De la africanía en Cuba. Obara Yeku


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En una tierra de hombres de sombreros anchos y pistolas en la cintura, de tradición ranchera y bebida de maíz fermentado, vivía Casimiro Sinmirar, de profesión zapatero. Debido a una crisis de más de cuatro generaciones, en aquel país no había ni puntillas, ni hilo, ni tijeras, ni goma para pegar, ni mucho menos piel para hacer zapatos después de tanto tiempo sin que nacieran terneros.

Casimiro Sinmirar, a quien le habían pronosticado que el dinero podría ser la causa de su muerte, que no debía ser porfiado porque se podría perder, que tenía problemas matrimoniales de envergadura, que estaba maldecido por desobediencia y que era demasiado libertino; le dijeron, además, que tuviera cuidado con pérdida de la memoria, llagas en los pies, desajuste nervioso y enfermedades psiquiátricas y que en la unión familiar estaba el triunfo. Casimiro decidió emigrar y hacerse pasar por médico. Después de violar tantas cosas, allí donde todo se violaba, se marchó hasta una isla cercana con la intención de llevar a cabo sus planes de prosperidad.

En aquella isla, azotada constantemente por epidemias naturales y provocadas, casi no había médicos. Después de esfuerzos tras esfuerzos y de agudos enfrentamientos contra un enemigo poderoso, y a pesar de las escaseces en que vivía aquella isla, pronto se convirtió en un ejemplo de medicina. Es verdad que había miseria por doquier y era el mejor país del mundo para vivir sin trabajar, pero la medicina era la medicina, y a pesar de la vagancia y la indecencia, de ella se vivía.

Casimiro Sinmirar, de lo porfiado que era, no tuvo miramientos para hacerse pasar por médico.

Como los galenos de la isla salvadora eran reclamados por todo el mundo, Casimiro Sinmirar pensó que esta era la gran oportunidad para hacer dinero. Era verdad que los galenos nativos no ganaban mucho, pero siempre recibían regalos de los bondadosos pacientes. “Vendo todos los obsequios que me hagan y así voy acumulando dinero para regresar a mi pueblo”, cavilaba Casimiro.

Haciéndose pasar por médico, Casimiro Sinmirar consultaba y consultaba hasta que su fama llegó a oídos del rey. Este lo mandó a buscar:

- Lo he mandado a buscar porque he oído de su fama y quisiera ver si usted me puede quitar un dolor que llevo a cuesta durante muchos años.

El médico comenzó a hacerle preguntas al rey para darle un diagnóstico. El rey, que tenía conocimiento de todo, le peguntó si de verdad era graduado de medicina. El doctor, nervioso le respondió afirmativamente.

Entonces el rey le dijo que si de verdad él era médico y lo curaba tendría una gran recompensa, pero si no lo era, pagaría con su cabeza el engaño. Cuando el impostor oyó lo que le dijo el soberano, cogió miedo y de inmediato confesó lo que él no era y era.

- Confieso que no soy médico, soy zapatero. Debido a la mala situación que tenía en mi país tuve que mentir.

El rey le dijo:

- Ya que me has dicho la verdad, ve para tu pueblo. Cuando llegues te encontrarás una gran sorpresa. 

Cuando el hombre llegó a su pueblo, vio una gran fábrica de abatá. Tenía todos los adelantos técnicos: la fábrica era para él.

Desde ese día fue el mejor zapatero de su pueblo y vivió feliz con su familia gracias al rey, que era Obatalá.

 


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