De la africanía en Cuba. Obara Iroso / Por: Heriberto Feraudy


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En un pueblo cerca de Aratakó nació en el seno una familia humilde un niño al que pusieron por nombre Okika Tovale, y era hijo de Puñetero Apurao y de Petronila Konkalma, quienes habían perdido varios hijos a los pocos días de nacidos.

Producto de este nacimiento Apurao y Konkalma le hicieron una promesa a Shangó y a Eleguá. A uno le darían un carnero, harina con quimbombó y un tambor; y al otro le sacrificarían un chivo, un gallo, jutía y pescado ahumado.

No obstante este ofrecimiento, ellos llevaron al recién nacido a ver a Orula, tal como marcaba la tradición, “había que ver qué le depara el destino”.

Orula pronosticó que Okika tendría una gran virtud en la vida, la cual llegado el momento desarrollaría, que sería un hombre muy importante, pero que se cuidara de una trampa y tuviera cuidado con la candela.

También le dijeron que San Lázaro lo visitaría y que cuando saliera a la calle no dijera dónde iba, que le pusiera tres semillas de marañón a Eleguá y que no cambiara tanto de parecer.

Pasó el tiempo y un águila sobre el mar cuando el hijo de Apurao y Konkalma se desarrolló en el conocimiento y en la práctica de la filosofía de Ifá, logrando alcanzar así un gran poder en la región.

En Arakató, pueblo donde el calor era insoportable y lo derretía todo, hasta el deseo de hacer ofikaletrupon (hacer el amor), Okika Tovale lograba que la lluvia cayera y las almas se animaran.

En una ocasión Okika se enamoró de una hermosa mujer que lo despreciaba, y como entre sus facultades estaba el poder de transformarse, él se convirtió en el tronco de un árbol que atravesó en el camino por donde pasaba aquella bella obiní. Un día en que la mujer venía cansada de recoger leña en el monte, al sentarse en el tronco, Okika la poseyó.

La inocente mujer no se dio cuenta, y después de descansar plácidamente siguió con su carga de leña por el camino mientras cantaba.

 

Que aliviada me siento, que aliviada me siento

Gracias a ese tronco atravesao, que aliviada me siento

Que aliviada me siento por ese tronco atravesao.

 

Okika Tovale se hizo vanidoso, pretencioso y charlatán. Todos en el pueblo lo rechazaban, pero todos le temían.

Cuando alguien lo ofendía, él hacía que la cosecha de viandas que servía de alimento a la comarca se echara a perder, o desviaba los cauces de los ríos, o convertía sus aguas en sangre para que nadie la bebiera.

Una vez los hombres que deseaban su destrucción se reunieron en secreto con el objetivo de acabar con aquella situación. Conociendo las debilidades de Okika por las mujeres, acordaron recurrir a Crika Fuego Lento, quien además de su belleza estaba dotada de una gran virtud. Ella conquistaría a Okika y a través de la Karakambuka (brujería) lo mataría.

Así las cosas, la mujer invitó a Okika a comer en su ilé donde le preparó abundante comida. Él acudió y Crika se contentó.

El banquete fue opíparo y suculento, y tuvo lugar en la puerta de la casa. El joven glotón consumió con gran avidez.

Ellos, después de la comida, se pusieron a conversar con lo que la mujer intentaba distraerlo. Cuando ella creyó que había llegado la oportunidad le dijo: “A mí me encanta ese gran poder que tú tienes, pero a mí me agradaría poder demostrarte que el mío es más grande que el tuyo”, y diciendo esto se desvistió mostrándole al joven la inmensidad de lo mejor de su cuerpo.

Okika, que no desconocía las verdaderas intenciones de aquella Crika Fuego Lento, aceptó el reto y con ella se acostó. Ya estando en la intimidad la mujer trató de untarle un ungüento maléfico, y cuál sería su sorpresa que cuando lo iba a hacer él se volvió invisible sin dejar rastro. Todo el proyecto se hizo en vano.

Trascurrieron los años y un día después de estar entregado a sus encantamientos, Okika vio llegar sus últimas horas, pero antes de dicho acontecimiento hizo reunir a todos los de la tribu para anunciarles el día y la hora de su caída. Todo sucedió tal como lo había predicho, y así murió sin dejar descendiente alguno.

 

 

Publicado: 24 de octubre de 2017.


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