De cómo un títere inventó el majarete


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La sede de Teatro La Proa, esa especie de oasis cultural dentro del Centro Histórico Habanero cita en San Ignacio entre Obispo y Obrapía, pervive amén de las enhiestas grietas y las raíces que dañan sus vetustas estructuras. Esta vez ha prestado su sede para que otra compañía, Teatro del Puerto, bajo la dirección general de Milva Benítez, deleite a los niños de la comunidad y a los que llegan buscando otra opción cultural en las adoquinadas calles de La Habana Vieja.

Durante todos los fines de semana de noviembre y parte de este diciembre, se presentó la obra de títeres La cocinerita adorada o Breve historia de Clarita Mazorca. Con dramaturgia y montaje de Rafael González Muñoz y actuación principalísima de la joven Niurbis Santomé Cudeiro —quien tiene a su cargo, además, el diseño y construcción de muñecos, la escenografía y el vestuario—, la puesta es un festín gozoso en que la actriz, además de manejar con habilidad inconmensurable los títeres en sus diversas posturas y actitudes, es capaz también de cantar y bailar haciendo galas de una empatía y jovialidad que atrapa a los más pequeños y a los adultos que se aventuren a degustar la obra.

Clarita Mazorca, Pedro Pico y Pablo Pozo escenifican una historia que hace una parábola sobre la convivencia entre vecinos cuando su protagonista se lanza a la aventura de sembrar, recoger, desgranar, moler y cocinar el maíz suficiente para hacer un rico majarete sin recibir la ayuda de sus pares, quienes, por el contrario, sí están dispuestos a comérselo todo. Clarita, la inventora de la receta del majarete, ahora perdida, cuenta a los niños cómo se hizo cocinera y las vicisitudes para lograr finalmente el resultado; pero más allá de la anécdota, la historia es un pretexto para inculcar valores como el trabajo en equipo, la solidaridad, la valía de la amistad y el modo de lograr en la vida lo que el ser humano se proponga.

De las cualidades de esta puesta resalta el sobrio y funcional diseño escenográfico que además de facilitar los distintos ambientes y el desarrollo de sus personajes, reproduce con luces y sombras el clímax de la siembra del maíz. También el lenguaje rimado propio del imaginario infantil, que se le da muy bien al dramaturgo en sus dotes de poeta, cargado de juegos de palabras, trabalenguas y adivinanzas, lo que permite la constante interacción con el público. Y en el centro de todo la actriz, capaz de desdoblarse en cada uno de los personajes que interpreta con modulaciones de voz contrastantes y épicas, manteniendo el ritmo ascendente del espectáculo que por momentos se vuelve hilarante y delicioso.

El juego intertextual conecta rápidamente con el niño y la familia al recordar clásicos como La cucarachita Martina justo al inicio de la obra cuando su protagonista, Clarita Mazorca, se pregunta: ¿con esta mazorca, qué cocinaré? Otros títulos como El gallo de boda o La gallinita dorada sirven de inspiración a esta puesta que va también al rescate de identidades cubanas como la décima o la cocina criolla. Todo ello llega al retablo de manera armónica, sin descalabros, en una especie de asociación natural entre la historia, los muñecos títeres y la actriz que los representa.

Sin dudas, una excelente propuesta que desde ya recomiendo como una opción cuando regrese a la cartelera habitual de Teatro La Proa durante el 2019.


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