Alicia Alonso y su sublime eternidad (II parte y final)*


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Alicia Alonso y su sublime eternidad (II parte y final)*

Los ojos de Alicia

Los cuentos de hadas tienen momentos difíciles, donde el malo hace daño y el bueno salva la situación. Pero la vida real es mucho más compleja, y lo malo no siempre viene en forma humana, viene a consecuencia de un accidente, de una enfermedad… o del destino.

Cuando Alicia Alonso bailaba en el cuerpo de baile del Ballet Theatre, al final de una función de Giselle en Nueva York en marzo de 1941, su visión se vio afectada, se le diagnosticó desprendimiento de retina y una operación urgente. Tres meses después ya se había incorporado nuevamente al ballet y en medio de los ensayos sufrió una recaída que la obligó a una segunda operación y regresó a Cuba para restablecerse. La fatalidad hizo que, de vuelta a la danza, tuviera un accidente automovilístico… y otra nueva operación. Entonces tendría que permanecer más tiempo en cama y con la cabeza inmóvil.

Una de las características de la Alicia Alonso–mujer es su fortaleza y tenacidad, y ni aún en ese reposo obligatorio cesó de “entrenar” su repertorio… y los ballets que interpretaban otras bailarinas, entre ellos Giselle, que aún no había centralizado.

En ese largo tiempo acostada sobre sus espaldas y con la cabeza inmóvil Alicia repasaba la danza del cuerpo de baile, de Albrecht, de las willis, de la madre y, por supuesto, estudiaba muy bien el rol titular. Ese fue el “año de ensayo en postración” ya mencionado.

Recién incorporada a la temporada 1943-44 del Ballet Theater se le presentó el milagro de Giselle y, a pesar del riesgo anunciado para sus ojos, la luminosidad de su genio resplandeció aquel día de noviembre en el viejo Metropolitan Opera House de Nueva York, donde nació una de las tantas leyendas de sus más de seis décadas en escena: Giselle-Alonso.

Alicia y el Ballet de Cuba

Alicia permaneció en el Ballet Theatre por doce temporadas entre 1940 y 1960, nueve de ellas como prima ballerina, siempre mimada por el público y la crítica.  Actuó en cinco temporadas como estrella del Ballet Ruso de Monte Carlo y una con el Ballet de Washington.Por 20 años reinó dentro del ballet en Norteamérica justo cuando se iniciaba, por eso se le considera fundadora de este proceso.

Pero su espíritu fundacional no se limitó al extranjero: tanto ella, como Fernando y Alberto Alonso, nunca olvidaron que sus raíces estaban en Cuba. Todo lo que Alicia aprendió en Estados Unidos, lo trajo a su patria donde, para mayor dificultad, gobiernos indolentes no se interesaban por el desarrollo cultural. La única institución, privada y burguesa, que se dedicaba con cierta seriedad a fomentar el ballet era la Sociedad Pro-Arte Musical de La Habana, y desde 1940 hasta 1947, Alicia actuó cada año en sus funciones en el Auditórium, además de traer al país numerosas figuras internacionales para que, al menos, una parte del pueblo se mantuviera al tanto de lo que ocurría en otras latitudes.

Para Cuba realizó su primera coreografía, El juicio de Salomón en 1942, y con Pro-Arte estrenó varias obras de Alberto Alonso, quien estaba enfrascado en una nueva estética del ballet en Cuba, que cristalizó en el efímero Antes del alba en 1947, obra desarrollada en un solar habanero en tiempos de carnavales, marcada para la tragedia de Chela, mujer sola y enferma que opta por terminar sus días envuelta en las llamas del suicidio. Aquí también Alicia fue pionera, pues en la escena final interpretó una rumba columbia en puntas, lo que la hace la primera “columbiana” escénica.  

Este ballet fue un reto para ella: Pro-Arte no podía eludir su raíz burguesa ni permitir que el exclusivo teatro Auditórium se viera pleno de gente solariega o símbolos de religiones afrocubanas. Hasta se le pedió a Alicia que desistiera, pero ella se rehusó enérgicamente e interpretó la Chela y su columbia.

Había llegado el momento de una nueva estrategia para el ballet cubano y volvía la magia a ayudar a su imagen mística: una suspensión de la temporada del Ballet Theatre dejaba libre a sus bailarines, coyuntura aprovechada por ella y por Fernando Alonso para fundar la primera compañía profesional de ballet en Cuba. El debut fue en el Auditórium el 28 de octubre de 1948, con solo nueve bailarines cubanos y el resto eran miembros del Ballet Theatre como Melissa Hayden, Barbara Fallis y Royes Fernández, entonces desconocidos.

Como su nombre era ya símbolo de prestigio internacional, la compañía se llamaría Ballet Alicia Alonso durante los primeros seis años, para en 1955 comenzar a llamarse Ballet de Cuba.

Inseparable es la historia del ballet en Cuba de la vida de la Alonso. El trabajo desarrollado por ella y su compañía no se encaminó a obtener beneficios personales sino a llevar el ballet a todas las capas sociales con funciones masivas en estadios a precios muy económicos, asociación con lo más avanzado del arte cubano de entonces, y políticamente identificado con las aspiraciones de los cubanos, mostraban su afán por privilegiar al país más allá de la figura.

Eso conllevó a que en 1950, después de giras por América con la compañía, se fundara la Academia de Ballet Alicia Alonso, donde se creó el primer plan de becas para niños sin recursos económicos, sin precedentes en Cuba. Así comenzaron a aparecer más nombres cubanos en el elenco de la compañía y su condición latinoamericanista iba recogiendo talentos del continente para incorporarlos al ballet cubano. Todo esto la hace grande, pues con su posición en los Estados Unidos, lanzarse a formar bailarines y compañía era un presumible suicidio. Pero ese ángel que guía a los espíritus elevados la llevó al éxito.

¿Fin del Ballet en Cuba?

Entonces llegó el 10 de marzo de 1952, con Batista y su golpe de Estado y, como consecuencia previsible, años más tarde la tiranía lanzaría su zarpazo contra Alicia y el Ballet de Cuba.

Desde que comenzó su vida profesional ella sólo había recibido una condecoración del gobierno cubano, la Orden Nacional Carlos Manuel de Céspedes y el título de "Dama" en 1947. Para 1956, el tirano crea el Instituto Nacional de Cultura, al cual pensaba adscribir a nuestros artistas más prestigiosos, en primer lugar a Alicia Alonso y al Ballet de Cuba.

Recibe una comunicación de ese Instituto solicitándole la incorporación de la compañía a la fachada batistiana y su respuesta no se hizo esperar: en carta abierta a Guillermo de Zéndegui, director de la institución, del 16 de agosto de 1956, Alicia escribe:

Permítame, Dr. Zéndegui, rechazar esa solución. Tanto Fernando Alonso, mi esposo, como yo, no hemos trabajado con el fin de percibir mensualmente una determinada cantidad de dinero, sino con un horizonte más amplio: el de realizar, en el terreno del ballet, una labor cultural de carácter histórico. (…) Lo que Ud. propone parece más bien, una limosna o un soborno  (…) tenemos fe en el pueblo de Cuba y estamos seguros que (…) nos brindará su respaldo para no permitir que esta manifestación artística jamás le sea arrebatada.

La represalia llegó también de inmediato al retirarle una exigua subvención que recibía, en medio de un homenaje nacional que se le preparaba a Alicia por sus logros en el mundo, homenaje que se convirtió en Acto de desagravio, organizado por la FEU y las fuerzas progresistas. Alicia declaró disuelto el Ballet de Cuba y su ausencia de los escenarios cubanos mientras durara el gobierno de Batista. Era octubre de 1956… y el Granma desembarca en diciembre de ese propio año.

Alicia Alonso se había despedido del público cubano pero sus éxitos internacionales seguían sucediéndose: con el Ballet Ruso de Monte Carlo, el Ballet de Washington, actuaciones en Caracas, Los Ángeles, Buenos Aires, Río de Janeiro, Lima, Monterrey e invitaciones a la Unión Soviética, para ser la primera bailarina del continente americano en bailar en ese país. Comienza también su carrera como coreógrafa repositora de los clásicos en Estados Unidos, Argentina, Venezuela, México y otros países, con sus versiones de Giselle y Coppelia.

Revive el Ballet de Cuba

El 1ro. de Enero de 1959 amaneció diferente para todos los cubanos y ella, cubana ciento por ciento, regresó a la patria para ofrecer su primera actuación a escasos meses del triunfo de la Revolución. Se iniciaba una nueva etapa en su carrera, que era la del ballet cubano.

Se organizan audiciones para recomponer el Ballet de Cuba en julio de ese año y Alicia forma parte del jurado internacional que selecciona a los nuevos integrantes, labor que no se detuvo ni siquiera ante el fallecimiento de su madre precisamente durante esos días.

En 1960 se produce su última aparición como miembro del ya denominado American Ballet Theatre con motivo del vigésimo aniversario de la compañía, para luego devenir una larga ausencia de la escena norteamericana a causa del diferendo entre ese país y Cuba.

Los Estados Unidos habían sido tal vez el lugar donde mejor se le había acogido, donde tenía un mayor público, una crítica incondicional… y donde más establemente recibía dividendos económicos; sin embargo, poniéndose al lado de su pueblo, Alicia asumió esta medida del Departamento de Estado y se mantuvo en su patria para dar cuerpo no sólo al Ballet Nacional de Cuba sino a un fenómeno más abarcador: a la escuela cubana de ballet. Quince años estuvo Alicia sin pisar suelo norteamericano, pero en 1975, con 55 años, fue recibida como el primer día en el nuevo Lincoln Center newyorkino. La refundación del Ballet de Cuba, denominado ahora Ballet Nacional de Cuba, significó para la carrera de Alicia Alonso como bailarina un enorme sacrificio.

Entregada por completo a la consolidación de una compañía representativa de la nacionalidad cubana, con una estética nueva dentro de un mundo saturado de agrupaciones de ballet centenarias, le impedía asumir contratos internacionales. Así, durante sus años más fructíferos como bailarina, no apareció en la escena mundial, salvo en actuaciones especiales en Niza, en un homenaje a Pablo Picasso, y en Calcuta, por el centenario de Rabindranath Tagore, ambas en 1961; con el Ballet Nacional de Cuba realizó presentaciones en México en 1960 como parte de una delegación artística cubana y dos amplias giras por los países socialistas en 1961-62 y 1964-65; y como miembro de jurados, participa en los Concursos Internacionales de Ballet de Varna en 1964, 1965 y 1966, y Moscú en 1969 y 1971. Así cubrió Alicia su carrera internacional en los primeros años de la década del sesenta del siglo XX.

Pero su sacrificio como estrella mundial redundó en la formación de una sólida compañía de ballet en un país donde la danza era conocida sólo por sus bailes populares y presentar al mundo una escuela que irrumpiría en la escena mundial, la primera –y hasta ahora la única– en América: la escuela cubana de ballet.

No es hasta 1966 que Alicia, junto al Ballet Nacional de Cuba, del cual era entonces directora artística y primera bailarina, se presenta en una plaza a tono con su fama: en el Festival Internacional de la Danza des Champs Elysées en París. Los años de aislamiento de los grandes escenarios no disminuyeron su estirpe y, en esta ocasión, obtuvo el Grand Prix de la Ciudad Luz, además del Premio Anna Pavlova de la Universidad de la Danza. Volvía a aparecer en los titulares del mundo para no abandonarlos más hasta nuestros días.

Alicia Alonso y Ballet Nacional de Cuba serían términos inseparables a partir de estos años. Luego del éxito de París –que se repetiría en 1970 con otro Grand Prix– ella alternaría la dirección artística de la compañía con su condición de estrella internacional en los escenarios mundiales: su Giselle en Canadá junto a Azari Plisetsky y Les Grand Ballets Canadiens movilizó a toda la prensa y al público estadounidense en 1967; bailó con el Ballet del Siglo XX en Bruselas, con el Real Ballet Danés en Copenhague, con el Chaikovsky Memorial de Tokio y con la Opera de París, donde continuaría su labor de repositora al entregarle a ese coliseo francés su reconocida versión de Giselle, que interpretara con esa compañía y el danseur etoile Cyril Atanasoff en 1972.

Otra vez sus ojos

Pero de nuevo tuvo que enfrentarse a dificultades aparentemente insolubles: sus ojos volvían a poner en riesgo su vida en las tablas y este mismo año, durante una gira con el Ballet Nacional de Cuba por Hungría, interrumpe sus actuaciones para someterse a una nueva operación en España que la obligaba a abandonar la escena… tal vez para siempre. Sin embargo, su férrea voluntad y su amor por la danza la llevaron a no abandonar el ejercicio magisterial y en 1974 monta su versión de La bella durmiente del bosque de nuevo en la Opera de París.

En ese mismo año, luego de más de tres décadas, su matrimonio con Fernando Alonso se disuelve, lo que significó un golpe sentimental. Sin embargo, lejos de replegarse en infortunios, en noviembre de ese año reaparece en la escena sorpresivamente en el ballet Mujer y poco después se hace cargo de la Dirección General del Ballet Nacional de Cuba. La Alonso se crecía con nuevos retos: recuperada su visión parcialmente y recuperada físicamente de su reposo, encontraría en el periodista Pedro Simón el nuevo compañero para su vida en 1975, quien actualmente es su esposo, director del Museo Nacional de la danza y de la revista Cuba en el Ballet.

“Dificultad” no existe en el vocabulario de Alicia Alonso, como tampoco “frustración”, “derrota” o “muerte”. Ella es éxito, victoria, vida: su regreso triunfal al American Ballet Theater en 1975 y 1976 en los Estados Unidos significaron una nueva etapa para ella y el Ballet Nacional de Cuba; baila Giselle y Carmen con la compañía que la vio crecer como prima ballerina y lleva a dos bailarines cubanos; en 1978 y 1979 lleva a toda su agrupación cubana y con estas actuaciones también se mostraba como embajadora de la paz y la distensión, burlando con su arte y su obra las barreras políticas que aún separan a Cuba y Estados Unidos.

La vida de la Alonso, fulgurante estrella internacional del ballet y ciudadana de un pequeño país subdesarrollado transcurre así. Gracias a ella Cuba exhibe un arte de primer mundo e irradiaba con su escuela a todos los confines. Multiplicada en sus bailarines, Alicia se reconoce como la más longeva artista del ballet en escena y sin hacer concesión alguna en lo artístico. Asumía nuevos repertorios románticos con La péri y Roberto el diablo; personajes legendarios en La diva, Cleopatra eterna, La viuda alegre, Juana razón y amor, Lucrecia Borgia, Dido abandonada, Medea o Fedra; piezas contemporáneas como Remembranza, Devaneo, Amaris o Azor; baila con Antonio Gades, Vladimir Vasilev y Rudolf Nureyev; asume coreografías de Alberto Alonso como Tributo a José White o Diario Perdido, de Alberto Méndez como Canción para la extraña flor, de Azari Plisetsky como Espartaco, o de Jerome Robbins como In the Night; y crea nuevas obras como Sinfonía de Gottschalk, Retrato de un vals o Farfalla.

Fue esta la pieza la vio por última vez calzarse las zapatillas de puntas en Faenza, Italia, el 28 de noviembre de 1995, casi a los 75 años de edad. Pero lejos de terminar su carrera, Alicia Alonso continuó en la batalla por la danza y no desmayó, pese a nuevas dificultades físicas.

Alicia eterna

Aunque nunca ha anunciado su retiro como bailarina, desde entonces Alicia Alonso sólo ha aparecido como intérprete escénica en 2001, cuando interpretó Luz de vida, un solo creado por ella con música de Ernesto Lecuona. El descanso no tiene significado para ella y sigue creando coreografías, tomando ensayos, ocupando la Dirección General del Ballet Nacional de Cuba, con todo lo que esto implica en desgaste físico y energético. Su sentido del sacrificio y el compromiso con la obra creada la mantienen al tanto de cada actuación de sus bailarines, de las programaciones, de las giras, y de cosas en apariencia tan pedestres como los abastecimientos, las carencias materiales, las penetraciones del mar y hasta los problemas personales de sus trabajadores.

Junto a ello está el glamour de cada función donde, cual reina, es aplaudida al entrar en su palco presidencial y ocupar el centro para iluminar la sala. Solicitada por periodistas, fotógrafos, artistas, realizadores de filmes y videos, la Alonso –pese a sus persistentes problemas de visión y otras dolencias que le dificultan la locomoción– no pierde una sola función de su compañía en el Gran Teatro de La Habana, asiste a la mayoría de sus giras internacionales, preside eventos, recibe medallas y condecoraciones de todo el orbe, cumple sus compromisos como Embajadora de Buena Voluntad de la UNESCO, y responde a los reclamos de su patria en la cultura y la sociedad. En su oficina de la casona de Calzada y D en el Vedado, en su sillón del salón azul, en su butaca presidencial o en un acto de reafirmación revolucionaria, Alicia Alonso siempre es la prima ballerina, Odette, Odile, Swanilda, Carmen, Yocasta, Callas…

Ella es la mezcla tan rica de nuestra cultura que la hace estrella y miliciana, dama y guerrera, excelsa y sencilla, con la vista de futuro siempre alerta, con el movimiento oculto en sus manos de plumas, con 90 juventudes que vencen el tiempo y escriben la historia.

Por eso, no habrá otro calificativo para Alicia Alonso más que el de ETERNA.



Bibliografía:

Alonso, Alicia: Diálogos con la danza, 4ta edición, Editora Política, La Habana, 2000.
Cabrera, Miguel: Alicia Alonso. La realidad y el mito, Ediciones Cuba en el Ballet, La Habana, 2000.
----------: Ballet Nacional de Cuba. Medio siglo de gloria, Ediciones Cuba en el Ballet, La Habana, 1998.
----------: Festival Internacional de Ballet de La Habana (1960-2004) Una cita de arte y amistad, Ed. Letras Cubanas, La Habana 2006.
 

*Artículo publicado en homenaje al 90 aniversario de nuestra Prima Ballerina Assoluta Alicia Alonso.


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