Chile y Cuba en la música / Por: Rafael Lam


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La visita de la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, me ha provocado la pregunta: ¿Qué relación existe entre Chile y Cuba en la música?

Posiblemente el cantante internacional más querido en Cuba fue Lucho Gatica, la voz de terciopelo de Chile vino a Cuba por primera vez en 1954, después fue contratado siete veces más. En 1957, Lucho, convertido en ídolo, es contratado por Gaspar Pumarejo quien lo invita a una gran fiesta de la música cubana donde se reunirían en el Gran Stadium del Cerro importantes músicos que residían en el exterior. Los invitados extranjeros solamente fueron Tito Puente y Lucho Gatica, que se sintieron siempre un poco cubanos. Gatica se presentó y Pumarejo le situó secretamente a su madre entre el público. Aquel golpe de efecto se imitó después hasta la saciedad en los espectáculos televisivos mundiales.

Recuerdo a Lucho en algunas de sus visitas, yo asistía a sus recitales que efectuaba en el Teatro Nacional (ahora Gran Teatro de La Habana “Alicia Alonso”), donde el cantor después de una de sus ocho películas, cantaba al público. La entrada me costaba un peso. El chileno contaba con una voz privilegiada que unió en el amor a muchas parejas de cubanos.

Casi empezando la década de 1960 llegan las canciones de Monna Bell a Cuba, causa sensación su bella voz con grabaciones como La Montaña, Silencio Corazón y Aún te sigo amando.

Después, en esa misma década de 1960, en medio del fervor político cubano, visita a Cuba Víctor Jara, escuché muchas de sus conferencias en la Biblioteca Nacional y en la Casa de las Américas. También llegaron Isabel y Ángel Parra, hijos de Violeta Parra. Isabel acompaña al grupo Quilapayún en la primera visita a La Habana. El Quilapayún fue muy seguido por grupos de la Nueva trova como el Moncada. Los hermanos Parra y muchos otros visitaban asiduamente a Cuba en los Festivales de la Canción Política de la Casa de las Américas.

La Nueva Canción Chilena estuvo muy ligada a Cuba: Violeta Parra y Carlos Puebla son dos de los adalides de la Nueva Canción Política en América Latina.

Recuerdo a los hermanos Parra llegar a Cuba con sus cuecas, pandero, violines, guitarras, cuatro charango, guitarrones, quena, charango, requinto. Era muy conocida la Peña de los Parras en Santiago de Chile y hasta en Francia donde residieron un tiempo.

En un momento difícil para Chile, después de un terremoto, se celebraba el Festival de la Canción Viña del Mar en Chile, la representación cubana fue el cantante Coco Freeman, quien cantó Para vivir de Pablo Milanés. Ahora me viene a la memoria que en 1941, ya en el Festival Viña del Mar, se había introducido la conga de carnaval cubana. En esa etapa fue tal la penetración de la conga y la música cubana, que se bailaba como música de moda hasta en las fiestas costumbristas.   

Cuba en Chile

Aunque existen pocas referencias acerca de la difusión de la música cubana en Chile, recientemente tuvimos conocimiento de la avalancha de los ritmos cubanos en ese país desde la década de 1930. En una conversación con el Doctor en Musicología Juan Pablo González, nos contó que desde muy temprano en el siglo XX las discográficas estadounidenses invadían Chile con grabaciones de música cubana.

Desde las primeras décadas del siglo XX, en ese país de Suramérica existieron intercambios musicales, allá se recibían muy bien los discos de la música cubana.

En la década de 1920 comienza la explosión de los septetos de son, por ese tiempo llegan a Chile artistas del cuplé y la zarzuela —mayoritariamente españoles—, en gira por América Latina, comenzaron a sumarse músicos y cantantes argentinos, mexicanos y cubanos.

Parece ser que el primer músico cubano que arribó a las tierras de Chile fue el compositor y director cubano Isidro Benítez, músico negro que acompañaba a Josephine Baker. Benítez luego trabajó con la Mistinguette en el teatro Casino de Chile. También se presentaba en bailes sociales, recepciones, comidas, matrimonios, despedidas de solteras, cocteles y tea-parties, de la elegante sociedad chilena.

La llegada de una “troupe” de músicos negros cubanos acompañando a la sensacional vedette de ébano Josephine Baker con solo 23 años y el diablo en el cuerpo, fue el primer gran impacto.

La artista cundió el pánico ante los censores eclesiásticos y hasta los partidos liberales. La crítica exclamó: ¡Los negros invaden el mundo!”, y hasta el Presidente debió tomar partido en el asunto.

Después llega la agrupación cubana Siboney con cantantes y bailarinas de ébano, bailadoras de auténticas rumbas.

A tanto llegó el problema que el musicólogo Pedro Humberto Allende, en el periódico El Mercurio, de 1935, redactaba: “En nuestras fronteras penetra la música perversa, canallesca que, empezó por los cabarets, continúa con la invasión malsana, corrompiendo el gusto artístico de la inmensa mayoría. Así vemos que los tangos, las rumbas y la música falseada de los negros norteamericanos, desplazan a nuestras nobles tonadas y cuecas chilenas”.

Este duro comentario de quien fuera el primer músico chileno en recibir el Premio Nacional de Arte, alguien que siempre estuvo atento al entorno musical que lo rodeaba deja entrever el alto nivel de penetración que alcanzaba en Chile esta invasión de bailes afroamericanos a mediados de la década de 1930.

Después del escándalo de Josephine Baker con los negros cubanos, llegarían a Chile diversos exponentes de música cubana: Isidro Benítez (1926), Orquesta Siboney (1933), Trío Matamoros (1937), Lecuona Cuban Boys (1942), Xavier Cugat (1949), Bola de Nieve (1944), y el rey Dámaso Pérez Prado (1953) en la apoteosis del mambo mundial.

La Lecuona Cubans Boys es uno de las agrupaciones musicales extranjeras más recordadas en Chile, de la década de 1940. La banda cubana tocaba sones, guarachas, rumbas, congas, mambos y boleros.

En 1933 la rumba había destronado al pujante foxtrot, lo leemos en Mundo Social, en 1933. El impacto de la Orquesta de Don Azpiazu con el cantante Antonio Machín y la grabación de El manisero, causó tal estruendo en Estados Unidos y Europa, que obligatoriamente repercutiría inmediatamente en el Sur de América.

En 1933 las editoras Casa Wagner y Casa Amarilla comenzaron a editar en Santiago de Chile arreglos chilenos de rumbas cubanas, algunas de Eliseo Grenet. La revista Para Todos, incluía boleros, corridos y rumbas de moda.

Casi no existía cantante en Chile o Argentina que en los 30 no cantara alguna rumba, señalaba Sergio Pujol, hasta Carlos Gardel lo hizo. En 1939 una fiebre de la conga cubana inundó Argentina y Chile con revistas musicales.

Concretamente Cuba, sin una industria musical como la de Argentina y la mexicana, pudo estremecer desde sus cimientos a la sociedad chilena, precisamente con muchos cantantes y grupos en vivo, todo ello constituía un espacio resonante con lo que se hacía en los teatros, radios y fiestas.

Los cubanos les dieron a los chilenos un sabor que no podía darles el vals, la cueca, los estilos agallegados. El danzón, por ejemplo les permitía el baile de aproximación entre sí, y de exteriorizar sus impulsos y placeres. El son le obligaba a moverse a compás con brazos y piernas, hombros y caderas. Música de éxtasis y frenesí colectivos tan apreciados por la juventud necesitada de emociones fuertes.

A comienzos de la década de 1940 la rumba seguirá presente en Chile a través de las compañías cubanas de revistas que actuaban en los teatros Caupolicán, Balmaceda y Baquedano, siempre con  rumbas y rumberos acompañados con orquestas cubanas. De todas las rumberas conocidas, María Antonieta Pons sostendrá el cetro de la “Reina de la rumba”; presentada como la reina más sensual del mundo, famosa a través de las películas mexicanas como Noche de ronda (1943) y Siboney (1944).

Con esos presupuestos, los chilenos fueron aceptando normalmente la rumba, el mundo negro ya dejaba de ser “grotesco”, “primitivo”, “epiléptico”.

En la década de 1940 suena la percusión cubana con las actuaciones de la orquesta-espectáculo Africanos Swingers, del cubano Joe Oquendo con el timbalero negro Guácara.

A la rumba y la conga le sigue en popularidad la guaracha del teatro bufo del siglo XIX, con  su picaresca burlona y satírica. Ñico Saquito con Los Guaracheros de Oriente alcanzaba notoriedad en Chile.

Cuba y Chile siguen unidos por la música.


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