Afirmar que Bola de Nieve fue todo un fenómeno artístico en Cuba y América,  no es una idea exagerada y mucho menos uno de esos absolutismos que tanto molestan.  A lo mejor más de un atrevido afirmará que esa “voz de grulla” es difícil de escuchar y pondrá en duda su estilo, tratando de marginar a uno de los mayores intérpretes que ha dado la Isla.

Hace 45 años, Bola— fuera de su tierra— marchó con la misma lozanía de sus canciones y la tristeza transmisible de su persona a un lugar sólo reservado para aquellos que saben hacer de la música, su vida.

Yo no sé si me inicié en el arte o si me iniciaron. Yo no tuve motus propio para decir: yo quiero ser. ¡Jamás!, declaró el gran Ignacio Villa a Orlando Castellanos,  días antes de partir hacia México donde falleció el 2 de octubre de 1971.

Su deceso constituyó—como siempre sucede ante la pérdida de personas queridas— un dolor altamente insuperable para la cultura cubana.

Además de ser un intérprete de variado repertorio internacional, compuso una considerable cantidad de canciones, entre ellas: "Si me pudieras querer"; "Ay, amor"; "Drume mobila"—cuya letra fue incluida en una antología de poesía cubana en 1939 por Juan Ramón Jiménez—; "Tú me has de querer"—grabada por Pedro Vargas en 1940—; "No dejes que te olvide”, entre otras.

Sobre él escribió Alejo Carpentier: “Bola de Nieve nos pone a todos de acuerdo, evidentemente. Pero ha tenido, por encima de eso, el talento necesario para ponerse de acuerdo con todos los pueblos del mundo.”

Ignacio Villa arrancó todos los aplausos que quiso. Fue Rey de corona eterna y todavía su voz de vendedor ambulante y messié seguirá cautivando a todo aquel que respete y ame lo más excelso de la música criolla. Las melodías de Bola de Nieve no son sólo patrimonio único de Cuba, Bola es de América.