Berta Martínez: su memoria en los escenarios


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Berta Martínez: su memoria en los escenarios

Son los días finales de octubre el período en el cual el teatro cubano y su público conmemoran la partida hacia lo eterno de la excepcional actriz y directora –además de diseñadora – Berta Martínez; esa extraordinaria maestra de actores.

Este quinto aniversario encuentra a la que fue su última compañía teatral – Hubert de Blanck— en el proceso de ensayos de El perro del hortelano, la conocida comedia del gran Lope de Vega, en versión y dirección de la directora Orietta Medina, también directora general de la institución.

En 1964 protagonizarían Berta y Sergio Corrieri la puesta en escena de dicha obra en Teatro Estudio, bajo la dirección de Vicente Revuelta y Julio Matas, en una producción que quedó en la memoria de cuantos la presenciaron, entre otros motivos por la levedad y la gracia desplegada en escena por la actriz, la misma que había representado a Catalina, la hija muda de La Coraje, en Madre Coraje y sus hijos, en diciembre de1961, para encarnar luego la Reina en el impresionante espectáculo de Fuenteovejuna  (1963) y comenzar el propio 64 con su creación personalísima de Lala Fundora en la exitosa comedia Contigo pan y cebolla, de un muy joven Héctor Quintero; una actriz a la cual se le reconocían, además,  labores relevantes en el repertorio de los grupos Prometeo y Patronato del Teatro durante la década anterior en títulos inscritos en otras cuerdas dramáticas.

Cuentan quienes la disfrutaron, cómo el verso lopesco, siempre hermoso --y particularmente rico en formas métricas en esta obra-- emulaba una melodía inteligente y llena de matices en la voz que para aquella obra había especialmente encontrado en su infinito diapasón La Martínez, como años después se le identificaría con cariño y admiración en el medio.

En su faceta de intérprete, cuya trayectoria sacrificaría en aras de la creación de espectáculos como directora teatral, asomará hasta la última jornada el ejercicio de la transformación y el arte de las sutilezas que dejó probados su inolvidable Condesa de Belflor.

Berta fue una actriz con la capacidad de transitar con similar pericia por distintos registros, géneros y sistemas teatrales. El examen de su quehacer interpretativo deja ver modelos de performatividad y un personalísimo sello en tanto actriz.

No obstante, desde muy temprano mostró en su trayectoria interés por ir más allá, por llegar a la creación completa del espectáculo. De ello dan fe El difunto Señor Pic, cuya puesta le deja Francisco Morín, que debe salir de viaje, encargada de terminar – sin sospechar la transformación absoluta en género y propósito que ello supondría-- y que conquistó para ambos (como codirectores) el Premio de la Asociación de Reporteros Teatrales y Cinematográficos (ARTYC)  de 1957 y el Premio de Actuación Femenina para Berta y, ya en las filas de Teatro Estudio, en ese fecundo año de 1964, en septiembre,  la puesta de La casa vieja, de Abelardo Estorino.

Hasta el estreno de Galileo Galilei, en diciembre de 1974, comparte la interpretación y la dirección escénica, puesto que en 1969 alza sobre las tablas el inquietante Don Gil de las Calzas Verdes, de Tirso de Molina, y  en 1972 La casa de Bernarda Alba, con una mirada distinta a la experiencia que realizó en su espectáculo Bernarda de 1970, pero desde los finales de la década se concentrará en la creación de espectáculos para la escena con la estremecedora puesta de Bodas de sangre donde se ocupa, además, de todas las tareas relacionadas con el diseño. A partir de ahora será una artesana teatral en el sentido más profundo y completo del término. Cada espectáculo estará esculpido por la artista hasta el mínimo detalle.

En su taller artesanal todas las influencias, pero junto a Meyerhold acaso sea oportuno hablar también de Francisco Morín, ese virtuoso aún relegado en la frágil memoria de nuestra escena, quien modelaba con rigor ritmo, gesto, composición en el espacio; artista dado igualmente a los escenarios sobrios y estrictos en su elaboración raigal de la belleza.

En el caso que nos ocupa su poética se define por el elocuente trabajo con el espacio, la limpieza (cuya base es la precisión) en acciones y secuencias, el sentido del ritmo, cual si se tratara de una partitura musical. Los personajes son cincelados hasta resaltar el rasgo más sutil, se cuida particularmente la emisión de la voz, el fraseo, la enunciación del texto. Sus jornadas de preparación son intensas y de larga duración. El espectáculo se levanta milímetro a milímetro sobre el lugar de ensayo y tiene varias capas de espesor, de ahí los múltiples planos de lectura.

Es este, además, un teatro que se distingue por la persistencia y la profundidad de su elaboración ideológica, por su discurso sobre las sociedades, su estructuración, funcionamiento y cómo esta perspectiva macro se revela en las vidas y destinos de las gentes.

Luego de su Macbeth de 1984 retornó a Lorca con La zapatera prodigiosa (1986). Creo que era la preparación del giro que vendría, ese donde su atrevimiento y su irreverencia vuelve a sorprender a los conservadores y a los incautos. La gran mujer de teatro –que es símil de cultura, conocimiento del ser humano, curiosidad avasalladora, asociaciones infinitas-- recreó para la escena dramática, en versiones pensadas para actores en lugar de para voces líricas, los dos títulos del género chico español más conocidos entre nosotros: La Verbena de la Paloma o El boticario, las chulapas y los celos mal reprimidos (1989) y, en 1991, El tío Francisco y las leandras.

Las dos creaciones resultan de sus investigaciones sobre los referentes del teatro cubano que, la condujeron antes por la picaresca y ahora por el ámbito del espectáculo musical popular, estableciendo las relaciones entre el llamado género chico y ese fenómeno semejante que es el bufo cubano.

Se retoma la línea que había conducido al Don Gil… y se revisita la escena española de los entremeses y pasos, de las tonadillas – tan gustadas en La Habana de primera mitad del XIX –de la producción sainetera y lírica en formato de zarzuelas — grandes y chicas—.

Después de las exitosas temporadas de El tío Francisco…, fiel al concepto de la salvaguarda del repertorio histórico de las compañías, la directora realizó las reposiciones de Bodas de sangre, La casa de Bernarda Alba, La zapatera prodigiosa y tres giras a fines de los noventa por la península ibérica. Entre tanto acariciaba hacer una magna travesura: muchas veces habló de un posible nuevo título: La pícara Coraje. Bastaba su enunciado para introducir a quienes la escuchábamos en un audacísimo y muy actual mundo de expresivas visiones.

No hubo tiempo ni tampoco condiciones. No lo sabíamos ni lo entendíamos bien, pero silenciosamente la salud se resentía. El 27 de octubre de 2018 terminó de pasarnos su heredad.

No dejo de pensar en ese último proyecto. La Maestra nos dejó una tarea.

 


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