Arturo Arango (Manzanillo, Granma, 1955), reconocido escritor, editor, guionista y profesor de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, (EICTV), es, desde el año 1996, el jefe de redacción de la más prestigiosa revista de la cultura cubana, La Gaceta de Cuba.
Arango es licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas, en la especialidad en Estudios Cubanos, y es reconocido por la agudeza de su mirada hacia la realidad actual en sus textos, y también por ser un intelectual muy laborioso y polifacético.
Tan laborioso es, que en este tiempo de pandemia ha desarrollado un grupo grande de proyectos profesionales, tal y como les cuenta a los lectores del periódico Cubarte que quiso, entre otros temas, indagar cómo esta crisis internacional ha cambiado su visión del mundo.
¿Qué actividades ha desarrollado fundamentalmente en este tiempo de enclaustro desde el punto de vista profesional?
Debo dividir este tiempo en dos etapas. En la primera, que se abrió el 30 de marzo, permanecí en aislamiento, por haber sido contacto de un caso confirmado, un alumno de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (EICTV), al que impartí clases poco antes.
Por fortuna, estaba rodeado de amigos queridos que se ocuparon de mi atención. Y también, la suerte de tener un guion que entregar en el menor tiempo posible. Me di cuenta de que, en esas condiciones, en las que no estaba mal desde el punto de vista material, pero en el que sentía sobre mí la presión enorme del peligro del contagio (y de las paranoias que se desatan), mi salud mental agradecía que trabajara en una historia ajena.
La trama de ese guion me gusta, me parece atractiva, con personajes entrañables, pero no tiene nada que ver conmigo, con mi vida.
La segunda etapa comenzó el 16 de abril, cuando regresé a casa. He escrito: un cuento y otras versiones de ese guion. Con los guionistas y amigos Xenia Rivery, Nuri Duarte y Alán González formamos hace unos dos años Viceversa, un grupo que escribe guiones y realiza trabajos de consultorías. Con ellos analicé el guion de una cineasta dominicana, y con el mismo colectivo he continuado coescribiendo otro guion, para un director también dominicano.
Puedo agregar la revisión de dos libros para la Colección Guion Cubano, de Ediciones ICAIC: el dedicado a Lucía, que está compilando Daniel Céspedes, y el de Tercer Mundo, Tercera Guerra Mundial, que prepara Dolores Calviño.
Durante una semana, impartí, mediante wasap (me gusta españolizar la palabra), un taller sobre Análisis de guion a los estudiantes de tercer año del curso regular de la EICTV.
También estuve encargado de la recepción de los cuadernos que llegaron por correo electrónico al XXV Premio de Poesía La Gaceta de Cuba, y junto a Norberto Codina y Jamila Medina Ríos integré el jurado. Dadas las condiciones en que se realizó el Premio, nos pareció que formar el jurado con miembros del equipo de la revista era lo más prudente.
Para nuestra sorpresa, se recibió un número considerable de trabajos con una calidad apreciable. Tuvimos el gusto de premiar a Luis Lorente y de otorgar la Beca de Creación Prometeo a Martha Luisa Hernández Cadenas. Como la impresión de La Gaceta está paralizada por falta de papel, La Jiribilla tuvo la gentileza de publicar los cuadernos galardonados y los que merecieron menciones.
Finalmente, recibí una enorme alegría: un libro que había entregado hace un tiempo a Ediciones ICAIC acaba de salir de imprenta. Se titula La hoja y el cuerno y reúne dos relatos escritos a partir de sendos guiones. El primero no se llegó a realizar y el segundo es El Cuerno de la Abundancia.
En fin, he trabajado.
¿Y desde el punto de vista personal?
Por lo general, en casa escribo solo en las mañanas, o dejo lo más arduo para las mañanas. Por las tardes, leo.
Entre col y col, lechuga, literalmente. Suelo encargarme en estos tiempos del abastecimiento de la casa, y voy a decir algo que primero parecerá una pedantería y luego una broma: solo he tenido que hacer colas para comprar pan (y no extensas ni tumultuosas) y me ha salvado de ello, hasta ahora, el comercio electrónico. Es pésimo, y he drenado una cantidad enorme de adrenalina con el celular en la mano mientras veo desaparecer en segundos lo que busco o tropiezo con páginas y tiendas cerradas, pero he ido saltando de piedra en piedra sin caer todavía en el río. No sé cuán ancho y profundo sea el caudal y los riesgos que me esperen.
¿Algún nuevo proyecto?
Prefiero no adelantar más, porque son proyectos que están sometidos a la incertidumbre en que estamos inmersos. Incluso en un país como República Dominicana, donde conseguir financiamiento para rodar películas fue relativamente fácil hasta inicios del año, el futuro del audiovisual es ahora incierto.
¿Cómo ha utilizado las redes sociales?
Como un chismoso que se asoma a la puerta de la casa a ver qué pasa en el barrio, pero evita inmiscuirse en la vida de los otros. A mediados de marzo, antes de mi aislamiento, desinstalé Facebook del celular porque los enfrentamientos políticos se habían vuelto muy agresivos, irracionales, casi inhumanos, ante la amenaza de la pandemia. Era tóxico y, como dice un amigo, lo primero es mi salud (mental). He vuelto en las últimas semanas y he encontrado un ambiente más amable.
¿Ha cambiado su visión del mundo y de las relaciones humanas o se han reafirmado algunas intuiciones o certezas que ya tenía, en esta etapa?
Si algo ha cambiado en mi visión del mundo es porque se ha dañado, en general, la visión del futuro, a nivel personal y a escala planetaria. Este coronavirus ha disuelto todas las expectativas no ya a largo plazo, sino en lo inmediato. Estoy convencido de que la imagen de futuro es consustancial al ser humano: no cesamos de pensar qué haremos en el minuto siguiente, qué comeremos mañana, en qué cama dormiremos esta noche o la semana que viene, cómo nos ganaremos el sustento… Y todo está en suspenso. Escribo guiones para películas que no sé si se van a realizar y que, en caso de que se logren, demorarán en llegar a la sala de un cine; no me sorprendería si una ambulancia se detiene en la puerta de la casa porque soy otra vez contacto de un caso positivo; suelo trabajar como consultante de guiones o impartir talleres en otros países, y si ello sucede (al menos durante lo que queda de año) tendrá que ser «a distancia». En fin, que he (¿hemos?) aprendido en carne propia que «todo lo sólido se desvanece en el aire».
En una reciente entrevista a Josué Pérez, director del Centro Cultural Dulce María Loynaz, él me comentaba, «Creo que la crisis sanitaria cambiará de una vez y por todas la promoción de la literatura». Quisiera saber sus consideraciones al respecto.
Si la afirmación se refiere a la promoción de la literatura en Cuba, ojalá que así sea. En mi opinión, la literatura en nuestro país se enseña y se difunde de la peor manera posible.
Te invito a que revises, durante las Ferias del Libro, qué títulos son privilegiados por la difusión. Salvo excepciones, son los relacionados con la política y la historia. La enseñanza atiende solo los contenidos, la manera como una obra o un autor «reflejan» su realidad, su tiempo. En esos ámbitos desapareció la noción de que leer es un placer. En estos días tropecé con el final de una teleclase de Literatura.
El profesor explicaba que había relaciones humanas basadas en la hipocresía y en la honestidad, y dejaba de tarea a sus alumnos que opinaran sobre unas u otras. Eso correspondería a una clase de Moral y Cívica, jamás de Literatura. Si esas son las bases, ¿cómo pretendemos «incentivar el hábito de la lectura»? ¿Revolcándonos en el estercolero de la retórica?
Lo de menos es el soporte: la literatura existe y se recibe, se disfruta, desde una página impresa o desde la pantalla de un dispositivo, y para promoverla lo primero es respetarla en su esencia.
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