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De Abelardo Estorino, El Baile, en reposición sobre las tablas del Raquel Revuelta


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Muchas han sido las piezas que como legado teatral nos dejó uno de los más importantes dramaturgos, además de director escénico cubano del siglo XX: Abelardo Estorino, Premio Nacional de Literatura 1992 y de Teatro 2012.

La cirugía dental fue su primera profesión, pero la pasión por el teatro lo embriagó, al punto de convertirse en su incuestionable y única vocación. La búsqueda de una expresión propia, como enunciado de la voluntad de alcanzar un estilo que lo distinguiera, la entrega al trabajo creativo y las vivencias asomaban producto de las literaturas leídas, hicieron que sus creaciones se nutrieran de una salvia revitalizante. Cada una de sus piezas partió de una máxima, para luego entretejer historias ricas en detalles y personajes, sin caer en el llamado costumbrismo, pero sí en un teatro como respuesta al encuentro con el día a día, como medio de indagación histórica, y de una sucesión de emociones, tradiciones y de azahares, muestra de un vasto conocimiento, de un ávido lector y de un gran contemplador del arte moderno.

Sobre el costumbrismo en entrevista a la revista Opus Habana refirió- Regresar a un momento del pasado resulta muy difícil. Intento hacerlo basándome en testimonios escritos y visuales. Por otra parte, siempre que vamos al pasado lo hacemos buscando algo que tiene que ver con el presente. Si no hay alguna relación con los problemas de la actualidad o sus contradicciones, a mí –por lo menos– no me interesa. No me interesa la historia por la historia, sino la historia como fuente de motivaciones, de conflictos. Por eso creo que los sentimientos siguen siendo los mismos: ambición, celos, envidia, amor... De manera que si se intenta regresar al pasado en busca de lo que todos tenemos en común, puede lograrse la intemporalidad de la obra y no caer en el costumbrismo.

Guiones llenos de humor, cuestionadores y con temáticas sobre infidelidades, discurren en sus obras. Textos que se debaten entre la realidad y la ficción, y representan entre otros asuntos, conflictos raciales y otras problemáticas sociales que se mantienen latentes en la actualidad. Todo ello constituye algunos de los tópicos de un imaginario, que aunque con anclaje a la vivencialidad, es fruto de muchos años de trabajo.

Su obra está muy influenciada por la música y la pintura. Hombre que degustaba disfrutar horas de   conciertos de cámaras en espacios públicos. Siendo un verdadero placer escuchar temas de Ernesto Lecuona, Mozart, Stravinsky y Leo Brouwer. Y a pesar de que sus sonoridades y estilos son diferentes, eso le daba un espectro amplio en cuanto a composición y apreciación para su arte. Con la pintura le ocurría algo parecido, su relación estrecha con  Raúl Martínez le permitió  abordar sus obras con una mirada otra y una sensibilidad  apta para volcarla sobre sus guiones.

Obras como, Hay un muerto en la calle, 1954; El peine y el espejo, 1956; El robo del cochino, 1961;  La casa vieja, mención del Premio Casa de las Américas, la comedia musical Las vacas gordas, 1962, Los mangos de Caín,  alegoría bíblica 1964, polémica en su tiempo; Parece blanca, versión  de Cecilia Valdés o La Loma del Ángel; El robo del cochino, 1961,  mención en el Premio Casa de las Américas; Las penas saben nadar (1989), Premio Segismundo al mejor texto en el II Festival del Monólogo, entre otras, cuentan en su haber. Y por este deambular entre las piezas de Estorino, llegamos a El Baile, premio Hola (EEUU). Muestra que en calidad de reposición, subió a las tablas del Complejo Cultural Raquel Revuelta, los primeros cuatro fines de semana del pasado mes de mayo, a cargo de Teatro D´Dos, en merecido homenaje a quien constituye una voz ineludible para entender desde el teatro, la nacionalidad cubana.

Tres son los personajes y los motivos para contar las peripecias de una arruinada vida. Todo ocurre en una antigua y deteriorada casa del Vedado, que se torna vacía y aplastante, cuando la nostalgia  inunda y la soledad invade la existencia de la protagonista de esta obra.

Nina, mujer de 75 años, pero que rejuvenece si la ocasión lo amerita. Casada con Conrado a quien no ama, al menos no de la forma que él necesita, por eso se muestra en ocasiones al borde de la compasión y los reproches son sinónimo de incomprensión. Fabrizio, el amante; hombre sensual, amado entrañablemente por la protagonista al punto de  justificar sus largos períodos de ausencias. El collar de perla, joya que fue un regalo para esta fémina, y que es además una reliquia de familia, y el timbre del teléfono, como reflejo de una agonizante espera comunicativa de una madre con sus hijos, porque eso es Nina, su familia, su casa, sus conflictos. En fin, estos objetos son elementos que irrumpen en la escena, cual si fueran otros personajes, en tanto, el resultado es que la obra adquiere un ritmo que nos conduce a la memoria  de una mujer dolida y abandonada.

El Baile, nos da la posibilidad de acercarnos a la vida de una mujer que poco a poco irá descubriendo su historia. Todo en ella se resiste a ser evidente, muchas veces más que narrar, se percibe en el escenario una lucha por volver a la génesis. Este es un ejercicio que nos impone en reiterados momentos el escritor, pues supone un reto a la credibilidad e imaginación que seamos capaces de tener, para interpretar y desentrañar la alegoría que insiste en mostrar.

Sobre ello versa El Baile, un fabulesco drama enrevesado. Habla de la soledad y de la no correspondencia entre la vida y las aspiraciones. De la supervivencia y del distanciamiento entre parejas, pero también de una incomunicación que la lleva a burlarse de uno mismo, de una mujer imaginativa y fantasiosa, y de una vida que le cuesta trabajo descifrar.

No sabría decirles si la maestría de esta obra radica en la habilidad para relatar, o en la destreza para resumir en tres personajes la representatividad de una realidad-ficción que se nos revela dura e inquietante. Sin embargo, podemos sentirnos dichosos de contar dentro de panorama teatral cubano, con una historia que plantea tantas disyuntivas,  y que nos lleva a un loable término.


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