Avenida Brasil: No todo lo que brilla es oro II


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Avenida Brasil: No todo lo que brilla es oro II

Los que nos montamos en el vehículo que nos llevó a transitar la famosa Avenida brasileña fuimos víctimas de un peligroso choque con la aceleración de los últimos capítulos en los que, sin previo aviso, se sucedían escenas que trataban de arreglar un argumento que comenzó muy bien, empezó a decaer desde que apareció la caricaturesca familia de Tifón y terminó a todo tren atropellando todo cuanto se  encontró a su paso: La orgullosa Monalisa se precipita en los brazos de Tifón. Carlito y sus cuatro mujeres —suegra incluida— llegan a aburrir al generar situaciones ridículas, que comprometen la comicidad que acompaña este personaje, poco convincentes como la huida de estas con Jimmy, y su regreso al Divino, sus hijos que hasta ese momentos se comportaban con cierta madurez, pasaron a ser simples espectadores en la anómala familia. Santiago, personaje secundario, con sus contadas apariciones y poco carisma, se convierte de repente en el villano jefe, al que la hija, que hasta entonces no cree en nadie, le tiene terror. El personaje más sufrido es Max, asesinado por su amante Carmina una y otra vez, y que se convirtió en el aguanta golpes de la novela. En los capítulos finales fuimos partícipes de la transformación de la protagonista, se nos privó de uno de los  componentes más atractivos, la maldad de Carmina, cuya personalidad quedó reducida a una marioneta que solo atinaba a decir palabras como “Vieja” —cuando se refiere a  Mamá Lucinda— y “Peste” —al referirse a Nina o Rita—, como vestigio de quien fue la reina de un argumento que le valió, merecidamente a la actriz Adriana Estévez ganar varios premios locales e internacionales.

Los televidentes quedaron con el sabor amargo  que recuerda el refrán: “el que nace para clavo, del cielo le cae el martillo”. A diferencia de otras novelas el idílico Tiradero triunfó sobre todos los demás escenarios. Los niños van a continuar allí junto a Mamá Lucinda en su limpia casita; Carmina después de recoger basura, sin cambiarse la ropa, ni lavarse las manos, carga a su nieto y elabora nada más y nada menos que risotto de pollo para comer en familia.

No es mero cierto que las telenovelas están realizadas para entretener y se toman o se dejan como dice Pedro de la Hoz en el periódico Granma. No pretendemos hacer un análisis sociológico de la misma, también en nuestro país se logró una gran teleaudiencia, pero un público con nivel cultural acostumbrado a la crítica como el nuestro, alfabetizado hace más de cincuenta años, no merece recibir productos artísticos muy por debajo a lo que se le acostumbró, a pesar de los premios que acompañan  a Avenida Brasil que la convierten sin dudas en la telenovela más famosa del Gigante suramericano. O al menos merece un desquite, a través de un programa de debate en el que se analice hasta dónde se puede idiotizar a las grandes masas con telenovelas que se burlan precisamente de ellas.

Sucede que la televisión es  uno de los medios de difusión  más apropiado para “educar” al pueblo. Baste recordar telenovelas como  Señora del destino o Vale todo, donde sus protagonistas, interpretadas por las actrices Susana Viera y Regina Duarte, eran portadoras de mensajes positivos en el que se presenta al trabajo como el único medio de triunfar en la vida con honestidad, en nuestro país la segunda mencionada, aportó a nuestra lengua hasta el término de “paladares”. También nos han acostumbrados a telenovelas históricas donde fenómenos como el de la esclavitud aparecen muy bien narrados, se le recuerda al público cuán degradante fue y como negros y blancos ayudaron a conformar a la nación brasileña, hay parlamentos memorables como los que se dicen en Niña Moza y es lícito también recordar a La Esclava Isaura. Las telenovelas de Globo, merecen palmas por tratar inteligentemente asuntos como el homosexualismo, racismo, cómo tratar a los niños con retardo, la violencia hacia la mujer, etc.

Ya en Cuba tenemos suficiente con nuestras propias telenovelas, se obvia la crítica, y el gusto del televidente para poner productos cada día más deplorables, que a diferencia de Avenida Brasil que logra atraparnos por el nivel de las actuaciones, la excelente música y fotografía, son ignoradas por un gran sector de la población que va padeciendo de fobia hacia la novela cubana, al punto de cambiar el canal cuando esta empieza, lo cual debería ser motivo de dolor y no ignorado. Los programadores no se preocupan ni porque en el verano aparezcan por la pantalla chica. Es bueno recordar que somos los abuelos o los padres de un negocio que ha llegado a ser multimillonario con la tan recordada El derecho de nacer, donde por cierto hay una fuerte dosis educativa en la que se analizan problemas raciales, madres solteras, la superación personal, y sobre todo el honor, la dignidad que no debe faltar a ser humano.

¿Dónde está el sentido del honor de Avenida Brasil?, ¿qué personaje saca la cara para aportar algo positivo?, en una sociedad donde el Tiradero se presenta como un sitio donde jamás apareció una rata, un mosquito, una mosca.

Para colmo en el capítulo final casi nos hacen “chupar” el tete de Adauto que se curó milagrosamente de una obsesión  y logró anotar el gol que hace rato no anota la televisión cubana con una novela, ya sea por problemas de horario como sucede con la estelar Ronca de Oro o porque no “Todo lo que brilla es oro”.


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