Colocación de las cenizas de Pedro de Oraá en su lugar de reposo definitivo


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Fotos: Juan Carlos Romero

En la mañana del día en que cumpliría 89 años de edad, 23 de octubre, las cenizas del artista y poeta Pedro de Oraá fueron colocadas en la tierra del Jardín Madre Teresa de Calcuta, al fondo de la Basílica Menor del Convento de San Francisco de Paula, en la Plaza Vieja.

Un grupo de familiares, amigos y colegas del artista se reunieron para despedir simbólicamente al artista. Las palabras de despedida estuvieron a cargo del ensayista y poeta Rafael Acosta de Arriba, amigo de Oraá. Después de colocadas en el nicho, en la tierra del jardín, y depositada una rosa por cada uno de los concurrentes, el pianista y profesor del ISA, Ernesto Oliva, ofreció un breve recital en la Sala de Conciertos de la institución.

A continuación, las palabras de Rafael Acosta de Arriba:

“Este ha sido un año terrible, lo sigue siendo. Centenares de miles de muertos, millones de contagiados con la Covid 19, hambre, desempleo, economías en contracción, incertidumbre ante el futuro, realmente un escenario avérnico que hará del 2020 un año fatalmente inolvidable.

En su decurso, la cultura cubana ha perdido a relevantes personalidades. Hoy venimos a depositar las cenizas de uno de los grandes que nos abandonaron recientemente, Pedro de Oraá o simplemente Pedro. Un grupo de familiares y amigos nos acompañan esta mañana en la peregrinación a este lugar sagrado, en el que reposan también las cenizas de otras importantes figuras nuestras[1]. La idea de Eusebio Leal de hacer de este jardín un nicho de descanso de relevantes mujeres y hombres de la sociedad cubana, ganó el espesor de un ritual solemne, como él sabía hacerlo.

No deseo imprimir un tono luctuoso a mis palabras. Pedro sería el primero que hubiese sentido tal cosa como un despropósito, él, con su carácter irónico y habituales dosis de humor, me lo habría desaprobado. Aquí dejamos hoy el polvo del que fue y será siempre un gran artista, un hombre-historia de nuestras artes visuales, poeta integral de la palabra y del signo, un hombre sencillo a más no poder, que nunca reclamó ningún tipo de protagonismo para sí a pesar de que siempre fue un ser protagónico de nuestra cultura, un hombre entero, en fin, que mucho aportó a la cultura cubana y al arte universal.

Apenas comienza ahora el estudio y ponderación riguroso de su obra, tanto pictórica como literaria y estoy seguro de que muy pronto, mañana, conoceremos de ensayos analíticos que situarán el trabajo de Pedro en el sitial que ganó a fuerza de talento y laboriosidad. Un puñado de familiares y amigos tenemos la voluntad, junto al CNAP y la Fundación Mariano Rodríguez, de gestar un libro contentivo de una mirada antológica e integral de su obra. En eso andamos.

No es esta la ocasión para evocar la biografía de Pedro, aquí y ante ustedes ciertamente no es necesario, ello quedará para ese volumen y otros que, con toda seguridad, se publicarán en lo adelante. Agradezco a su viuda, Xonia Jiménez, la oportunidad de hablar en este sencillo y emotivo acto, en nombre de la familia y de sus allegados, pues es un triste privilegio y honor poder despedir al entrañable amigo. Los que conocemos el entorno de Pedro y Xonia sabemos muy bien que ella fue la compañía amorosa, segura y útil que tuvo Pedro en la recta final de su vida. Quiero concluir dándole lectura a fragmentos de su poema “Nuestra generación”, que a Pedro gustaba especialmente. El texto explica de dónde surgió un hombre como él:

 

Nuestra generación nació en las catacumbas

                                   de la clase anónima

Nuestra generación se hizo a empellones

                                   sobre el asfalto y

                                   raspando la piedra. Nuestra generación

                                   no conoció la seda o el lino

                                   sino la arpillera

Nuestra generación no bebió más que el

calostro

                                       y levántate y cae

                                       y levántate y a la calle

 

                                               (…)

 

Nuestra generación creció en la hierba del

                   placer

                                           jugando al béisbol

                     al duro y sin guante

                     y se fue con la de trapo

                     y en los vientos de cuaresma izó tímidos

                     volantines

                     hechos de papel craso de los víveres

                                             (…)

Nuestra generación tuvo por divisa la resistencia

No la cultiva hoy la asumió desde

        siempre

        su piel se curtiría con el sol de la

        fatalidad histórica

        con el salitre del cotidiano adverso

 

Y es por esto que

                  nuestra generación está viva todavía

                  tiene camino a recorrer actúa

                  fundida en el torrente

                  calla o cata si le da la real gana

                  muestra a los suyos el revés de los días

                  y en sus bolsillos aún conserva el oro

                  que la hacía rica entre los pobres

                  un oro invencible como el polvo

                  una monedita escasa y extraviada

                  que tantos añoran sobre sus bienes

                  aparentes

                  y que ya no se acuña:

                                                               la ilusión

               para pasar alentados e inermes

               la arena del desierto

 

Muchas gracias a todos por acompañarnos”.

 

 

Nota:
[1] En el jardín también reposan las cenizas de Lisandro Otero, Ana Cairo, Vicente Rodríguez Bonachea, Antonio Núñez Jiménez, entre otros.

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