Al piano el maestro Rubalcaba


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El mes de mayo de este año ya ha quedado en el pasado. No fue tan lluvioso como uno siempre espera. Tanto que la primera lluvia llegó sobre el día siete, que si mi memoria no falla, debió ser jueves. Lo recuerdo bien pues ese día estaba anunciada la charanga de Rubalcaba en la Sociedad Balear en el cruce de las calles G y 23, en la barriada del Vedado. Era día de los amigos del Danzón y los organizadores habían decidido dedicar esa jornada al día de las madres, y como se trataba de una fecha de lujo se permitieron hacer un programa de lujo; dos charangas clásicas: La Siglo XX y la de Rubalcaba.

El público que conforma “Los amigos del Danzón” se ha ido renovando en los últimos tiempos. Cierto es que la mayoría son personas adultas, muy  adultas muchas veces; pero en la Casa Balear, o simplemente La Balear, se reúnen en su cafetería muchos parroquianos que nacieron en fechas distintas, por lo que el variopinto público de ese lugar bien lo conforman profesionales, estudiantes y aquellos que van a esas peñas que ilustran sus tardes.

Así ocurre que cuando hay “la peña del Danzón” uno encuentra lo mismo a un cirujano del hospital Oncológico que a estudiantes de la Universidad, que a diletantes mezclado con esas personas que militan por su amor al baile conque enamoraron nuestros mayores.

El programa de este día era de lujo, como antes dije. El cierre era con Rubalcaba y el cartel de promoción solo mencionaba su apellido y no el antecedente necesario: su charanga.

Abrió su programa con el clásico de la familia: El cadete Constitucional, uno de los danzones más hermosos que se haya escrito y que es comparable con los de Orestes Urfé en cuanto su papel renovador, pues su solo de flauta es de lo mejor que se puede escuchar, y terminó su concierto de más de una hora con una gran descarga.

“El viejo Rubalcaba”; dijo un visitante que a todas luces no era de estas tierras, pero parecía conocerle a él y a su música; “… genial, simplemente genial…”. Y no era para menos. Dejó el piano en un momento y tomó el violín para hacer el solo en Angoa, de su amigo Félix Reina, interpretación que arrancó aplausos y gritos entre los presentes,  sobre todo entre los jóvenes que poco a poco le habían venido descubriendo y que ignoraban que el “hijo pródigo” tenía un padre genial.

Pero no todo fue danzones aquella tarde. Habían invitado a un grupo de estudiantes para que debutaran por vez primera, y las energías de su música para nada tenía que ver con aquel ambiente en que trajes, vestidos, sombreros de jipi o fieltro y abanicos señoreaban entre una gran parte de los presentes.

Rubalcaba se atrevió con ellos cuando tocaron El guayo de Catalina –dije se atrevió cuando debí decir compartió— a hacer un solo de piano que puso en pie a los presentes. Fue una ejecución limpia, llena de matices y giros tonales que emocionó a los imberbes ejecutantes. Pero había más, uno de los alumnos le era cercano –así lo pienso yo-, tan cercano que se atrevieron a jazzear, y volvió Rubalcaba, uno esperaba que fuera al piano, pero de su bolsillo sacó una boquilla y aquel que le era cercano le extendió su saxo tenor y el maestro volvió a la carga. Hubo sorpresa entre los presentes y el visitante a mis espaldas dijo a sus acompañantes: “… y todavía le falta tocar el bajo…”. Y así fue, volvió su orquesta y en Isora club hizo un solo de bajo para despedirse del público. Fue la última vez que coincidimos y hablamos muy poco, realmente muy poco y el centro de nuestra charla fue un disco que recién había terminado y en el que había volcado todas sus energías y creatividad.

Ayer la noticia nos conmovió a todos. El viejo Guillermo Rubalcaba fallecía,  el mismo día que toda Cuba celebra a la Caridad del Cobre, la primera celebración, pues la segunda es el día doce; pero no importa era el día de la Caridad y los devotos lo saben.

Para fines del mes de junio volvimos a encontrarnos. Fue en los jardines de la UNEAC. Volvimos a conversar sobre música y músicos; un tema en el que pocos le igualaban; estaba al corriente del talento que se forma en las escuelas de música.

Para ese momento comenzaba yo a organizar ideas e información para escribir una serie de trabajos sobre pianistas cubanos de los últimos cincuenta años, sin olvidar a los precedentes, pero haciendo hincapié en los de mi generación y en los contemporáneos. Acordamos hacer una entrevista una vez que pasara el verano.

Hablamos de su hijo, amigo desde la adolescencia, de cuánto lo admiraba y de cómo no se lo había dicho con todas las palabras; de su sueño de hacer junto un disco de danzones del patrimonio familiar, o simplemente sentarse los dos al piano y hacer de las suyas.

La noticia la supe tarde. El maestro Guillermo Rubalcaba ya no está entre nosotros. Él era tal vez el último exponente de la gran escuela del piano popular de la que también formaban parte Frank Emilio Flyn, Pepecito Reyes y algún que otro nombre que mi memoria olvida.

Tal vez alguna de estas tardes vuelva a  caminar la calle Vapor; allí vivó durante años, allí crecieron sus hijos. Me sentaré en lo que queda del Bar San Juan para imaginarle a él y a otros nombres ilustres de la cultura cubana, conversando o simplemente esperando para hacer un programa en Radio Progreso.

Pronto será jueves, volverá a haber danzones en la casa Balear, habrá jóvenes y estarán como siempre la misma tropa que la vida ha ido diezmando, los que gastan trajes, sombreros de jipi o fieltro; y las señoras de orlados abanicos. Habrá una orquesta, y no estará el maestro Rubalcaba. Quedará el sitial del piano vacío, pero no por mucho tiempo.

Hay otros Rubalcaba en camino, que habrán de sorprendernos… no es así Gonzalo.


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