Antonio Maceo: más allá del brazo


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                                        “…y hay que ponerle caso a lo que dice, porque tiene tanta fuerza en la mente como en el brazo”.

 

                                                                                                                                                                                 José Martí

 

 

En el aniversario 125 de la caída en combate del Mayor General Antonio Maceo Grajales, Lugarteniente General del Ejército Libertador, muchos recuerdan la expresión martiana con la que iniciamos este artículo, sin embargo, no siempre reflexionamos acerca de ella.

Al general Antonio, lo seguimos relacionando con su hidalguía militar: los más de 700 combates en los que participó desde su incorporación a la contienda el 12 de octubre de 1868 hasta su deceso el 7 de diciembre de 1896; sus 27 heridas; su valor demostrado en la invasión a Guantánamo a las órdenes de Calixto García en 1875; su admirable conducción de la invasión de Oriente a Occidente, una parte de ella compartida con Máximo Gómez; sus campañas de La Habana y Pinar del Río como parte de esa invasión; combates gloriosos: Las Taironas,  La Gobernadora, Juan Mulato, El Escandel, Cayajabo y muchos más. Sin dudas, el más bravo de los generales cubanos.

Pero de su pensamiento político, abordado por historiadores como José Luciano Franco, Raúl Aparicio, Damaris Torres Ellers y otros, no se conversa mucho en los espacios de un público general, es una deuda pendiente.

El antillanismo y el latinoamericanismo fueron características del pensamiento político de Maceo, quien planteó no envainar su espada hasta que no estuviera libre Puerto Rico, la isla hermana también encadenada al colonialismo español y por la que deseaba su libertad.

Es por ello que acogió al Mayor General Juan Rius Rivera, el patriota boricua designado por la Sección Puerto Rico del Partido Revolucionario Cubano como General en Jefe del Ejército Libertador puertorriqueño llegada la hora de la insurrección en esa isla. A Rius Rivera, como parte de su preparación para encabezar la contienda en su tierra natal, Maceo lo designó jefe del 6to Cuerpo de Ejército Pinar del Río, una vez que dejó organizada la provincia tras la invasión.

Fue Maceo el otro cubano, además de Martí, que vio con claridad las intenciones expansionistas y neocolonialistas de Estados Unidos respecto a Cuba. Lo dejó claro cuando expresara que, de la única manera que su espada combatiera al lado de España sería si los Estados Unidos invadieran a Cuba y en otro momento, expresó que de “los americanos” (se refirió a los estadounidenses) no esperaba nada y prefería “no contraer deudas de gratitud con un vecino tan poderoso”. Hay otra expresión maceísta, sin lugar a dudas, dirigida a las intenciones imperiales de los vecinos del norte: “Quien intente apoderarse de Cuba, recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre, si no perece en la lucha”.

Dos hechos acaecidos en la Guerra Grande o de los Diez Años demuestran no sólo sus conceptos éticos de la lealtad y la disciplina, sino también su formado pensamiento político y fueron los sucesos de Santa Rita y Lagunas de Varona, en los que se promovieran la destitución del presidente de la República en Armas y otras proclamas, pero Maceo no se comprometió en tales conjuras, comprendiendo lo peligroso que era para la Revolución el divisionismo y la indisciplina.

Su reconocimiento por la República de Honduras como General de División y su designación al frente de Puerto Cortés, importante centro económico del país, así como la posterior colonia agrícola que promovió, organizó y fomentó en Nicoya, en la República de Costa Rica, demuestran su inteligencia y clarividencia en la ejecutoria administrativa.

El climax del pensamiento político de Maceo lo podemos constatar en la entrevista sostenida el 15 de marzo de 1878 con el Capitán General  Arsenio Martínez Campos, en los Mangos de Baraguá, para expresar su inconformidad con lo pactado con el jerarca colonialista por el Comité Revolucionario del Centro en el Zanjón, el 10 de febrero del propio año.

El Pacto del Zanjón no ofrecía a Cuba ni la independencia ni la abolición de la esclavitud, los dos objetivos básicos por lo que los cubanos dignos habían ido a la guerra. La Protesta de Baraguá, como se conoció el hecho, demostró la intransigencia revolucionaria del Titán de Bronce ante la falta de principios de los llamados “zanjoneros”.

El pensamiento de Antonio Maceo es el resultado de una educación familiar ejemplar que partió de sus padres, el matrimonio de Mariana Grajales Coello –considerada “la Madre de la Patria”- y Marcos Maceo.

Mariana enviudó joven ya con cuatro hijos, de su primer esposo Regüeiferos, y tendría otros siete con Marcos. Sus siete hijos varones fueron oficiales del Ejército Libertador por convicciones familiares y las cuatro hijas ayudaron en labores de enfermería y mensajería a la causa, a la que también se unió su nuera María Cabrales, la esposa de Antonio.

La familia Maceo-Regüeiferos-Grajales era considerada como de pardos libres, o sea, mulatos que gozaban de libertad en una sociedad explotadora y esclavista. Nadie de la familia tuvo estudios superiores, algo muy difícil en la época para personas no blancas, pero tampoco fueron analfabetos ni los padres ni los hijos, tenían una cultura empírica sobresaliente.

Económicamente no era una familia pobre ni humilde, pertenecían a la clase social media de los pequeños propietarios rurales pues eran dueños de tres fincas, una grande en Majaguabo, San Luis, y otras dos más pequeñas, además de 18 arrias de mulos –el principal medio de transporte de mercancías en la serranía, en aquella época- y una casa de vivienda en la ciudad de Santiago de Cuba, en un barrio donde también vivían algunas familias blancas ricas. Contaban con varios empleados en sus propiedades, incluyendo una sirvienta en su casa de la ciudad.

No fumar en reunión, hablar despacio y en voz baja, respetar a las personas mayores y a todas las personas en general, ser corteses y amables eran las principales virtudes de las “damas y caballeros” de una familia alegre, entusiasta y bailadora, y como parte de la formación de valores estuvo siempre presente en el seno familiar el odio a la esclavitud y a la tiranía de España y el amor a la patria cubana.

Es por eso que los hombres de la familia se afiliaron a la masonería, pues las logias masónicas cubanas eran verdaderos centros de conspiración independentistas además de la fraternidad que preconizaban. En septiembre de 1868 la familia inició su propia organización conspirativa que secundaría al levantamiento de Carlos Manuel de Céspedes, al mes siguiente.

José Martí visitó en dos ocasiones a Doña Mariana en el exilio y aquilató su dimensión maternal patriota. De José Maceo -de los hijos de Mariana el más cercano a Antonio_ disfrutó Martí de su amistad y quedó sellada con el caballo blanco vigoroso que le regalara José  y con el cayó en Dos Ríos. Sobre Antonio, visitado por Martí varias veces en Centroamérica, la consideración martiana queda plasmada en la frase ya referida al inicio del presente texto.

Antonio Maceo visitó  La Habana en dos ocasiones antes de la Guerra de Independencia de 1895, una con salvoconducto español en 1890 y en una segunda ocasión clandestinamente tres años más tarde y en ambas quedó demostrada la devoción hacia él de veteranos y “pinos nuevos” –según la expresión martiana- pero también la profundidad de sus ideas.

El 7 de diciembre es considerado “Día de los caídos en las guerras de independencia” en Cuba, precisamente por haber sido un holocausto para la causa revolucionaria la pérdida del Titán de Bronce ese día de 1896 después de la muerte sentida de Martí en 1895.

Pero también fue declarado el “Día de los caídos en misiones internacionalistas” pues, en homenaje a Maceo, heredero en sangre de la tenacidad y la bravura de los africanos, el 7 de diciembre de 1989 se realizó la “Operación Tributo”, consistente en el sepelio en todas las localidades cubanas de los hijos de esta tierra fallecidos en misiones internacionalistas en el continente africano.

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