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Alejo Carpentier o la universalidad de una vida


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La universalidad de un hombre no se mide solo por la impronta de su obra. Se hace imprescindible tener en cuenta las virtudes personales que forman parte de ella y que se expresan en su quehacer.

Hay rasgos atemporales que no necesitan esperar por aniversarios u otras celebraciones semejantes, sino que vale la pena exaltar en cualquier momento en que se desee transmitir al otro, ejemplos de virtudes e integralidad morales que son en verdad inspiradoras, en tanto alientan a rasgos de fidelidad y entrega a la causa que se abraza, aún en momentos difíciles.

Un aspecto de la universalidad humana de nuestro reconocido intelectual, y del cual apenas se habla, fue su decisión ante la obtención del Premio Miguel de Cervantes Saavedra, de alto valor ético y revolucionario.

Como es conocido, el 4 de abril de 1978, Alejo Carpentier recibió, de manos del rey Juan Carlos de España, el premio literario Miguel de Cervantes Saavedra, máximo galardón que se concede en España a un escritor de lengua castellana, en acto solemne efectuado en el paraninfo de la Universidad Complutense, en Alcalá de Henares.

Fue la primera ocasión en que un intelectual latinoamericano obtenía tan importante galardón, el que le fue concedido por el jurado designado al efecto, a propuesta de la Real Academia Española de la Lengua, por la totalidad de su obra.

Para el escritor cubano, el premio recibido, como el mismo señalara, significaba una recompensa que lo enorgullecía profundamente, al tiempo que ratificó su condición de escritor que “no cree en la neutralidad de la cultura.”

Y justamente por eso, enrumbó su vida y su obra hacia los dilemas sociales de su Isla, del Caribe y de toda Latinoamérica.

Lector impenitente y revolucionario consagrado, desde una niñez marcada por la observación de la miseria en la campiña cubana donde transcurrieron sus primeros años, se sintió muy motivado por Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena y Juan Marinello, a quienes acudió en los tiempos del Grupo Minorista, cuando aún no tenía 20 años, por considerarlos “maestros valederos”. De esa relación afirmó: “con tales maestros anduve y con ellos aprendí a pensar”.

Andando el tiempo, y con una visión más madura de la realidad cubana, totalmente consecuente con el ideario revolucionario de tantos forjadores, lo mejor de la intelectualidad cubana entre ellos, hablando del minorismo, afirmó  con entera razón: “Se formó ese grupo que se llamó Grupo  Minorista y que, no podíamos sospecharlo entonces, desempeñaría un papel precursor en la revolución futura”, concepto que actualiza en la práctica, el devenir del proceso nacional liberador cubano, a través del cual se hizo realidad la carga para matar bribones… que pidiera Rubén, como parte de la acción de protesta de aquellos jóvenes.

Fue el Castillo del Príncipe, el ámbito donde estuvo prisionero durante 6 meses, en 1927, como consecuencia de la llamada “causa del comunismo”, y donde escribió su primera novela ¡Ecue Yamba-O!

En algunos de sus escritos referidos a aquellos años, habló del sentimiento unitario, latinoamericanista e internacionalista que se fue forjando en la conciencia y la voluntad de aquellos hombres, a medida de su participación en las luchas sociales y clasistas de la época. Lapso sobre el cual, a decir de Carpentier, “veíamos una suerte de internacionalismo revolucionario entre los países de América Latina, protestábamos contra la invasión de nuestra tierras por el capital norteamericano…”, sentimiento que tuvo repercusión cuando se fue a España en los años de la Guerra Civil a expresar su respaldo militante a la lucha del pueblo español, y desde allí, pluma en ristre, denuncia el falangismo, expresa los sufrimientos del pueblo español y enfatiza en la voluntad y las justas razones de lucha de los republicanos españoles, que motivaron a la solidaridad de miles de hombres y mujeres que, desde todo el mundo, acudieron a España para participar en la defensa de la República.

Puede comprenderse entonces que un hombre de su vida y convicciones, decidiera de inmediato cómo dar la mejor utilidad a la parte en metálico del premio. Decisión y acción se materializaron a su regreso de España: los 25 millones de pesetas recibidos por tan importante galardón, los puso, de inmediato, en manos del estado cubano, para que este lo empleara en lo que mejor necesitase la patria. Más allá del altruismo del gesto, fue un vivo reconocimiento de la obra revolucionaria emprendida por el pueblo cubano, y su contribución para hacerla avanzar en las difíciles condiciones en que el país ha vivido durante más de medio siglo.

Fidel, en su agradecimiento a Carpentier por semejante donación, destacó que se trataba de un hombre que era una gloria de las letras cubanas y latinoamericanas, desde muchos años antes de que triunfara la Revolución, lo cual agiganta su mérito, y aseguró:

“Muchas condecoraciones pueden caber en el pecho de un hombre. Pero cuando un hombre siente que no puede existir verdadera grandeza si está separada de la obra colectiva a la que pertenece, como usted lo manifiesta ahora, se hace digno de la más alta y valiosa de todas: la de la admiración, el cariño y el respeto de su pueblo”.

El creador y maestro de lo real maravilloso, el hombre que dio a su patria y a su pueblo un lugar cimero en la literatura universal, murió el 24 de abril de 1980.


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