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Colón: unos huesos andariegos


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La catedral habanera, una de las escalas de los supuestos restos colombinos.

En vida, los huesos de Cristóbal Colón no tuvieron descanso.

Un día en Lisboa, otro en Madeira, un tercero en Barcelona. Y se dice que, cuando aún respiraba el aire de los vivos, su osamenta tuvo que soportar hasta los fríos terroríficos de la congelada Islandia. Y cruzaría el Mare Tenebrosum, el Atlántico, repetidas veces.

Ya lo dictamina el refrán: “Genio y figura, hasta la sepultura”. Y los huesos del Gran Almirante de la Mar Océana tampoco hallarían reposo tras ingresar en los desolados parajes de la muerte.

En esa historia, desempeñaría papel principalísimo la catedral de San Cristóbal de La Habana.

Cómo comienza esta historia

En la miseria, olvidado por esos crápulas que llaman “los Reyes Católicos”, Cristóbal Colón fallece el 20 de mayo de 1506, en Valladolid. Es inhumado en el Convento de San Francisco, de esa ciudad.

Tres años después, su hijo Diego traslada los restos al monasterio de Santa María de las Cuevas, más conocido como la Cartuja de Sevilla.

Más tarde —en fecha no determinada, pero también del siglo XVI—  los restos vuelven a moverse, ahora hacia América, a La Española, y son enterrados en la catedral de Santo Domingo.

Pasó el tiempo. Y en 1793 entran en guerra Francia y España, contienda que se desenvolvió desastrosamente para los ibéricos. Así, el 22 de julio de 1795, en la localidad suiza Basilea, los representantes de Carlos IV de España y de la República Francesa están firmando un tratado según el cual España entrega la porción de Santo Domingo que dominan, mientras los franceses aceptan devolver el territorio ocupado a sus enemigos.

La corona da órdenes para poner a salvo las cenizas del Gran Almirante. De manera que el navío de guerra español San Lorenzo, bajo el mando de Tomás de Ugarte,  atraca en la capital cubana el 5 de enero de 1796, transportando unos despojos que, a partir de ese momento, comenzarán su historia habanera.

¡Eso no me lo llevo pa´ mi casa!

El cabildo habanero considera “una gloria que la ciudad posea dentro de sus muros este precioso depósito”.

Cuando quedan reposando los restos en un nicho de la catedral habanera, cualquiera hubiera pensado que en lo adelante disfrutarían de eterno descanso.

Pero no hubo tal.

En la mañana del 26 de septiembre de 1898 están tomadas militarmente la catedral y las calles que a ella conducen. El imperio español se ha desmoronado en sus últimos reductos americanos y va a producirse la exhumación de los famosos restos, para transportarlos a la Península.

Están presentes en la ceremonia —que se suponía iba a ser solemne—  el capitán general, el obispo diocesano, otros funcionarios, un académico de Historia, dos doctores en Medicina, un maestro de obras y tres obreros.

Después de un escrupuloso registro de la catedral, para evitar la presencia de personas extrañas, se procedió a la extracción de la urna.

Fue entonces cuando el escribano mayor preguntó: “¿Qué se hace con estos restos?”.

“Podríamos llevarlos para la casa del señor obispo”, propuso el capitán general.

Pero el mitrado ripostó iracundo: “Y… ¿por qué no se los llevan para la suya? ¡A mi casa no va eso!”.

Finalmente estuvieron de acuerdo en que, si las cenizas habían reposado durante 102 años en la catedral, allí se podían quedar hasta el momento final del embarque.

Y todos suspiraron aliviados cuando, el 13 de diciembre, partió del puerto habanero el crucero Conde de Venadito, hacia Cádiz, de donde la macabra carga sería llevada a la catedral de Sevilla.

Nota necrológica final

Hoy respetables investigadores sostienen que los huesos de Colón nunca estuvieron en La Habana. Aseguran, que en la desbandada que se formó a la hora de abandonar Santo Domingo, los confundieron con los de alguno de sus parientes allí inhumados.


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