De mi hoy condenada al olvido memoria televisiva recuerdo algunos
programas musicales donde aparecían, alguna que otra vez parejas de baile de
aquellas que mis mayores recitaban los nombres de solo verle. Eran tiempos en
que la televisión era en blanco y negro y se hacía en vivo; o en directo como
se le llama hoy. El color era una quimera que nos llegaría a mediados de los
ochenta, junto con una brutal masificación de la caja mágica.
Mi generación es la del Caribe, el Krim y otras marcas que poco a
poco fueron proliferando, algunas venidas desde el “este comprometido” y otras
de cualquier parte de este mundo de Dios; hasta llegar al Trinitrón, por
consiguiente acceder al “plasma” y de ahí al HD. Por lo que hemos visto TV de
todo tipo, modelos, color y contenidos.
De aquellos contenidos la memoria popular guarda aún nítidas las
imágenes de la zaga de programas de arraigo popular; bien pudieran ser las
aventuras, o las telenovelas, y que decir de algunos musicales y humorísticos.
Curiosamente nadie recuerda ya al “combo Los yoyo”; agrupación de títeres que
cubría los espacios infantiles y que tenía como tema de presentación un clásico
del trío Emerson/Lke & Palmer; algo que olvidan aquellos que hablan de
prohibiciones y/o limitaciones musicales.
Pero la fruta de la manzana televisiva que ha perdurado hasta
nuestros días está en los espacios de participación; y de ellos nadie negará
que es Para bailar el más latente en
el imaginario colectivo. Y es que casi treinta años después la TV regresa con
una propuesta “para buscar bailadores/bailarines y coreógrafos”, a la que han
nombrado Bailando en Cuba.
En dos notas anteriores hube de acercarme a las primeras emisiones
de la propuesta de marras y emitir algunos criterios que de cierta manera
coincidieron con el parecer de uno de los miembros del jurado.
Después –en aras de no
prejuiciar mi rol de televidente pasivo—me permití cuatro semanas de silencio o
distancia crítica. Sin embargo, no hay mal que dure ni pasos que no se
resistan.
A pesar de lagunas e impresiones históricas; algunas de lesa
información imputables a los guionistas; reconozco que el intento de acercar
los orígenes de algunos bailes y ritmos cubanos al televidente de estos tiempos
ha funcionado con más organicidad. Sobre todo el de la rumba; apostillado por
las observaciones de Santiago Alfonso, que no pudo ocultar su emoción y respeto
por esa música que le alimentó en su infancia. Santiago se permitió hacer un
pase de lista de algunos rumberos importantes que desde el sitio en que se encuentren
le agradecerán la memoria.
En el del mambo fue lamentable olvidar, o no mencionar, que los
pasos del baile nacieron indistintamente en Tropicana y en los foros de los
estudios Churubusco en México y que se combinaron hasta llegar a lo que hoy
conocemos.
Es el mismo Santiago, en papel de moderador atinado, quien ha
restituido el valor de los ritmos cubanos y se ha encargado de corregir las
lagunas culturales –tan profundas como el lago Baikal—de los conductores que no
acaban de conectar un hit de simpatía. La gracia para conducir no se escribe,
es un don… y aquí va de tres, tres en números rojos.
Pero se trata de bailar y solo el programa en que la rumba fue
protagonista permitió que un baile cubano escapara de “los giros, los saltos y
las cogidas” que se han impostado a un son o a un mambo; por no citar el
olvidado Danzón.
No dudo del talento de los coreógrafos convocados; para nada; se
trata de que por momentos las coreografías no reflejen los bailes cubanos. El
ejemplo de ello fue el changüí y la confusión del Mozambique con el ritmo Pa
cá; que aunque coincidieron en el tiempo el segundo no llegó a definir pasos de
bailes. En ese caso la pifia fue de quienes seleccionaron la música; y es que
el rimo creado por el guitarrista Juanito Marqués en los sesenta tuvo más
impronta en el cabaret que entre los bailadores en cuanto a pasos de baile
definidos.
No se trata de fantasear para una puesta en escena; no. Los
televidentes quieren ver parejas bailando bailes cubanos, ritmos cubanos y que
lo mismo los bailadores que los coreógrafos innoven, generen pasillos y después
todo lo demás.
Si lo duda observe los finales de cada programa en que las parejas
cuando se trata de “improvisar” (no se de quien es tan festinada observación,
pues lo correcto sería bailar para jurados y público); están “atravesados”, o
simplemente fuera de clave. Mal que arrastran desde el mismo momento en que se
les monta la coreografía. Nosotros bailamos con la clave, no en contra de ella;
y ese mal parece estar tomando fuerza y enraizarse.
Quiero tirar un pasillo, y aunque pertenezco al grupo de los que
bailan básicamente lo mismo que Pupy Pedroso; me gustaría poder decir desde la
comodidad de mi casa que “…tal pareja me emociona...”; o simplemente “…que bien
bailan esa gente caballero…” y grabar sus nombres en mi memoria.
Los hermanos Santos y los Hermanos Francia dividieron en el ya
lejano año de 1980 a las familias cubanas con su manera de bailar. Cada uno de
ellos aportó al baile popular –fundamentalmente al llamado casino—su imaginación
en formas de “vueltas, paseos y pasos” que hoy son comunes entre los
bailadores; y que enriquecieron la cultura, aunque sus nombres estén en el
olvido y el imaginario de los que con ellos convivieron.
Me dolería en estos tiempos ver rumberas y rumberos a la usanza del
cine mexicano de los cuarenta o de las propuestas del cine musical donde el
tango perdió su impronta y a todo lo caribeño se le dice “la rumba o la salsa”
y en nada se les acerca; máxime si han salidos de un programa que me incita a
reencontrarme con mis bailes.
Como bailador, aunque sea pasivo, no me gusta que me engañen.
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