Capablanca en las alturas


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Levantas la vista, y lo ves: hay alfiles y torres de ajedrez en el friso del Hotel Nacional de Cuba, coronando la ciudad. Están allí en honor a un deportista único, José Raúl Capablanca Graupera (19 de noviembre de 1888-8 de marzo de 1942).

“Aprendí a jugar al ajedrez antes que a leer”.

Nació en justo momento y lugar, cuando La Habana compartía con Nueva Orleans y Nueva York el primer puesto en el mundo ajedrecístico de América. Movió las primeras piezas viendo a su padre jugar; cuando logró derrotarlo a los cuatro años de edad, se erigió como el segundo niño prodigio en su ámbito y, de una vez y para siempre, figura legendaria a escala mundial[1].

“El Ajedrez, como todas las demás cosas, puede aprenderse hasta un punto y no más allá. Lo demás depende de la naturaleza de la persona”.

Abandonó su carrera de Ingeniería Química en la Universidad de Columbia, Estados Unidos, por seguir la pasión de su vida, de la cual, sin embargo, hablaba poco. Dicen los que lo conocieron, y después los que lo estudiaron, que Capablanca en general prefería el silencio, pero cuando intercambiaba con cualquiera demostraba luces de una educación y cultura esmeradas. Tampoco seguía con rigurosidad las normas de un deportista en la vida cotidiana, pues era más bien adicto a accionar en las noches y el descanso de día. La conducta ante el tablero, la espectacularidad con que se le veía jugar, hizo exclamar al Campeón del Mundo Mijail Botvinnik, “no se puede comprender el mundo de ajedrez sin mirarlo con los ojos de Capablanca”; y al Gran Maestro Internacional Svetozar Gligoric, “Capablanca sabe, los demás ensayamos”.

“Ha habido momentos en mi vida en los que estuve muy cerca de pensar que no podía perder ni una sola partida. Entonces, resultaba vencido, y la derrota me obligaba a descender a la tierra, desde el mundo de los sueños”.

Se recoge para la Historia como su partida más antigua la que jugó a los 5 años en el Club de Ajedrez de La Habana el 17 de septiembre de 1893; sus fichas eran las negras, y el contrincante vencido Ramón Iglesias. De ahí en adelante, las distinciones se sucedieron vertiginosamente: Campeón de Cuba en 1900; en 1902 cuarto lugar en el primer Campeonato nacional cubano de ajedrez; a los 23 años ya había recorrido Europa y Estados Unidos, y era Campeón Panamericano; en 1911 ganó el Premio a la Brillantez y el título de Maestro. Entre 1921 y 1927, Campeón Mundial.

Ganó mucho y perdió poco, contra los más grandes de su época: Rubinstein, Nimzowitch, Spielmann, Marshall, Janovski, Schelechter, Vidmar, Tarrasch, Berstein, Chages, Mieses, Reti, Hopatkong… pero su rival preferido era el Campeón Mundial Alexander Alekhine, contra el que se consideraba invencible hasta que éste le arrebató el título de Campeón Mundial en el 27.

Se le vio jugar oficialmente por última vez en las Olimpiadas de Ajedrez de la FIDE, celebradas en Buenos Aires en 1939, presidiendo la delegación de Cuba junto a Francisco Planas, Alberto López, Rafael Blanco, Miguel Alemán y María Teresa Mora, quien llegaría a ser la primera maestra internacional cubana.

“Los libros de Ajedrez deben de usarse igual como usamos los anteojos: para mejorar la vista, aunque algunos jugadores los quieren usar como si ellos les otorgaran la visión”.

El 19 de febrero de 1912, invitado por la sección de ajedrez del Círculo de Artesanos de Cárdenas, participó en una simultánea desarrollada en su honor en los salones del gremio, enfrentando a 23 contendientes.

Pero no le bastó con el ejemplo en la práctica; entre 1912 y 1915 publicó en Cuba una revista dedicada al ajedrez, y en 1921 el libro Fundamentos del Ajedrez, en el cual ponía como ejemplo para el adecuado aprendizaje seis de las diez partidas en las que había sido derrotado. En 1925 participó como actor en la película Chess Fever.

“Yo sé a simple vista cómo ha de tratarse una posición, lo que puede ocurrir, lo que va a suceder, otros hacen ensayos, pero yo sé, yo sé”.

En el Cuartel NO, cuadro 1, Cruz de 2da. Orden de la Necrópolis Cristóbal Colón, de La Habana, hay un panteón decorado con una escultura de Florencio Gelabert; es de mármol de Carrara y representa un Rey Blanco de ajedrez. Está hecho a semejanza del que Capablanca utilizara.

Cada 8 de marzo trabajadores del INDER, estudiantes y apasionados llegan en modesta peregrinación al lugar y ofrendan flores. Porque allí se encuentran los restos de aquel que hizo del juego ciencia un arte, un objetivo en la vida, una pasión. Y puso el nombre de Cuba donde quedó para siempre su ejemplo: en las alturas.

 

 

Nota: 

[1] El primer niño prodigio del ajedrez fue el norteamericano Paul Charles Morphy (1837-1884). Aunque todavía no existía tal denominación, es considerado Campeón Mundial de su tiempo.


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