente registró cada una de las palabras que aquí me permito transcribir. Estos son algunos de los demonios y ángeles de Frank Fernández, tras un humano ejercicio de exorcismo.
Hablemos de sus inicios, aunque ya se ha dicho muchas veces que a los cuatro años se sentó ante el piano y comenzó a tocarlo…
En mi casa de Mayarí, en la antigua provincia de Oriente, había una academia de música, la única en toda la zona y que era dirigida por mi madre Altagracia Tamayo. A los cuatro años empecé a tocar el piano de oído en sus salones, para sorpresa de mi familia que no pensaba ponerme a estudiar tan temprano. A los cinco empecé a recibir las clases formales, las teóricas. Mi primera maestra fue mi madre, que me puso las manos en el piano.
Hace poco, en una entrevista con Roberto Chile, hablábamos de hasta qué punto fue ella, o hasta que punto fue la intuición, esa conexión desconocida, genética y espiritual que hace posible que un niño de cuatro años toque al piano obras de compositores que eran motivo de estudio de los alumnos de mi madre. Ahí no se puede decir que haya una enseñanza desde el punto de vista tradicional, lo que es una enseñanza académica. Nadie me lo enseñó, fue una cosa espontánea.
Mi madre fallece cuando tengo seis años cumplidos y continúo el aprendizaje con mis tías que también eran músicos, pianistas, con una asistente de ella y con un primo segundo que se quedó con parte de la academia. Academia que se multiplicó en la persona de algunos de sus alumnos como Esteban Fores, Hurbelina Herrera, su asistente, Nenita Rubio y mi tía querida Dihnora Tamayo.
Hasta los doce o trece años seguí mis estudios en ese conservatorio, que era parte del Conservatorio Orbón, de gran prestigio. Eso me permitió conocer a Julián Orbón, a Segrera; a toda esta dinastía.
Pero ese primer ambiente de mi aprendizaje musical no sería completo si no le agregáramos un componente muy esencial: la vinculación a la casa de Martín Meléndez, el director de la Banda Municipal de Mayarí, un hombre de una vasta cultura musical académica y empírica. Un lugar que visitaban Sindo Garay, Miguel Matamoros, María Teresa Vera, Rosendo Ruíz padre. Yo tuve la dicha y el privilegio de visitarla como si fuera mi segunda familia.
Mi infancia, que fue una infancia feliz, te la puedo resumir en pocas palabras: tuve la suerte de beber a los clásicos de la música universal en la academia de mi madre y a los de la música y la trova cubana, no menos importantes, en casa de los Meléndez.
Hasta ahora, a hablado de su madre, de la academia y de los clásicos pero, ¿y su padre, qué papel juega en su vida, en su formación musical y humana?
Hay un detalle interesante de mi infancia y es que yo no fui consciente de la muerte de mi madre, ni conocí esa terrible soledad que marcó mi vida y la sigue marcando hoy. Me tocó ir a vivir con la familia de mi padre, y mi hermana quedó con la familia de mi madre, mi abuela y mis tías.
Mi padre, que es tu pregunta… Papá no quería que yo fuera músico profesional, a pesar de que él era músico aficionado, tocaba la flauta bastante bien. Era contador público y quería que yo también lo fuera y era entendible su posición. En esa época era imposible vivir de la música clásica que es una cosa de mucho sacrificio. Todo el mundo tenía dos oficios, o eran sastres y flautistas, o comerciantes y saxofonistas… mis tíos tocaban en la Banda Municipal y tenían otros empleos. Era la situación socioeconómica de la época. Para protegerme, insistía en que tuviera otra profesión, para él era muy bueno y hasta importante el saber y amar la música. Nunca se opuso a mis estudios musicales, pero en el año 1958 me mandó al colegio Los Amigos, en Banes, para que me preparara en el bachillerato comercial.
Luego, cuando quise venir a La Habana, me matriculó en la Escuela de Comercio de Marianao, pero ya para ese entonces no aguanté más… Me angustiaba verlo tres días prácticamente sin dormir, luchando para que le cuadrara un balance. Cierta vez hasta le ofrecí prestarle el medio o el kilo que le faltaba para que estuviera tranquilo. Ese día me dio una de las grandes lecciones para la vida al hacerme conciencia de la responsabilidad total detrás de cada acto. Todavía cuento con los dedos.
El hecho de que siempre se mencione a mi madre al hecho de que haya marcado mi vida profesional al pedirme que nunca abandonara el piano, para nada implica un distanciamiento de mi padre. Es más, cuando casi toda mi familia emigró, mi padre se quedó en Cuba por mí. Y murió en Cuba, en Mayarí, pues no quiso venir a La Habana.
Ahora que menciona el tema de la emigración, me gustaría saber su punto de vista sobre el fenómeno en la música cubana de los últimos cincuenta años. Hablo de todas las variantes que ha tenido la emigración musical cubana, desde la que fue politizada, a la económica y la causada por otros motivos. ¿Cómo ha influido en el desarrollo y proyección de nuestra música y en qué la pudo haber dañado?
Ese es un problema al que se le ha dado en Cuba mucha más importancia de la que tiene, porque se ha hecho una vinculación política extraordinariamente grande de parte de los que se fueron y de parte de los que se quedaron.
Creo que se ha politizado en exceso. Es un tema que tiene muchas aristas, que es muy extenso e inagotable pues cada persona tiene su punto de vista. Daño, concretamente, a la música cubana no creo que se le haya hecho mucho. Si bien es cierto que hubo grandes figuras que se fueron, también grandes figuras se quedaron.
Hubiera sido preferible que no se hubiera ido ningún gran artista. Yo hubiera preferido que Ernesto Lecuona hubiera continuado viviendo aquí, pero nos quedó Esther Borja; tampoco hubiera querido que se fuera Celia Cruz, una cantante insustituible, pero nos quedó Miguelito Cuní; o que no se fuesen algunos grandes pianistas, pero nos quedó Rubén González, Lilí Martínez, Peruchín.
Cuando mencionas estos nombres, sin quitarle ningún merito a los grandes que se fueron, descubres que se ha exagerado, como si se hubiera ido la totalidad de los grandes artistas cubanos. Muchos se fueron no por contradicciones políticas, sino por necesidades económicas o aspiraciones de desarrollo artístico. Y aunque está muy ligada la emigración al desarrollo económico, los grandes artistas también buscan reconocimiento y hay que comprender esa actitud aunque cueste trabajo; aun cuando sintamos añoranza por tener aquí a todos esos grandes músicos.
El factor más doloroso ha sido la manipulación política fundamentalmente de los que se fueron o a la exageración a veces de los que se quedaron. Eso trajo divisiones, pero no siempre de tipo humanas. Cuando miras los encuentros que se producen fuera de Cuba, los que se producen dentro y los que se deben producir cada vez más, te das cuenta de que los grandes siempre se reencuentran. Solamente dos o tres están al servicio de idearios, ni siquiera estéticos o políticos, sino de vanidad y ambición económica que se ponen recalcitrantes. La mayoría de los grandes artistas se quieren y respetan en cualquier latitud que se encuentren, por encima de las diferencias políticas o de otro tipo.
Hay que reconocer que ha sido una preocupación del Estado cubano irle facilitando condiciones a los artistas, entre ellos los músicos, para que vayan a trabajar donde quieran. En eso se ha sido sumamente flexible. Quizás en otras esferas, por falta de cantidades suficientes o por decisiones estratégicas, se han limitado esas posibilidades. Hay también algunos puntos de vista, que no es mi interés discutir y que son decisiones de todos los gobiernos, se pudiera decir que se ha sido menos facilitador o flexible en otros campos, pero en el arte el que se va y dice que no tiene libertad de creación en Cuba es un mentiroso y un farsante.
Su carrera profesional comienza en 1959, según sus palabras, como pianista de música popular. Me gustaría que habláramos un poco de sus recuerdos de estos comienzos, de los elementos míticos que han rodeado aquellos años de los que fue testigo y actor. Fueron los años en que se puede decir que hizo música de “sopa”.
Déjame hacerte una aclaración, la música de “sopa” es la que se toca durante las comidas, no es la que se toca en un bar tomando tragos sin comer, lugar a donde se va a enamorar o a conversar con un amigo. No le tengo ningún miedo a reconocer que estuve en el ambiente donde se hace y ejecuta la llamada “música de sopa”, trabajando durante un año y, sobre todo, no me avergüenza el haberlo hecho, para mí fue una escuela.
Tuve que ganarme la vida así porque mi padre, que fue la única acción severa que tomó conmigo, al no querer estudiar comercio me retiró el estipendio que me daba regularmente. Como yo quería quedarme en La Habana y ser músico me dije: Frank tienes que buscarte la vida. No pude hacerlo como concertista por dos razones: primero, no me habían dejado entrar en el Conservatorio Municipal de La Habana, hoy Amadeo Roldán; suspendí un examen y creo que fue justa la decisión porque no tenía aún una gran preparación; y segundo, como concertista, quién me iba a dar trabajo si todavía no había perfeccionado mi arte pianístico, siquiera había tenido la maravilla de Margot Rojas Mendoza como profesora.
Fui un privilegiado cuando me aceptaron para tocar en algunos centros como el Lobby Bar del Hotel Sth. John. Hablo del año 59, tocaba las tandas intermedias y las otras José Antonio Méndez con su guitarra y su maravillosa voz ronca, estaba también Ella O´Farrill. Allí conocí a Elena Burke, con la que después trabajé en el Club Karachi durante varios meses. Iba Pacho Alonso, a quien llegué a acompañar en alguna descarga. Pero mi trabajo era a piano solo. Lo mismo tocaba un tema de película que una danza de Cervantes, La Malagueña de Lecuona que la Fantasía impronta de Chopin…
No hace mucho en Berlín, hablando con Chucho Valdés y recordando a su padre –trabajé con Bebo Valdés en el bar Las Cañitas del Hotel Habana Libre– le dije que me gustaba, más que tocar, escuchar las cosas que hacía. Y cuál es mi sorpresa al decirme Chucho que él lo mandaba a ir a Las Cañitas, donde había un guajirito de Mayarí que toca bastante bien a Chopin. Evidentemente Bebo quería estimular a Chucho a pensar en la música clásica, pues las dos, la popular y la llamada culta, se complementan.
Luego, cuando paso al Karachi meses después, compartía, aunque pueda parecer mentira con Pichardo. Tocábamos a dos pianos. Estaba también Bola de Nieve. Sobre las dos de la mañana acompañaba a Elena Burke. Cantaba igualmente René Cabell –todo eso en el mismo lugar– y Peruchín, el gran Peruchín, tocando el piano con su tabaco de medio lado. Recuerdo la vez que dijo: …oye chico, ayúdame ahí con esa técnica, que tengo artrosis y artritis… Le contesté: maestro el que tiene que ayudarme es usted, que con esos dedos así toca como los ángeles y puede hacerlo tan rápido… Ahí fue cuando me pidió que fuera el maestro de su nieto que consideraba tenía talento.
La Habana era muy bohemia, no cabe dudas. Había montones de lugares donde estar y escuchar buena música cubana. Qué decirte de los invitados que llegaban de improviso al Karachi… Conocí a Marta Pérez, a la que acompañé después en el programa dominical del maestro Gonzalo Roig en televisión, también a Alba Marina. Conocí a Adolfo Guzmán, al maestro Rafael Somavilla, además del maestro Ernesto Lecuona… Todo eso estaba ahí, al alcance de La Habana de noche, de los habaneros y los trasnochadores.
Después de todo lo que te he contado, la pregunta sería: ¿cómo dice Frank Fernández que no fue tan lacerante la partida de algunas de las grandes figuras de la música cubana en los años 60? Ocurre que ahora hay muchos talentos importantes, tan importantes como aquellos que ya no están. Lo que ahora no hay la posibilidad, o no se ha propiciado, o no se ha logrado, no sé la razón, de que esos grandes artistas y talentos estén en los clubes de la ciudad. Las grandes figuras están ausentes de nuestra vida nocturna.
Continuará…
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