Cuando por motivo de una Semana de la Cultura Británica en Cuba en el 2002, visitó nuestro país George Martin, el que fuera productor de Los Beatles, recuerdo mi ansiedad por conocer a alguien tan cercano al famoso cuarteto de Liverpool. Sin embargo, más emocionado estaba por la responsabilidad que me había otorgado el maestro Leo Brouwer de organizar un concierto en el Teatro Amadeo Roldan, donde el propio Brouwer dirigiría la Orquesta Sinfónica Nacional con el guitarrista Joaquin Clerch para interpretar su aclamada Suite From Yesterday to Penny Lane, además que Martin dirigiría también la Sinfónica en dos clásicos como Yellow Submarine y Hey Jude. Por supuesto, tuvimos la inmensa satisfacción que nuestro estimado maestro expresara su mayor regocijo por el resultado final de dicho evento, del mismo modo que George Martin al terminar la interpretación de Hey Jude, se le veía sumamente conmovido ante la reacción del público que colmó el teatro. Tenía los ojos rojos a punto de soltar las lágrimas agradecidas por la inesperada y expresiva acogida. Aunque obviamente, tuvimos algún que otro momento para conversar acerca de Los Beatles, en esos minutos el periodista que hay en cada uno de mis colegas, fue suplantado por el Director Artístico hasta tal punto que Martin me llamaba jocosamente como “El Hombre Preocupado”, por nuestra atención hasta el mínimo detalle para que nada saliera mal en la preparación del espectáculo. Quizás el fragmento que más recuerdo de nuestros diálogos con George Martin es aquel en donde le pregunto que si algún día Paul McCartney podría venir a Cuba. El muy circunspecto, como buen inglés, respondió que sería difícil, puesto que Paul dejaría de ganar dinero en ese hipotético viaje.
Nosotros, por elemental cortesía con el destacado visitante, preferimos no ahondar en esta parte de la conversación, puesto que él mismo era el ejemplo de haber dejado temporalmente al lado sus negocios, para cumplimentar la invitación y regresar literalmente arrebatado de alegría al terruño de Los Beatles.
No obstante, desde entonces tuve la percepción de que estábamos cerca de la posible visita de Paul o Ringo Starr a nuestro país.
Ahora, hace tan solo días, pudimos dialogar con Peter Brown, miembro del equipo de producción de Los Beatles, la mano derecha del manager Brian Epstein. Aunque dicho diálogo fue breve, siempre nos acompañó la sensación que estábamos todavía más cerca de los llamados Chicos de Liverpool sobre todo cuando narra la reacción de los miembros del grupo al ocurrir de la muerte de Epstein en el verano de 1968. Estaban todos reunidos en la casa de Ringo, consternados no solo por el trágico suceso sino también preocupados por el destino, por el rumbo que debía de coger el grupo en cuanto a su trayectoria artística, ahora que no tenían manager. Cuenta Peter que en uno de esos dramáticos momentos donde, en situaciones como estas, se necesita liberar tensiones, él se pone a mirar el paisaje citadino a través de una ventana, cuando de pronto siente que lo abrazan profundamente por la espalda. Era John Lennon quien al virarse, le preguntó si se sentía bien y obviamente Brown le dijo que no.
Quizás la siguiente pregunta la hagamos de nuevo, en esta ocasión a Paul cuando de una vez y por todas se encuentre entre nosotros, pero no podíamos perder esta oportunidad de confirmar nuestro punto de vista en cuanto a las causas que motivaron la separación del renombrado cuarteto. Y Peter Brown nos dio la razón. En primer lugar, Yoko Ono, para nada fue la culpable de la desintegración del grupo. Ya no eran los cuatros jóvenes músicos ingleses de 1962 con un mundo desconocido por rendir a sus pies. Para ocho años después, tanto Paul como John, Ringo y George Harrison, eran sólidas individualidades en el terreno de la música rock, profesión donde cada cual ansiaba probar suerte por sí mismo. Además, cada uno de ellos tenía una contenida intimidad cuya vigencia necesitaban defender más que la permanencia misma del grupo en sus vidas. Sin embargo, esa complicidad entre los cuatros Beatles por grabar como despedida al disco que nombraron Abbey Road, provoca una interrogante nuestra a la cual Brown, nos otorga de nuevo la razón acerca de su origen. Hacia 1968 y 1969, aparecen en la escena nombres tales como Led Zeppelín, Deep Purple o Emerson, Lake and Palmer, nombres de grupos que entraron por la misma puerta que Los Beatles abren a la evolución del rock como género, pero al mismo tiempo, ninguno de estos grupos mencionados tienen que ver con la estética desarrollada por los cuatros músicos de Liverpool. En tal sentido, ni el heavy metal del mismo modo que el llamado rock progresivo se alineaban conjuntamente con el modelo de las renovadoras propuestas de Lennon, McCartney o de Harrison como creadores. Todo esto nos conduce a establecer un símil de lo que sucede con los grandes campeones del boxeo, quienes habitualmente se retiran con el título de la división en que se encuentran clasificados. Por lo tanto, con la realización del disco Abbey Road, en 1969, el grupo encuentra el pretexto oportuno para retirarse en la cima de la popularidad, como los dueños de toda una añoranza musical cuya característica principal fue la de marcar los derroteros a seguir estilísticamente por sus contemporáneos, sin necesidad de asumir las nuevas tendencias que estaban surgiendo e imponiéndose entre los amantes del rock hacia finales de los años 60 (1). Es el propio Brown quien fundamenta nuestro criterio al concluir que Los Beatles aplicaron la filosofía de más vale una retirada a tiempo como la honrosa salida para el final como grupo de este indiscutible mito de la música popular contemporánea.
Nota
(1) Recuerdo mi reacción de cuando la primera vez que escuché el Volumen I de Led Zeppelín, acabado de salir al mercado en 1969. Como fiel “beatlemaniaco”, mentí a los amigos de entonces al decirles que ese tipo de música no me gustaba, pero a la vez tenía la certeza que ahí estaba la próxima gran oleada del rock y que sería arrolladora, como realmente sucedió.
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