Cuarta Jornada por la memoria, la verdad y la justicia.


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El 24 de marzo del año 1976, los militares argentinos llevaron a cabo un golpe de estado contra el Gobierno de María Estela Martínez de Perón, acto que dio inicio a una de las más sangrientas dictaduras del continente, y que dejó a su paso cerca de treinta mil desaparecidos y un enorme número de exiliados. 

Seis años más tarde, otro 24 de marzo, en una iglesia católica donde se denunciaba la brutal represión que ejercía la dictadura contra los sectores empobrecidos, fue asesinado el Arzobispo salvadoreño monseñor Oscar Arnulfo Romero. En su  honor, en el 2010, las Naciones Unidas proclamaron el 24 de marzo como “Día Internacional por el Derecho a la Verdad”.

El 27 de junio de 1973, Uruguay se sumó a la trágica historia de atropellos a las instituciones democráticas y persecuciones a las fuerzas progresistas en América Latina, víctimas del siniestro Plan Cóndor que las reprimió de manera articulada y cruel.

Para no permitir que se repitan o queden impunes actos semejantes de lesa humanidad en las naciones y pueblos de nuestra América, es que se convocó en esta capital a la Cuarta Jornada “Por la memoria, la verdad y la justicia”, la que tuvo sede a nuestra Casa continental, la Casa de las Américas, donde se realizó un panel en el cual unieron sus voces tres luchadores por la paz, la justicia y la verdad en este continente: el diputado nacional de la Argentina Horacio B. Corti; el ex militar y actual embajador del Uruguay en esta capital, Jerónimo Cardoso, y el ex combatiente del FMLN, académico y periodista de El Salvador Walter Raudales. Todos, luchadores contra las dictaduras que asolaron a sus respectivos países.

Y junto a ellos un público representado por directivos de la Casa de las Américas –entre ellos su presidente, el escritor Roberto Fernández Retamar--, académicos, periodistas, diplomáticos, juristas…Todos, testigos directos o indirectos de situaciones represivas generadas por el terrorismo de estado, al igual que amigos de Cuba, en general.

El profesor Raudales dijo que “La Voz de los sin voces, como dijera Monseñor Arnulfo Romero, es El Salvador. Es pensar en esa frase de Monseñor de gran profundidad para los humildes. En mi país, durante casi más de cuarenta años de dictaduras militares, y tras una guerra civil (1980-1992), todo esto significó no sólo muertes y desaparecidos, sino también dejar sin voz a los salvadoreños. Monseñor hizo suyas las palabras de Lucas 19/40 si no me callara, las piedras hablarían, y él asumió el rol de las piedras. Y habló durante tres años en mi país como voz verdadera. Por eso le asesinaron (…) Tuvimos 20 años de gobierno de derecha, pero ahora están las fuerzas del FMLN en el poder, o sea, en mi país hemos ganado el gobierno, mas no así el poder y mucho menos hemos ganado la memoria. El triunfo de la memoria es una batalla permanente que tenemos que librar”.

Por su parte el diplomático uruguayo Jerónimo Cardoso, destacó que militares franceses de la OLAS (durante la ocupación de Argelia), influyeron en el pensamiento militar argentino con vista al empleo de la tortura, la prisión y la desintegración familiar. En el Uruguay llegó un momento en que a los ciudadanos se les identificó mediante tres categorías: A, B y C. Los A, adeptos al régimen militar; los B, aquellos con parentescos con determinados militares y los C, los perseguidos políticos sometidos a una política de horror (…) Así, el imperialismo trabajó apresuradamente con la invalorable colaboración de la burguesía uruguaya, mientras que nosotros, los militares progresistas y demócratas, tuvimos que trabajar en la clandestinidad, pues los que trabajaron abiertamente fueron los golpistas-nazifascistas. De esta forma, la búsqueda de la verdad, el rescate de la memoria para sembrar futuro, es nuestra premisa actual” recalcó, para agregar seguidamente que “cuando hablo de rescatar la memoria para sembrar futuro, es porque las generaciones que nos siguieron desconocen tales actos (todos bajo el sello de la práctica terrorista del Plan Cóndor); por tanto la memoria no se puede perder, mantenerla viva de los hechos atroces ocurridos para que estos no vuelvan nunca más a suceder, siempre mirando la justicia y desmontando la cultura de la impunidad, eliminando o derogando la ley de impunidad como más comúnmente se le conoce”.

Por su parte el diputado nacional de la República de la Argentina, Horacio B. Corti, en dramático testimonio, rememoró que luego de permanecer durante más de 27 años bajo la tutela de una familia que le adoptó (por la vía de un militar) desde muy pequeño, logró rescatar su identidad como hijo de padres revolucionarios asesinados por la sangrienta tiranía de Videla. “Las Abuelas de la Plaza de Mayo me hallaron”, expresó y destacó que “una de las primeras medidas que toma Néstor Kichner tras su investidura como mandatario fue la creación de una nueva Corte Suprema de Justicia. Gracias a ello hemos enjuiciado a 582 ex militares genocidas, a la vez que se ha conformado un equipo argentino de antropología (efectivísimo), encargado de la búsqueda de hijos y nietos desaparecidos durante el período de dictaduras en mi país. Este equipo está solventado por el Estado argentino como política en la búsqueda de la memoria, la verdad y la justicia. Este proyecto creado por el querido presidente Kircher y llevado a cabo por su esposa Cristina, constituye un ejemplo práctico de respeto y amparo a los derechos humanos en el presente de nuestro país”.

El Diputado argentino subrayó además que “aún estamos buscando a más de 400 nietos que deben vivir en la Argentina o en otros países”, y citó a continuación un caso (ya mujer) que fue vendida de pequeña a una pareja de nacionalidad holandesa”, para agregar seguidamente que “tenemos y debemos seguir cooperando con la política de derechos humanos trazada por nuestro Gobierno. Recabamos la sanción política y judicial contra los asesinos y violadores de esos derechos”.

Jornada de trabajo, reflexión y concientización de hechos y acontecimientos ocurridos en el pasado, y para continuar luchando porque cada acción o acto criminal no quede impune ante sus respectivos pueblos y los organismos internacionales de derechos humanos.

 

“(…) Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas, si van teñidas de tanta sangre. En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben al cielo cada día más, les suplico, les ruego, les ordeno, en nombre de Dios, que cese la represión”.

 

Fragmento correspondiente a la última homilía (grabada el 23 de marzo de 1980 en la iglesia La Providencia), pronunciada por Monseñor Oscar Arnulfo Romero, a quien le tocó vivir un tiempo muy complicado en El Salvador junto a una dictadura militar -con más de 50 años en el poder--, y que entre 1932 y 1980 asesinó a más de 30 000 personas, al igual que provocó la desaparición de miles de ellas y el camino del exilio de otras. Durante este período el pueblo salvadoreño se resistió a vivir aplastado por la bota militar y se organizó para resistir tanta opresión ya fuese por la vía armada o por la electoral. Aunque Monseñor Romero nunca estuvo de acuerdo con la guerra, tuvo que empuñar las armas –al igual que otros sacerdotes católicos-, por la búsqueda de la libertad, la democracia y para hacer avanzar al país hacia un camino de entendimiento nacional. Entre febrero de 1977 y marzo de 1980 se fortalece la imagen pública de Monseñor Romero, a partir de sus homilías dominicales escuchadas por todo el pueblo, hasta llegar a convertirse en La Voz de los sin voz, de los humildes. Se vincula a las organizaciones de base, a diferentes sectores campesinos; diversas universidades internacionales le proclaman doctor Honoris causa. De esta forma, los sectores de poder, de la dictadura militar, el ejército, de las organizaciones paramilitares le declaran la guerra. Tras su asesinato, Monseñor Oscar Arnulfo Romero ha constituido un símbolo de progreso para todas las iglesias y para los pueblos de nuestra América. Su beatificación tendrá lugar en El Salvador, en mayo próximo.

 


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