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Antorchas de luz martiana


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Cuba celebra un nuevo aniversario del natalicio de José Martí, ocurrido en La Habana el 28 de enero de 1853.

La juventud universitaria ha tenido la iniciativa de repetir, esta vez extendida a todo el país, la marcha de las antorchas realizada en 1953 por los estudiantes de la Universidad de La Habana, desde la escalinata de ese recinto, hasta la Fragua Martiana, ubicada en las antiguas canteras de San Lázaro en las que Martí, como preso político, tuvo que ser picapedrero. La marcha entonces tenía como objetivo rescatar el pensamiento y el ejemplo martianos como guía para sanar los males de la república, gobernada por una dictadura militar establecida un año antes mediante un golpe de Estado, apenas a tres meses de las elecciones generales programadas.

José Martí fue el gran inspirador de la juventud encabezada por el joven Fidel Castro, la juventud del centenario del natalicio del Apóstol y Héroe Nacional.

Las razones por las que Martí era un contemporáneo entonces y lo sigue siendo hoy se debe a la actualidad de su ideario y la inmarcesibilidad de su ejemplo.

El patriotismo, la visión de la necesaria unidad de la América Latina y el Caribe, el enfrentamiento a las políticas de dominación colonialista e imperialista, en particular de los EEUU, son de absoluta actualidad, como lo es también la lucha por la paz y la necesaria solidaridad internacional.

Pero las ideas de Martí son mucho más que eso. Él nos dio una visión social humanista que se opone a todo tipo de discriminaciones y propone crear una sociedad democrática con todos y para el bien de todos.

Para Martí la política es el arte de hacer felices a los pueblos y la fraternidad es un deber humano. Él declara que al venir a la vida todo ser humano tiene derecho a que se le eduque y después, en pago, el de contribuir a la educación de los demás. Atención especial ha de darse a los niños porque son la esperanza del mundo. Él es un defensor de la medicina preventiva y un entusiasta animador de la práctica del deporte. Él es un promotor de las artes y la literatura y cree que la amistad y la cultura son elementos de mucho aprecio y que ser bueno es el único modo de ser dichoso, aunque sabe que en lo común del género humano, se necesita ser próspero para ser bueno.

Él es un defensor de la unidad de lo diverso en las relaciones y el comercio internacionales y de que los avances en la ciencia y la técnica deben estar al servicio de la paz porque la guerra es un crimen, salvo aquellas que como última alternativa tienen que hacer los pueblos para librarse de la opresión y ganar su libertad. Esas son las guerras necesarias.

Martí nos conmina a ser mejores seres humanos y a luchar por alcanzar toda la justicia inspirados en la idea del bien, idea suprema.

Desde su condena al presidio a los dieciséis años de edad hasta su muerte en combate a los cuarenta y dos, hay una vida dedicada a la liberación de Cuba y Puerto Rico y la segunda independencia de nuestra América. Una vida sin odios sin claudicaciones, que prefirió la pobreza digna en los principios a la cama de oro en la ignominia, la deserción o la traición.

Él, el más grande escritor americano de su tiempo, poeta renovador de la poesía hispanoamericana y hombre a quien nada humano le fue ajeno, es el tesoro mayor de los cubanos, el gran arquitecto de la unidad nacional que, muerto tempranamente, encontró decenas de años después al discípulo que rescatara sus ideas para llevarlas a la práctica, con alas de revolución y pies de gobierno, hachos con los hombres como son y no como debieran ser.

Este discípulo pidió que sus restos humanos se conservaran cerca de su maestro, lugar que es campo sagrado de la patria, porque allí están también los del padre y la madre de la patria, y el de los jóvenes mártires de las acciones revolucionarias en Santiago de Cuba, de la década de los años cincuenta del pasado siglo.

Sea esta celebración del 2017 reafirmación del espíritu y de la conciencia de los cubanos dignos frente a los anexionistas y los corruptos, frente a la ralea sietemesina que vive sin decoro.

Honor al maestro y a su discípulo, quienes fueron al encuentro de los brazos de la patria agradecida, en los que la muerte acaba, y empieza, al morir, la vida. 


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