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De políticas culturales ¿qué hacer? (V)


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En la contemporaneidad el concepto de cultura penetra todas las esferas de la vida. Portador por excelencia de valores, permea el universo audiovisual, el entorno de las ciudades, el diseño de los objetos de uso cotidiano, tal y como lo percibieron hace muchos años los pioneros del Bauhaus. Atraviesa el pensamiento, las costumbres, la recreación y hasta las fórmulas de urbanidad, sin dejar por ello de incluir la creación artístico-literaria. Genera modelos de conducta y horizontes de expectativas presentes y futuras. Directa o indirectamente, trasmite ideologías. Interactúa con el individuo y con la sociedad, por lo que contribuye a construir un consumidor manipulable o, en sentido inverso, a potenciar energías impulsoras de creatividad y a reafirmar la voluntad emancipadora del sujeto. Su enorme alcance sitúa a la cultura en un primer plano, como palanca decisiva en todo proyecto de transformación social. Por ese motivo, el diseño de políticas culturales y su aplicación consecuente en la práctica trasciende un problema sectorial. Implica y concierne al conjunto de la sociedad. Se remite, en última instancia, a una filosofía del desarrollo humano.

La cultura y, por tanto, las correspondientes políticas, atraviesan trasversalmente la sociedad en un rejuego de acciones e interacciones participativas y formativas. Algunos ejemplos pueden ilustrar lo antedicho. El patrimonio de la nación –edificado, bibliográfico y artístico- acompaña y enriquece la memoria de los pueblos y favorece el autoreconocimiento. Así lo evidencia el rescate de La Habana Vieja y las recientes celebraciones del medio milenio de Camagüey, Trinidad y Sancti Spiritus. Ese legado se ha traducido, de manera complementaria en un atractivo turístico con beneficios monetarios y en el estímulo a la revitalización de tradiciones locales, artesanas, entre otras. Algo similar podría señalarse en cuanto al patrimonio intangible que se manifiesta en celebraciones colectivas como las parrandas de Remedios, de amplísima participación popular. Otras vertientes patrimoniales, documental y bibliográfico constituyen un inapreciable reservorio para la educación, la investigación histórica, requerida, como necesidad primordial del presente, de permanente relectura y difusión. Conservar y proteger estos valores insustituibles es responsabilidad de todos, de las instituciones gubernamentales y de los pobladores. Porque el patrimonio es tan vulnerable como el medio ambiente, en ambos, como se ha comprobado en otras zonas del mundo, el turismo tiene efectos depredadores. La cautela se impone también respecto a iniciativas irresponsables por parte de animadores que, por capturar el interés de visitantes ingenuos, tergiversan costumbres, rituales, e introducen falsas tradiciones en el entorno arqueológico heredado de nuestros indígenas.

La complementación de políticas exige un oído atento a la evolución de los procesos culturales en los planos que corresponden a la nación toda y a la dimensión local, con frecuencia subestimada en los enfoques macro. Para auscultar permanentemente un cuerpo vivo, tan movedizo como las aguas de un gran río con sus cascadas y sus remansos estancados, se requiere la articulación de una política con sus afluentes que se originan en las ciencias sociales y aquellos otros nacidos de los estudios específicos de las varias manifestaciones de la creación artística. Al organismo encargado de ejecutar la política cultural corresponde diseñar sus propios proyectos y coordinar prioridades con los centros de investigación y universidad. Hay que romper barreras y detectar zonas de silencio. Para dinamitar esquemas administrativistas y pragmáticos, los resultados de estos trabajos deben tener una amplia circulación, a fin de convertirse en útiles instrumentos en manos de funcionarios del sector de los gobiernos locales y de los actores fundamentales en los medios de difusión.

El desarrollo de las industrias culturales constituye un desafío de consideración en un país subdesarrollado de escasos recursos. La rápida obsolescencia de las tecnologías requiere inversiones significativas. Sin embargo, en la era actual los monopolios transnacionales han devenido vías eficaces de recolonización. Establecen modelos de vida, promueven valores, definen jerarquías, imponen modas, manipulan conciencias. Nuestra historia se ha estado escribiendo desde los países centrales, y esa perspectiva subsiste en nuestra formación y en nuestros planes de estudio. Un falso universalismo excluye a figuras de primer orden del campo de las ideas y de la creación,ypermanecen marginadas en las historias oficiales de la filosofía, el arte y la literatura que se han constituido los textos básicos para la formación de sucesivas generaciones. Corremos riesgos subordinando las prácticas de nuestros artistas a las demandas de un mercado transnacionalizado en un futuro condenado a la homogeneización progresiva, vale decir, a la muerte. El problema merece análisis desde múltiples acercamientos. Sería conveniente incluirlo, con toda su complejidad en la agenda integracionista de América Latina y el Caribe, espacio natural de todos nosotros, decisivo para la supervivencia de nuestras culturas, teniendo en cuenta sobre todo la importancia de este tema en los modos actuales de consolidar hegemonías. Por lo demás, la cultura, expresión de valores, afianza la autoestima, tan lastimada en el colonizado, según lo advirtió con temprana lucidez FrantzFanon, y consolida una conciencia resistente a la manipulación.

En el contexto económico que nos embarga, vale la pena conceder la necesaria prioridad a la dilucidación conceptual, previa a las decisiones organizativas que habrán de tomarse. En este terreno una visión tecnocrática cortoplacista puede conducir al empleo de fórmulas con graves consecuencias para la salvaguarda del ser, de la nación.

El esfuerzo de muchos intelectuales y el sacrificio de muchas vidas a lo largo de una historia secular se han inspirado en la voluntad de construir un país. No podemos dilapidar bienes conquistados en lucha constante contra la adversidad, demostración palpable de la fuerza latente en el espíritu, refugio de sueños, reservorio de esa fe que mueve montañas, depósito de la necesaria confianza en el futuro. Hálito inapresable, es lo que nos ha permitido sobrepasar obstáculos de toda índole. Sus cualidades no resultan de valores contabilizables, pero redundan en la mejor inversión para el hoy y el mañana.


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