China en Cuba, más que una gala cultural


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Terminó hace solo unos días la XXIV reunión del Foro de Sao Paulo, un encuentro que aboga por articular estrategias de integración de los movimientos de izquierda a nivel mundial. Entre los más de un centenar de partidos y movimientos sociales progresistas de América Latina y Europa, participó la delegación china, presidida por Li Qiang, miembro del Buró Político del Comité Central y secretario del Comité Municipal de Shanghai del Partido Comunista de China (PCCh); trajo consigo un regalo para el pueblo cubano: La noche de Shanghai, un espectáculo artístico presentado en la sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba, el sábado 18 de julio de 2018.

Mucho podría hablarse de la gala, propiciada por el Gobierno Municipal de Shanghai, el Ministerio de Cultura de la República de Cuba y la Embajada de la República Popular China en la República de Cuba. Por la parte asiática, sobresalieron las presentaciones del Conjunto de Cantos y Danzas y la Orquesta, con detalles de una cultura milenaria con toques contemporáneos que la hace imperecedera y armónica. Lujo, maestría y sensibilidad en Fiesta de colores y belleza, El patio y la fragancia, El ibis, mi ave carirroja, y otras piezas que produjeron la ovación del público. Impecable la interpretación de Liao Changyong y el Conservatorio de Shanghai, en No hay que olvidar el ideal con que nos iniciaron.

De Cuba, en la escena una de las principales compañías dedicadas a la representación de la cultura popular y tradicional: BanRarrá, que hizo galas de experiencia y habilidades al interpretar expresiones músico danzarias de origen franco-haitiano en la pieza Danza de dos bandos, e indudable destreza y profesionalismo al llevar al escenario las diferentes modalidades de la rumba cubana, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Como símbolo de hermanamiento y homenaje al país anfitrión, el Quinteto Femenino del Conjunto de Cantos y Danzas de Shanghai regaló al público una versión de La Guantanamera, esa obra de creación popular que inmortalizó a Joseíto Fernández, puso en boca del Mundo los Versos sencillos de José Martí, y se convirtió en un himno identitario de cubanía.

Sin embargo, para esta espectadora curiosa, lo más significativo en materia de conjunción cultural para una noche magnífica, lo fue la presencia de dos expresiones asiáticas que, desde tiempo que se pierde en la memoria, forman parte de la cultura popular cubana.

Cuando fue presentado al público el virtuosísimo Hu Chenyun para ofrecer la pieza El Ave Fénix con su corte de pájaros en un concierto matutino tocando el suona, con acompañamiento de la Orquesta China de Shanghai, muy pocos podrían imaginar que ese instrumento de viento con sonido alto y muy agudo, que se utiliza con frecuencia en los conjuntos de música tradicional china, en particular los que llevan a cabo sus interpretaciones al aire libre, no iba a ser otro que nuestra corneta —o trompeta— china, esa que identifica a una de las expresiones culturales tradicionales más emblemáticas: la conga oriental.

El comercio de culíes chinos, comenzado por la necesidad de fuerza de trabajo en las plantaciones coloniales de Asia Oriental, se extendió rápidamente como “sistema de contratación” hacia otras regiones, entre ellas Cuba, donde la contradicción esclavitud-abolición había creado una grave situación económica en la segunda mitad del siglo XIX. Junto a estos inmigrantes —que llegaron a sumar más de cien mil entre 1848 y 1860—, llegó a nuestra cultura el suona; pasa de mano en mano, de generación en generación, y va cambiando su estilo, más cercano ya a la escala diatónica de la música criolla.

La corneta china ya no es interpretada necesariamente por un descendiente asiático, ha llegado a ser parte integral y obligatoria de la conga santiaguera, y el pueblo entero sigue su llamado para arrollar a plenitud en lo que es ya una tradición cubana.

Otros componentes culturales chinos forman parte de nuestro entorno. Zhang Junyi, experto en habilidades acrobáticas, demostró con su extraordinaria ejecución artística que el taichi o taichichuan, arte marcial desarrollado en el Imperio de China y practicado actualmente por varios millones de personas en el mundo entero por razones de salud, como ejercicio de relajación o para fines de meditación, y el wushu, una exposición y deporte de contacto completo derivado de las artes marciales chinas tradicionales, constituyen la base fundamental del entrenamiento del artista, ese sistema que le ha permitido llegar a ejecutar acciones corporales impensables, asombrosas, perfectas. Viéndolo, es fácil remitirse a esos grupos de personas de la tercera edad —y también jóvenes o niños— que cada vez con mayor regularidad aparecen cada mañana en los parques de Cuba o en la extensión de los proyectos de la Escuela Cubana de WuShu, motivados por estrategias para elevar la calidad de vida que asumen estas prácticas ancestrales como recurso propio dentro de nuestra comunidad.

La utilización de medicina tradicional china y de ejercicios tradicionales con fines curativos en Cuba no es reciente: la tradición popular lo recoge en una frase: “a ese no lo salva ni el médico chino…”; y no es que se refiera directamente a Cham Bom-biá, o a Juan de Dios Siam Zaldívar, galenos otrora afamados en La Habana y Camagüey, sino a la prevalencia y experticia del arte de curar, basado en esa conjunción de cuerpo y espíritu, de energía y acción, de guerra y de paz, que hoy aprovechan nuestros servicios de salud, y que provienen del mismo lugar en que se adiestró el acróbata de Shanghai.

Noche de gala, de agradecimientos, de disfrute. Noche de reflexionar sobre cuánto tenemos que agradecer a otras culturas el ser ese ajiaco que para nuestro Tercer Descubridor, Don Fernando Ortiz, es la cultura cubana.

 

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