Alicia Alonso y su sublime eternidad (I parte)*


alicia-alonso-y-su-sublime-eternidad-i-parte
Alicia Alonso y su sublime eternidad (I parte)*

Hoy 21 de diciembre de 2010 el mundo celebra el aniversario 90 del nacimiento de uno de los mitos de la danza del siglo XX y de todos los tiempos, Alicia Alonso. Quienes tenemos la dicha de compartir con ella la tierra cubana, su tierra de nacimiento, estamos más que comprometidos a celebrarla no sólo este martes del último mes del año, sino todos los días, pues el haber venido al mundo en esta mágica Isla, tan pequeña como luminosa, tan pródiga en talentos como en historia, nos hace tributarios de su vida, su obra y su legado imperecedero.

Pero no fue solo su talento como gran bailarina lo que la hizo celebre y, por tanto, celebrada. Su espíritu ciudadano, su civismo y su apoyo a la cultura cubana dentro de su cosmogónica carrera la destacan por entre otros muchos casos de talentos que prefirieron vivir de sus glorias y sus memorias y no echar sus suertes “con los pobres de su tierra”. Ella supo colocar toda su gloria en el grano de maíz que es Cuba, su isla tropical, su riesgo perenne entre huracanes e imperialismos, su palmera que se ondula hasta el suelo pero que no se separa de sus raíces. Más allá de su técnica, su estilo y su sentimiento, creó una escuela que hoy admira el mundo entero.

Porque sin Alicia Alonso… mejor, sin Alicia –que en Cuba no necesita más ningún apellido–, nuestra danza no hubiera sido más allá de la rumba, el danzón o el cha-cha-chá, aunque en ella danzón, rumba y cha-cha-chá están también justificados. Muchos factores hubieran podido coincidir en este pueblo perennemente danzante, pero sin el milagro de su nacimiento Cuba no hubiera sido ballet, cisne, willi… Carmen.

Al aniversario 90 del nacimiento de Alicia Alonso dedicó esta crónica sobre su vida y su obra, desde que tomó su primera clase de danza en 1931, con 11 años aún sin cumplir, hasta 1995, con 75 años apenas a un mes por cumplir, cuando se produjo su última actuación como ballerina, aunque ¡Alicia JAMÁS ha dejado de bailar!

Nacimiento

Como Alicia Ernestina de la Caridad Martínez del Hoyo llegó al mundo una niña en La Habana el 21 de diciembre de 1920. Su familia compuesta por el médico veterinario Antonio Martínez y su esposa Ernestina del Hoyo, tuvo además otros tres hijos, dos varones y una hembra. Vivían en el hoy municipio La Lisa y, si bien no era una familia particularmente pobre, tampoco ostentaban lujos ni riquezas.

Aunque por la ascendencia española del padre viajaron en una ocasión a España, los Martínez del Hoyo respondían a los patrones comunes de la clase media cubana: formación cristiana, padre profesional, madre ama de casa e hijos de ambos sexos que ocasionalmente estudiaban en escuelas privadas, por lo cual la educación era esmerada y el cariño, el respeto y la disciplina regían dentro de la vida hogareña.

Alicia era en extremo delgada, algo que preocupa aún hoy día a muchas madres criollas que consideran sinónimos salud y libras. Además, su salud tampoco respondía a los parámetros habituales, por lo que le recomienda a su madre que la lleve a realizar ejercicios físicos.

Entonces apareció el milagro: la Sociedad Pro-Arte Musical de La Habana abría una Academia de Baile en los salones del teatro Auditórium y hacia allá se encaminó doña Ernestina con sus dos hijas, Alicia y Blanca (conocida por Cuca) para matricularlas.

Los inicios

El amplio espacio del escenario del Auditórium se llenaba de niñas para su primera clase de baile. Un enorme maestro de acento extranjero las esperaba adusto con los habituales “Buenos días”, y cuando el reloj dio la hora del inicio, el ucraniano Nicolás Yavorsky comenzó los ejercicios. Intempestivamente, Alicia Martínez entró rezagada al único puesto libre en el salón y Yavorsky le propinó una cariñosa nalgada y le dijo: “¡Llegó tarde!” Así se inició Alicia en el mundo del ballet.

Si bien Yavorsky no era un experimentado maestro de ballet, pues su formación era militar, su buen gusto y su disciplina hicieron huella en sus alumnas. Esto, junto a la educación familiar y el ambiente de cultura que se respiraba en Pro-Arte Musical, hicieron que la niña despertara sus dotes innatas para el baile, que ya había probado de modo fortuito cuando, en un viaje a España con su familia, aprendió algunas danzas regionales. Pero el ballet era otra cosa: mayor rigor, mayores esfuerzos físicos, subir las piernas hasta que la fatiga muscular decía “basta”… y entonces subirlas un poco más; era también gracia del movimiento, música de aquel piano mágico que dejaba escapar a Chopin, a Schumann, a Lizst, entre valses, mazurcas, adagios y tarantellas. Era la ensoñación que Yavorsky y Pro-Arte le habían despertado para no apagarse jamás.

Pocos meses después, el 29 de diciembre de 1931, Yavorsky presentaba a sus alumnas en aquel mismo escenario en su primera función. Entre los números presentados estaba el Grand vals de La bella durmiente, con la orquesta dirigida por el maestro Amadeo Roldán. Inicialmente ella no estaba incluida entre las intérpretes pero se sabía tan bien la coreografía que enseñaba los pasos a las que lo bailarían. Entonces Yavorsky la incluyó en el elenco. Este fue el debut de Alicia en la escena del ballet.

Luego de esta participación, continuó su ascenso en las funciones que realizaba Yavorsky: para 1932, en la versión íntegra de La bella durmiente, Alicia interpretó varios papeles diferentes, entre ellos su primer solo, el del pájaro azul, en el tercer acto; le siguieron apariciones en otras obras como El circo y Ejercicios en 1933; Polka coquetee y Príncipe Igor en 1934; y, para 1935 Yavorsky, que ya contaba con un alumno varón, Alberto Alonso, se decidió a presentar el ballet Coppelia, donde Alicia haría su primera Swanilda, cuando aún no había cumplido 15 años.

Ese propio año ingresa en la Academia Fernando Alonso, hermano mayor de Alberto y el impacto de los grandes ojos negros de Alicia –o Unga, como muchos le llamaban– fue tan fuerte como el que causaron en ella los azules ojos de Fernando, su físico atlético y la experiencia de sus 20 años. El amor se mezcló con el ballet en 1936 en Claro de Luna, obra compuesta sobre la pieza homónima de Beethoven ¡ella como el Sol y él como la Luna!

Nace la Alonso

Un hecho importante ocurre para 1937: Yavorsky decide presentar su versión de El lago de los cisnes. Ya Alicia había visto en La Habana desde Antonia Mercé La Argentina hasta los Ballets Rusos de Monte Carlo, con Toumanova, Danílova, Riabushinska y Barónova como rutilantes estrellas. Aprovechando la presencia de esta compañía en La Habana, contratan a uno de sus bailarines quien, bajo el nombre de Emil Laurens, acompañó a Alicia Martínez en el estreno y también Irina Barónova le dio consejos a la joven que aún no había cumplido los 17 años.

El estreno se produjo el 10 de mayo y en la platea estaba Fernando, ya con la intención de llevarla con él a Estados Unidos y hacer una nueva vida. Entonces Alicia Ernestina de la Caridad Martínez del Hoyo dejaría La Habana para comenzar esa nueva vida, junto a Fernando Alonso.

Llegados a los Estados Unidos, Alicia Martínez y Fernando Alonso contraen matrimonio en el Consulado cubano en Nueva York. Él tuvo que asumir todas las responsabilidades de la nueva familia, mientras ella esperaba su primera y única hija, Laura, que nacería en esa ciudad el 14 de marzo de 1938. Aunque estaban casados por las leyes cubanas, todos en Estados Unidos comenzarían a llamar a Alicia Ms. Alonso.

Se establecieron contactos con la compañía de ballet de Mijaíl Mordkin y con la School of American Ballet que dirigían George Balanchine y Lincoln Kirstein, y una vez repuesta de su maternidad, Alicia comienza su preparación en Estados Unidos con cuanto maestro pudiera ampliarle el diapasón escaso que le había tributado Yavorsky: los principales, el italiano Enricco Zanfretta, la rusa Alexandra Fedórova, y para la temporada 1938-39 se le presenta su primera oportunidad profesional en Broadway ¡en comedias musicales! Tres valses, Great Lady y Stars in Your Eyes serían los espectáculos del famoso circuito teatral que acogerían a la ya conocida como Alicia Alonso.

En su decursar por Broadway y los estudios de los maestros de ballet en Nueva York, Alicia conoce a otros jóvenes bailarines como Nora Kaye, María Karnílova, Jerome Robbins, Donald Sadlers, con quienes les uniría una amistad eterna. Este grupo aplicaría para diferentes agrupaciones, como el Ballet Caravan en 1939 y con el cual Alicia interpretó obras de Lew Christensen, William Dollar y Eugene Loring, cuyo Billy the Kid fue uno de sus primeros éxitos como intérprete. Eran los comienzos del ballet norteamericano y ya el nombre de la cubana sonaba entre empresarios y coreógrafos de ese país.

El Ballet Theater of New York

Para los primeros meses de 1940, Alicia Alonso junto con su esposo estaban insertos en el ambiente formador del ballet norteamericano. Sin embargo, regresan a La Habana para estrenar el primer ballet clásico con música de un compositor cubano, Dioné del maestro Eduardo Sánchez de Fuentes y coreografía del búlgaro George Milenoff con la Escuela de Baile de Pro-Arte Musical. El estreno se produjo el 4 de marzo y Alicia –con el nombre artístico de Unga Alonso– bailó el rol titular.

De regreso a los Estados Unidos se incorpora al recién creado Ballet Theatre of New York, compañía en la cual brilló –con breves interrupciones– hasta 1960, aunque después de esta fecha realizaría actuaciones especiales como artista invitada.

No cabe dudas de que esa compañía –hoy American Ballet Theatre– representó su universidad en el ballet: allí trabajó con coreógrafos como Mijail Fokin, Leonide Massine, Bronislava Nijinska, George Balanchine, Anthony Tudor, y los nacientes coreógrafos norteamericanos John Taras, Michael Kidd, Jerome Robbins o Agnes de Mille. Ese año vería a Alcia Markova y Antón Dolin en Giselle, ballet que la marcaría para siempre. No podía pensar entonces que poco más tarde ella misma se convertiría en leyenda bailando esa obra.

Para entrar en la compañía Alicia no fue sometida a las acostumbradas audiciones e inmediatamente su repertorio pasó del cuerpo de baile a roles solistas e incluso de primera figura en Las sílfides, Jardín de lilas, Pedro y el lobo, Goyescas, Pas de Quatre, Gala Performance, Capricho español, Baile de graduados, Barba azul, Aleko, Petroushka, On Stage, Undertow, y diferentes personajes en Giselle, El lago de los cisnes, Coppelia, La fille mal gardée, Las bodas de Aurora y los pas de deux de Don Quijote y Cascanueces, entre otros.

Muchas leyendas recorren su vida en el Ballet Theatre, aunque ella es, en sí misma, una leyenda viviente. Tanto en el arte como en la vida, Alicia mezcla en proporciones inimaginables la fantasía con la realidad: con solo 21 años revivió a Mlle. Grisi en el Pas de Quatre de Lester y Dolin; con 26 el Pabellón de Armida de Anatole Oboukoff; con 27 Tema y variaciones de George Balanchine y con 28 el rol de Lizzie Borden en Fall River Legend de Agnes de Mille, todos en sus estrenos mundiales.

Este último ballet también recrea su magia, pues Alicia no iba a interpretar ese rol tan norteamericano y complejo dramáticamente, sino su compañera Nora Kaye. Solo unos días antes del estreno, la Kaye enfermó y, en plena temporada, Alicia se aprendió la obra y la estrenó mundialmente el 22 de abril de 1948, actuación que hizo al crítico Cecil Smith escribir: “Alicia Alonso como Lizzie Borden ofreció una de las interpretaciones más finas de su notable carrera”.

Otra leyenda es la del estreno de Tema y variaciones de George Balanchine en 1947. La prueba de fuerza entre el coreógrafo y la bailarina cubana fue casi una lucha a muerte: Balanchine quería probar a Alicia retándola con pasos muy complicados en tiempos musicales endemoniados. Pero ella venció definitivamente, al punto que en 1977 Balanchine le envió una nota donde le decía: “Nunca nadie ha bailado Tema y variaciones como tú”.

Pero no hay dudas que una de sus principales leyendas está ligada a su debut en Giselle en 1943. “Fue algo más que el destino lo que colocó a Alicia Alonso en este personaje, que constituyó no sólo el punto culminante de su carrera, sino también una joya del ballet del siglo XX” refirió la crítica norteamericana Ann Barzel.

Giselle

Desde sus primeros días en el Ballet Theatre los más humildes personajes de campesina o willi de esta obra atraparon a la cubana, que pronto asumió los roles de amigas y dos willis. Pero en la temporada de 1943 la famosa ballerina inglesa Alicia Márkova, la gran estrella de la compañía, era la única que interpretaba este ballet cumbre y símbolo. Desde inicios de la temporada la Márkova había tenido problemas de salud y algunos de sus ballets fueron distribuidos entre las jóvenes solistas Nora Kaye, Rosella Hightower y Alicia Alonso. Sin embargo, Giselle seguía reservado para cuando la Márkova se restableciera. Casi en la fecha de su actuación tuvo que recibir una cirugía de urgencia y sólo entonces preguntaron a las tres solistas quién se atrevía a asumir esa Giselle. Faltaban solo cinco días.

Entre el 28 de octubre y el 2 de noviembre mediaron sólo ocho horas de ensayos con Antón Dolin en medio de las funciones… y llegó el gran debut. La Alonso había visitó a la Márkova en su hotel quien le prestó su adorno de cabeza para el último acto y le escribió una nota que terminaba: “Baila maravillosamente”. Esa noche en el viejo Metropolitan Opera House de Nueva York nació la leyenda Alonso-Giselle. Atrás había quedado, como ella había observado, “todo un año de ensayo en postración”.


Continuará…



Bibliografía:

Alonso, Alicia: Diálogos con la danza, 4ta edición, Editora Política, La Habana, 2000.
Cabrera, Miguel: Alicia Alonso. La realidad y el mito, Ediciones Cuba en el Ballet, La Habana, 2000.
----------: Ballet Nacional de Cuba. Medio siglo de gloria, Ediciones Cuba en el Ballet, La Habana, 1998.
----------: Festival Internacional de Ballet de La Habana (1960-2004) Una cita de arte y amistad, Ed. Letras Cubanas, La Habana 2006.



*Artículo publicado en homenaje al 90 aniversario de nuestra Prima Ballerina Assoluta Alicia Alonso.

 


0 comentarios

Deje un comentario



v5.1 ©2019
Desarrollado por Cubarte