“Cubanos, con vuestro heroísmo cuento para consumar la independencia. Con vuestra virtud para consolidar la República. Contad vosotros con mi abnegación”, prometió a sus compatriotas Carlos Manuel de Céspedes aquel 11 de abril de 1869, al ser proclamado Presidente de la República en Armas.
A ese juramento fue fiel el iniciador de nuestras luchas independentistas hasta el momento de su caída, ya destituido, solo y en desigual combate, el 27 de febrero de 1874; tal como si, hasta en el último instante, su vida debiera estar marcada por el mayor sacrificio en aras de la libertad de la Patria.
En consecuencia con ese ideal que lo llevó al campo de batalla el 10 de octubre de 1868, fueron muchas las muestras de consagración dadas por Céspedes. Entre las más tremendas y conocida, la de no evitar, con la deposición de las armas, el fusilamiento de su amado hijo Oscar, hecho que lo convirtió, sin proponérselo, en el Padre de todos los cubanos.
Convencido de la necesidad de mantener la unidad en tiempos de guerra y de no distraer esfuerzos en asuntos de carácter civil que podrían resolverse una vez alcanzada la República, tuvo continuos enfrentamientos con la Cámara de Representantes del gobierno que encabezaba, todo lo cual se agudizó tras la muerte de Ignacio Agramonte en mayo de 1873, cinco meses antes de su destitución.
Acatar la decisión de ser despojado de la presidencia, aun cuando en el Ejército Libertador conservaba cierto apoyo, fue otro acto de gran desprendimiento y de sumo respeto a la Constitución, por parte de quien ya había renunciado a todos sus bienes materiales, y perdido en el fragor de la lucha una veintena de familiares.
“Un hombre de mármol”, lo llamó Martí refiriéndose a la integridad que demostró a lo largo de su existencia el caballero cultísimo, el que dio la clarinada libertaria en La Demajagua y cayó luchando, con tan solo las seis balas de su revólver, en un barranco de San Lorenzo.
A 150 años de su paso a la inmortalidad, la vida y el pensamiento de Carlos Manuel de Céspedes constituyen parte imprescindible en los cimientos de la nación y refuerzan, inagotables, el orgullo de ser cubano.
Deje un comentario