De cuando Pitágoras y Homero predijeron el Latin Jazz de estos tiempos (II) / Por: Emir García Meralla


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CONCIERTO HABANERO

La reseña de cualquier concierto parte del nivel de emociones que sienta quien la escriba. Por norma general, un buen concierto implica la intervención de los cinco sentidos; y aunque en estos tiempos se hable de que son seis, yo prefiero apegarme a la tradición.

Esta no es la crónica ideal que reseñe estos dos conciertos que matizan este mes de agosto. Para nada haré acto de presencia en el teatro donde han de ocurrir; no voy a aplaudir los arrebatos de los intérpretes, ni a valorar con mi compañero de butaca cada pasaje interpretativo; tampoco intentaré llegar a los camerinos para comentar, saludar o simplemente hacerme una foto con los artistas.

Esta es la crónica que imagino saldrá de mi ausencia y de mi vocación de diletante.

El teatro está abarrotado no solo de público interesado, también se hacen presentes en sus portales los vendedores ambulantes de fiambres y chucherías, de ellos es el reino de cierto caos que amenaza a la cultura nacional y que esconde la chapuza cotidiana. Los asistentes dudan entre aplaudir una vez se abran las cortinas o lanzar al suelo de la platea los restos de su gula cultural. Al final combinan ambas acciones.

No hay espacio para un alma más en los pasillos. El público asistente representa cada uno de los estratos en que se divide el universo cultural cubano de hoy. Están los amantes del acontecimiento musical a ultranza que, en su mayoría, además de canas, se precian de los recuerdos y se regodean en sus anécdotas: esta categoría incluye familiares y amigos, a excompañeros de grabación.

También se agrupan los melómanos consuetudinarios; ellos son los que dominan el repertorio total del intérprete, la carrera del director de la orquesta y saben al dedillo la trayectoria del o de los artistas involucrados. En sus archivos mentales repasan fechas, comparan repertorios, valoran la ausencia de X ejecutante y el impacto que su presencia hubiera tenido en la calidad del concierto. Y a qué discos de los tantos pertenece cada tema interpretado. Son una minoría decisoria culturalmente.

Estarán los estudiantes de música que saben de la importancia e influencia del músico de marras y esta noche es el momento de dejar volar la imaginación y pensar que un día ese público estará en el teatro por ellos; o quizás la suerte le sonreirá y serán parte invitada en un futuro no lejano; ellos son parte de la utopía musical de la nación. Por lo pronto esta noche es única y al reencontrarse en las aulas intercambiarán criterios.

Una parte del público va simplemente por el hecho de verse las caras y exclamar admirado escuchando esos pasajes sonoros que no han de entender; ellos son mayoría de asistentes y llegan de forma improvisada. Su gran mérito es que son jóvenes y serán tal vez, solo si la vida se los permite, parte de las primeras categorías anteriores en un futuro.

En un rincón, como ya se ha hecho costumbre, se agrupan los periodistas. Esta sección se divide en dos: los que están siempre presentes, y los ocasionales que esta noche han de pavonearse y atraerán todas las miradas esperando ser el encanto social de la noche.

No pueden faltar los fotógrafos. Homo impertinentus, que no dejan disfrutar a los asistentes con su ajetreo indetenible. Como complemento estarán los teléfonos inteligentes para legitimar el acto de piratería cultural que sobrevendrá. Algo impensado en otros tiempos, pero acto normal en estos.

Las luces de la sala se apagan y la penumbra indica que son los obligados aplausos de apertura. Es el tema introductorio del concierto. Así será por cerca de media hora hasta que, para tomar un respiro, el músico establece su primer contacto social con los asistentes. Es parte de la dramaturgia de los conciertos. Para ese entonces comenzará el desfile de instrumentistas invitados, si los hubiere.

Sin embargo, se rumora que serán conciertos propios de su instrumento para mostrar toda su maestría. Serán ejecuciones limpias, cargadas de emoción; y por sobre todas las cosas, de muchos sentimientos desbordados. Se está tocando en el terruño que le vio nacer, ante aquellos que como dice ciertamente un amigo cineasta “(…) son el país que me sostiene, no importa el lugar del mundo donde mis huesos reposen (…)”

Transcurrirán las dos horas programadas, que serán como un guiño en el tiempo. Los aplausos serán más que prolongados; las cortinas demorarán en cerrar definitivamente. El concierto será inolvidable e irrepetible.

A la mañana siguiente habrá reseña en algún medio local, otras demoraran lo suficiente para extender en el tiempo los sentimientos encontrados.

Lo mismo Chucho Valdés que Gonzalo Rubalcaba, los protagonistas de esta historia, en la mañana tomarán el avión con otro destino, a seguir ofreciendo su música y a recibir aplausos en lugares más distantes de esta Habana, tanto que tal vez no sean conocidos para el común de los mortales.

Homero tendrá material para narrar una nueva aventura heroica; tal vez hasta para que en un futuro sea contenido de un reality show de TV si algún productor así lo siente. Pitágoras, por su parte, se arriesgará a modificar lo mismo su teorema que hasta se sienta tentado a corregir las famosas imprecisiones en el número Pi.

Solamente Elegúa y Ochún sabrán que tras estos griegos famosos se esconden sus bendiciones, las que han acompañado por casi doscientos años a los grandes pianistas cubanos. Esos que por dos semanas hicieron de La Habana la gran ciudad de los pianistas.

Esta es la crónica que tal vez debí escribir, si hubiera asistido a estos conciertos; simplemente me bastó con asistir a los ensayos y cerrar los ojos para vivir estas palabras.


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