Andrés Castillo, historiador


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A un mes de su fallecimiento, ocurrido el 5 de enero de este año, hay que recordar no solo al amigo, al de risa franca, leal siempre a la Revolución cubana. Quiero brevemente esbozar su tránsito por los caminos de la Historia como disciplina.   

Licenciado en Historia por la Universidad de La Habana, donde se hizo notar por sus travesuras estudiantiles, su voz estruendosa y su risa perenne, a Andrés Castillo Bernal le confesé muchos años después que entonces nunca lo imaginé sumergido entre documentos, acopiando testimonios orales y escribiendo una extensa obra acerca de la guerra revolucionaria de 1956 a 1959 y sobre el pensamiento de destacadas personalidades, particularmente de Fidel y Che Guevara. 

Su vida transcurrió al ritmo del ciclón revolucionario de 1959 que trastocó la vida nacional y que abrió caminos insospechados para tantos hijos de esta Isla. Nacido en Sancti Spíritus el 12 de julio de 1945, en un barrio de pobres, en una familia negra de escasos recursos, que, como él mismo me dijo cierta vez, no disponía del agua por cañerías en su humilde casa, Castillo ?como le llamábamos todos— fue no solo una persona a quien la Revolución le abrió las puertas por los caminos intelectuales sino que tesonera y apasionadamente supo aprovechar semejante oportunidad para entregar sostenidamente el fruto de su intenso laborar.

Tuvo que vencer muchos obstáculos, lo mismo los propios de todo el que desea ser intelectual en un país sin grandes recursos y sometido a una verdadera guerra por la mayor potencia de la época (crearse una autodisciplina de trabajo, dejar de lado muchas apetencias materiales, impedir que la vanidad sustituya al trabajo y a la entrega de sus resultados a la sociedad, no dejar que la vida cotidiana de las grandes mayorías se aleje de la propia, no amilanarse ante quienes no comprenden la necesidad del quehacer cultural), que las singulares trabas que le afectaron, como incomprensiones, más de una, por su carácter franco, explosivo y extrovertido, y hasta quién sabe cuántos rechazos por una discriminación racial instintiva y, cómo no, hasta por la mediocre envidia de algunos.

Lo cierto es que fue incansable en su trabajo como historiador y logró que este le fuera reconocido, quizás no por todos, pero sí por muchos que admiramos su dedicación y sus aportes.

De 1969 a 1977 trabajó en la sección de historia de la Dirección Política Central de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y allí encontró su camino dentro de la llamada historia militar. Posteriormente laboró en el diario Juventud Rebelde, donde el reporterismo fue cediendo a la divulgación de su gran tema: la guerra revolucionaria de 1956 a 1959. Es verdad que por entonces la prensa escrita cedió espacio frecuente a la información novedosa, al análisis brillante y aportador y no a la mera repetición de lo ya sabido que todavía caracteriza a los medios de difusión. Y en aquel diario Castillo fue entregando un alto volumen de novedades, de cosas desconocidas acerca de esa gesta heroica, aunque casi siempre solo dispusiera de menos de cien líneas para su texto. Sin dudas, en aquella prensa de los setenta y de los ochenta donde los temas históricos ocupaban sistemáticamente un lugar destacado y nos entregaban nuevos y variados conocimientos, los escritos de Andrés Castillo son insoslayables. Su firma se extendió también en busca de más paginado por revistas de amplio periodismo como Verde Olivo y Bohemia, y académicas como Santiago y El Oficial.

Finalmente, criterios equivocados lo sacaron del periodismo, mas ya Castillo no podía ser separado de su entrega a la investigación histórica y logró reunir aquellos breves avances del periódico diario —como en varias ocasiones le estimulé que hiciera— en el primer libro publicado acerca de la totalidad del proceso de la  guerra revolucionaria: Cuando esta guerra se acabe. (De las montañas al llano)

Larga fue la espera para su llegada a las prensas, hasta que por fin la Editorial de Ciencias Sociales sacó en el año 2000 este esfuerzo historiográfico aún vigente a pesar de los años transcurridos. Aprecié y compartí la alegría del autor que sintió que así cumplía un deber patriótico.

La obra sigue un inusual ordenamiento cronológico estricto a través de sus tres capítulos, que consigue al mismo tiempo sostener un nivel de análisis explicativo de los momentos y etapas fijados por el autor. Un voluminoso anexo de 95 documentos y un testimonio gráfico aumentan el valor del libro, cuya mayor riqueza probablemente consista en su interesante combinación de elementos informativos y analíticos, que nos permite aprehender los hechos, narrados con relativa abundancia de datos y comprender en su encadenamiento cronológico cómo el historiador establece hitos y saltos cualitativos dentro de su estudio del proceso histórico.

Destaca además la cualidad historiográfica del autor por su empleo contrastante e inteligente de fuentes opuestas: la de los revolucionarios y las del gobierno y las fuerzas armadas de la tiranía batistiana, junto a la bibliografía de corte testimonial publicada hasta entonces.  

Incansable, ya en el siglo XXI, Castillo publicó más de veinte nuevos títulos, muchos de ellos en México y en otros lugares de Latinoamérica, destinados a difundir las ideas de Fidel y Che. Curiosamente, se convirtió en un autor más leído fuera de Cuba, y por eso en varios países de nuestra región encontró y repartió cariños y desplegó su intenso amor por Cuba y por la Revolución.

Durante sus últimos años buena parte de sus energías se encaminaron a que se hiciera reconocimiento público de la obra de Fayad Jamis, el poeta y el pintor, especialmente en Sancti Spíritus, la tierra natal de ambos. Querido por muchos de sus coterráneos, Castillo, al morir, no pudo ver materializados sus dos ambiciones: el monumento a Fayad Jamís en la Avenida de los Mártires y el museo al inolvidable poeta de Por esta libertad.

Una nota necrológica de Marco Antonio Calderón Echemendía, presidente de la Uneac  provincial de Sancti Spíritus, me confirmó otra idea de la cual Castillo me había hablado y que yo no sabía cuán avanzada estaba: un poemario terminado, ya a la espera de su publicación. 

Si la mente no me traiciona, creo que su último libro se tituló Un ave fénix llamado Fidel, editado y acogido con beneplácito en México, donde el movimiento de solidaridad con Cuba le ha rendido merecido y afectuoso homenaje, pues allí, a esa entrañable hermana nación viajó muy frecuentemente en los últimos años y le publicaron mucho.   

Quiero quedarme con la imagen del amigo cuya singular vestimenta provocaba mis bromas admitidas por él con su risa total. Imagino la tensión suya al rondarle quizás la certeza de la cercanía de la muerte por cáncer, ante los tantos proyectos que quedarían inconclusos por su propio empuje, sabedor de que no nos sorprendería más con su sonrisa intensa, su perenne bigote, su cabeza ladeada al llamarnos, con su amor por la vida. Guardo, pues, esa imagen con cariño, al igual que mi respeto y admiración por su tenacidad y sus principios, por haber sido Andrés Castillo Bernal un cubano bueno, sencillo y leal.


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