A cien años de Desolación, de Gabriela Mistral


a-cien-anos-de-desolacion-de-gabriela-mistral

Con solo tres cuadernos poéticos dados a la luz, a la chilena Gabriela Mistral le otorgaron el Premio Nobel de Literatura en 1945,“por su poesía lírica que, inspirada por poderosas emociones, ha convertido su nombre en un símbolo de las aspiraciones idealistas de todo el mundo latinoamericano”.

Desolación (1922) fue publicado por Federico de Onís, quien, cuando dirigía el Instituto de las Españas en la Universidad de Columbia, se había deslumbrado por la personalidad de la chilena, residente entonces en México; Saturnino Calleja dio a conocer Ternura (1924) en Madrid, cuando ya la autora se encontraba en España y había sido agasajada por el Pen Club; Tala (1938) se imprimió en Buenos Aires bajo el crédito de la Editorial Sur, financiado por Victoria Ocampo —Gabriela donó las utilidades a los niños huérfanos de la guerra civil española—; Lagar (1954) apareció en Santiago de Chile, a cargo de Ediciones Pacífico, durante el último viaje de la poeta a su país, después del otorgamiento del Nobel; a pesar de que había recibido allí el Premio Nacional de Literatura, hasta ese momento no le habían publicado en su tierra ningún libro inédito.

Estos cuatro cuadernos demostraron que no era necesaria una extensa bibliografía para obtener los más grandes reconocimientos literarios. Otras ediciones póstumas incluyeron poemas nuevos.

Antes de 1922 Gabriela Mistral solo era conocida en Chile como maestra y muy poco reconocida como poeta—a pesar de haber obtenido el primer premio en los Juegos Florales organizados por la Federación de Estudiantes Chilenos en 1914, por los “Sonetos de la muerte”—, a causa de su condición de mujer y su presunta homosexualidad, su discurso emancipado, su catolicidad heterodoxa y sus ideas sociales de avanzada, y especialmente por el aura del suicidio que había acompañado a los “Sonetos” desde 1909.

El ambiente social pacato y el conservadurismo chileno habían logrado opacar su obra. Posiblemente la salida de Desolación fuera un paso hacia la fama internacional, aprovechando el mito de un amor que se mató por deudas, edulcorado por la opinión pública de su país, recelosa de todo lo que pudiera oler a pecado.

El poeta mexicano Enrique González Martínez, embajador de México en Chile, y su secretario, Antonio Castro Leal, fueron quienes se interesaron por la sobresaliente maestra chilena, gran pedagoga popular, y la pusieron en contacto con José Vasconcelos, secretario de Educación Pública —nombrado por el presidente Álvaro Obregón, en plena revolución mexicana—, quien conducía un enorme plan de reformas para la educación rural.

Gabriela llegó a México acompañada de Laura Rodig, pintora y escultora chilena, también invitada por el gobierno de ese país para conocer de cerca el movimiento muralista y sus principales cultores. Juntas se interesaron por el arte, la cultura, la historia y la sociedad de raíces indígenas de ese diverso territorio, donde Gabriela fundó la Escuela del Hogar e imprimió 20 000 ejemplares de su libro Lectura para mujeres. Vivir la experiencia de la revolución mexicana marcó una huella social definitiva para toda su vida.

Es probable que el tratamiento poético del tema de la muerte haya sido lo que más llamó la atención sobre Desolación, a partir de la fama obtenida por los “Sonetos de la muerte”. Con ello su autora se insertó en el mundo intelectual de sociedades menos conservadoras que la chilena, como la mexicana, aunque prevaleciera en su valoración el dominante punto de vista masculino, enfrentado ahora a una vigorosa voz que combinaba prosa poética con canciones de cuna, temas del dolor y la escuela, desgarramientos y celebraciones, con una estructura desacostumbrada.

Este primer poemario asimismo concertaba un paisaje desolado de nieblas y brumas con plegarias y profecías, naturaleza y religiosidad, erotismo y sociedad, y por supuesto, la muerte, asuntos desconcertantes para el discurso femenino al uso. Anécdotas y fantasías se entretejían en la creación poética con un inaudito sentido de americanidad, desde la voz de un instinto educado, pero también espontáneo.

Desolación es un texto amargo y dulce simultáneamente; sombrío y espiritual, y, además, con luz propia. Su autora lo explica con precisión:“Dios me perdone este libro amargo y los hombres que sienten la vida como dulzura me lo perdonen también. En estos cien poemas queda sangrando un pasado doloroso en el cual la canción se ensangrentó para aliviarme. Lo dejo tras de mí como a la hondonada sombría y por laderas más clementes subo hacia las mesetas espirituales donde una ancha luz caerá sobre mis días.

Yo cantaré desde ellas las palabras de la esperanza, cantaré como lo quiso un misericordioso, para consolar a los hombres” (Poesía chilena contemporánea. Breve antología crítica, Colección Centenario Chile, Fondo de Cultura Económica, 1992. El énfasis es mío).

Su mensaje asume una visión humanística ante el arrasamiento del dolor; pide perdón por la pesadumbre de este libro ante la aflicción extrema de la destrucción, y de alguna manera se siente responsable, ante quienes perciben la vida con mayor dulzura, de las secuelas de angustia y las llagas causadas por la soledad que aquí recreó. Lo insólito es que estaba dispuesta a ser misericordiosa, como Jesús.

Los poemas que integran el libro pueden compararse con un rastro de sangre dejado en una travesía hacia la purificación espiritual; esa filosofía de san Francisco de Asís, uno de los pilares de su estética, ese empeño por la renovación espiritual de un nuevo cristianismo que materialice en hechos lo que se predica en los templos, hoy tiene una actualidad palpitante. Su sentido ético-religioso cristiano, católico y franciscano, le permitía ser más comprensiva con las ideologías, ir más allá de la tradición de creencias que se han hecho muy populares. Admitía otras religiosidades como el budismo, e incluso, otras credulidades como la reencarnación, pues más que el fundamento teórico o teológico, lo que le interesaba era la praxis sistemática de purificación mediante el amor al prójimo, sin separarse de la naturaleza; su núcleo se fundamentó en el amor a Cristo, junto al positivo mensaje de esperanza en el ser humano. Quizás su ideología religiosa incluya una base teogónica, pero su propósito es de un humanismo sincero y conmovedor.

En ese sentido mantuvo un lenguaje de perspectiva oral consciente, cercano a la predicación y a su condición de pedagoga, sin separarlo de su discurso poético. Su escritura coloquial, como una conversación en la penumbra o a solas, se adelantó a un tono desarrollado ampliamente con posterioridad en la poesía latinoamericana. Los sonetos de diferentes medidas —cuartetas y redondillas en diversas combinaciones entre el endecasílabo y el heptasílabo—, las quintillas, estrofas eneasílabas, canciones tetrasílabas y hexasílabas, romances y romancillos… alternaban para ofrecer un lenguaje variado y de esencias: el hueso de la palabra. La expresividad intentaba ser cósmica o estelar, de gran especificidad y, paralelamente, de una elaboración conceptual sobre ideas sugeridas con gran refinamiento y sin alardes expresivos. Su voz esencial representó una fuerza instintiva, de pasión y exquisitez, aunque a veces sea imperfecta o ruda.

En alguna ocasión reconoció que su poética se debía a sedimentos de su infancia en los valles de Elqui, sumergida por momentos en esos recuerdos. En esta primera entrega predominaba el realismo alegórico-sentimental, que de alguna manera reaccionaba al modernismo preciosista y enjoyado de Rubén Darío, entre otros. Sin embargo, no negó sus influencias modernistas, provenientes de la deslumbrante prosa estremecedora y conceptual de José Martí, aquien tanto admiró; de la irradiación del famoso libro de Amado Nervo, consumido por casi toda América Latina: La amada inmóvil, y acaso del primer Pablo Neruda. Además, se atisba una raíz romántica, con pocas metáforas, que no dejó herederos. Su ecumenismo ideológico de amplias resonancias humanistas construía una poética de intersecciones, encuentro de mestizajes y resumen de “lo diferente”, en sujetos líricos como indígenas, mujeres y niños, descalificados por una sociedad occidentalista y patriarcal, mediante incursiones oníricas y surreales, espíritu y búsqueda de una identidad americana.

Se ha comentado que la estructura de Desolación resulta un tanto caótica o desorganizada; sin embargo, posee una lógica interna. “Vida”, constituida por 23 poemas, inicia el cuaderno, con composiciones que reflejan su vínculo con la estética y la religión. Aquí se insinúa el tema de la desolación, con datos sugeridos de su autobiografía en relación con lo social. “La escuela”, de solo 2 inspiraciones, introduce una transición para declararse siempre maestra. “Dolor”, que cuenta en 28 poemas su historia de amor de manera alegórica, engarza a su peculiar religiosidad del tema de la maternidad y el erotismo; el sufrimiento expresado es la sustancia del libro, pero con un puente de equilibrio con el paisaje natural. Por último, con 13 cantos, en “Naturaleza” diluye el padecimiento y la melancolía en el espectáculo natural americano. La poeta maneja un universo trenzado en un tejido de convivencias imprescindibles para paliar su angustia.

Posiblemente lo más novedoso sea el manejo de la religiosidad y su vínculo con la muerte, bajo una perspectiva singular para apreciar la trascendencia de lo espiritual mediante una audaz forma de manifestar la catolicidad. No había renunciado a su raíz de judaísmo arcaico o religión primitiva; comulgaba con el cristianismo franciscano sin renunciar a cierto panteísmo empírico, lecturas budistas, filosofías orientales, sociedades teosóficas…, por lo que poseía una indagadora y entremezclada religiosidad, rara para su época. Su cristianismo católico era sincrético, heterodoxo, social, rebelde, y casi herético para la mayoría de los chilenos. Su religión no era catequista, sino instintiva; rechazaba la excesiva carga doctrinaria y prefería la comunicación y el atractivo del mito. Demostró que optaba por un diálogo directo con su dios, sin retórica ni cortesía, porque se trataba de un conocido, un arcano acompañante. También se diferenciaba así de la perspectiva de los místicos españoles.

Por otra parte, convivía continuamente con la muerte, que se anunciaba, sugería, palpitaba, y la sentía como obsesión desde muy joven. La parca se le acercaba en el sueño o en la inactividad, se hacía presente en la ausencia definitiva de los seres queridos, como frío o fuego eterno a la vez. Gabriela convertía a la muerte en símbolo cotidiano, huella reiterada y sesgo profundo de su discurso. Aparecía como imagen trunca e inacabada al tratar cualquier tema; sin embargo, no se sirve de ella para su aniquilamiento personal. Se sobreponía a la muerte y convivía con ella a pesar de su dolorosa gravitación, la transformaba usándola en el sentido romántico como sentimiento irremediable y herencia americana hacia otros nacimientos, porque de alguna manera tenía incorporada la ideología recóndita de los aborígenes americanos, convencidos de que la muerte es un anuncio para fuentes renovadoras de la creación natural.

En los “Sonetos de la muerte”, incluidos en Desolación, intenta establecer un diálogo con su desaparecido novio Romelio, que evoluciona hacia una transición del interlocutor que termina en un monólogo con dios, que llega a ser casi un diálogo, pues ella escucha su respuesta y también atiende a lo que le dice el suicida: todo para justificar el amor. En “Interrogaciones”, acosa con preguntas a ese Dios suyo para conocer la causa última, la razón verdadera del suicida. En “El ruego” mantiene el diálogo con el Señor con preguntas retóricas que da por respondidas, yen esa intimidad llega a reclamarle el perdón al suicidio, un conflicto singular, exclusivo, mezcla de ética, religiosidad y erotismo bajo una declaración íntima estremecedora, muy poco probable en poetas católicos europeos convencidos de la infalibilidad y la omnisciencia del Creador. La poeta, al ver al “Cristo doliente”, le recuerda que tiene una debilidad por estar herido, en una relación sin antecedentes en la poesía castellana.

Otro aspecto singular de Desolación es su erotismo, una sensualidad leve e insinuante de ternuras espontáneas con diversos matices, algunos intuitivos y construidos bajo la idea de la maternidad. En Gabriela hay un impulso erótico detenido, paralizado, nunca consumado, que se sublima en formas sustitutivas o diferentes, quizás con cierto complejo de culpa por el incumplimiento de leyes naturales y divinas que inducen a la maternidad. Por momentos, más que poemas de amor se tornan en versos amorosos del dolor, apasionados, transidos de angustia y autoculpabilidad. Persiste como una frustración, en ocasiones leve y solapada, pero sin rencor a nadie, ni siquiera hacia ella misma; permanece un pesar que constantemente aflora, sin condena ni acusación. No hay enjuiciamientos ni castigos. Su desolación interior no hace que ese sentimiento tan fuerte provoque daño o venganza, y de ahí el sentido humanista de su mensaje.

Su vínculo armónico con los valores del paisaje americano y su respeto hacia el medio ambiente tienen una presencia constante, especialmente por el mar como trasfondo, y las montañas, las florecillas, los frutos silvestres o los animales endémicos. Ninguno de sus enternecimientos se desvincula de ciertos detalles rurales, desde Atacama a la Patagonia, reiterados en sus poemas; la nocturnidad y las emociones estelares, así como sus relaciones con las esencias del reino natural, incluidas sustancias elementales, no resultan ajenas al aliento vital de los humanos, como para enfatizar que constituimos el mismo universo, una variante más de su unicidad. No están tan separados los reinos como suelen enfatizar ciertas ideologías para sostener una supremacía del ser humano justificativa de la sobreexplotacióndel medio ambiente. Su sentido unitario del mundo formaba parte de su fantasía poética y de su espiritualidad religiosa.

Lo que menos se ha destacado de la obra de Gabriela Mistral es su sentido social. Desde Desolación se advierte una afirmación consciente de la importancia de ser útil a los otros. Esta proyección denota un mestizaje que en su caso puede provenir de sus propios ascendientes, rara mezcla indígena, vasca y judía, además de su americanidad digna, orgullosa de su identidad mestiza. Esa hibridez para Gabriela es un orgullo en tiempos en que todavía se pataleaba por la “limpieza” de la sangre y la raza “pura”. Una de las características infiltrada en sus mensajes permanentemente fue su espíritu cívico y civilista, de una limpia ética del individuo en su compromiso con en el entorno social.

Desde los primeros poemas la misión de sensibilizar y formar esos valores de compromiso social mediante mensajes espirituales positivos para lograr mejores seres humanos, con imaginación y capacidad para el disfrute estético, constituyó un don que se impuso como deber, lo mismo como maestra rural que como fundadora de la Unesco.

En Desolación, y en el resto de su obra poética, hay un rechazo al fundamento ideológico positivista. Aportaba una poética de sencillez de la vida espiritual mediante un lenguaje imaginativo, sugerente, insinuador de elipsis y parábolas, con el coloquialismo esencial de un discurso dialogante y sencillo, sintético, de mensajes que por su desnudez se han asociado al sentido común del pueblo o a la literatura dirigida a los niños. Su obra logra una comunicación extraliteraria, más allá del género poético, porque sus expresiones cobran intensidad al reproducir el habla popular, los temas de la música folclórica y de las manualidades artesanales. Su poética a veces se mueve hacia una impúdica inocencia, casi maternal, y por ello llega con facilidad al mundo de los niños, un amor que transvasa a la naturaleza en mensajes antidoctrinarios y espirituales bajo la regulación facilitadora de la pedagogía, sin didactismos. Nunca escapa al discurso de género, digno y justo, rebelde y audaz, siempre elegante. La visión franciscana, su sentido espiritualista y el situarse con la justicia al lado de los humildes, la afilió a una proyección social para la construcción de una chilenidad noentendida en su país, por lo cualvivió casi todo el tiempo en el extranjero.

Desolación estableció un ciclo que va desde la mujer en la sociedad hasta la comprensión de la naturaleza: erotismo y espiritualidad difíciles de asimilar en su época, y mucho menos en su país. A cien años del inicio de la publicación de su poesía, ojalá podamos acercarnos más a la “otra Gabriela”: la que se deslumbró con el verbo martiano y defendió a Sandino, la que fue admirada por Alfonso Reyes y decenas de personalidades, la que respetaron como diplomática y política por su denuncia y enfrentamiento al fascismo, la defensora de los derechos de la mujer y la reivindicadora de la lucha social por los derechos civiles, la defensora del trabajo que sale de las manos con arte y la que se conmovía con el Evangelio por “pasión por el pobre”, la anti oligárquica temida por las derechas y la escamoteada por los calambucos. Ya es tiempo de conocerla.

 

 


0 comentarios

Deje un comentario



v5.1 ©2019
Desarrollado por Cubarte