Del tango y más


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Cuando en el mundo se habla de música argentina en lo primero que se piensa es en el tango.

En Cuba, según los recuerdos de mi niñez, allá por los años cuarenta del siglo pasado, el tango tenía una fuerte presencia en la música que se escuchaba.

En las salas de cine se exhibían muchas películas argentinas protagonizadas por el ícono principal del tango: Carlos Gardel, fallecido en plena gloria en un accidente de aviación en Colombia. Otros protagonistas cinematográficos del tango eran Libertad Lamarque y Hugo del Carril.

Además del cine, las emisoras de radio nacionales tenían horas del tango que poseían una gran audiencia. No existía aún la televisión.

El tango es música cargada de melancolía. Muchas letras hablan de la añoranza por la ciudad natal, por el barrio, por la familia. También de las relaciones humanas: el amor, la amistad. Son temas cercanos al hombre o mujer común que todos somos. Es una expresión del conglomerado humano en ambas riberas del Río de La Plata, de los inmigrantes europeos que venían a América en busca de un mejor destino. El bandoneón y la guitarra son los instrumentos típicos para la ejecución de esa forma musical que no se queda en canción para escuchar, sino es también música para el baile de parejas, cargada de matices, con cierta violencia pasional y pasos elegantes.

Pasados los años, la vida me asignó ir a trabajar a una hermosa isla del Océano Índico, Sri Lanka, a la que los europeos denominaron Ceilán, donde se produce el mejor té negro del mundo en las faldas de altas montañas. Allí fui invitado a ver una competencia internacional de baile en parejas que auspiciaba una empresa británica. Las parejas debían competir bailando música de diversos países con ciertos arreglos de trasfondo hollywoodense.  Por supuesto que en el menú bailable estaba incluido el tango. Y era realmente hermoso ver los giros y desplazamientos de las parejas concursantes, sus movimientos ligeros cargados de un fino erotismo. Hasta allí, la Taprobane de los griegos antiguos, la Serendib de los árabes, la tierra de las especias, la Sagrada Lanka de sus pobladores y la literatura épica del Indostán, llegaba el tango conquistando adeptos.

A finales de los años setenta, el actor Marlon Brando protagonizaba la película El último tango en París.

El tango recibió una poderosa carga de revitalización, grandeza y contemporaneidad con Astor Piazola. Cuánta energía y belleza.

En los últimos años, surgió en La Habana una Casa del Tango para mantener encendida la llama que iluminó y calentó tiempos idos.

Tras un casual y brevísimo encuentro en la UNEAC con Rosalía Arnáez, supe que mantenía un programa semanal, los martes en la noche por Habana Radio. El programa se nombra Habana tango.

En él se mezclan las voces de aquellos cantantes clásicos históricos y la de otros contemporáneos, incluyendo cantantes cubanos. Pude escuchar que se ofrecen explicaciones de interés sobre aspectos variados relacionados con el tango.

La parte final del programa del martes 23 de febrero dejó escuchar la voz de Gardel y cerró, de manera conmovedora, con la voz asombrosa, llena de sentimiento y matices, de nuestra Elena Burke interpretando Nostalgia. Eso es cantar.

Bien por Rosalía Arnáez que nos ayuda a conservar y disfrutar la riqueza cultural de nuestra América.

Argentina le ha aportado al mundo, y en particular a nuestro continente, buena parte de su grandeza. José de San Martín fue el libertador del cono sur del continente en una epopeya que está aún por cantarse. A Cuba le dio, el siglo XIX, espacio en su prensa a las crónicas de José Martí sobre lo que ocurría en los EEUU y le confió que fuera su Cónsul en la ciudad de Nueva York. En el siglo XX, nos dio un joven médico que se convertiría, además del artífice de la batalla que puso punto final a la tiranía batistiana, en el apóstol y mártir universal de la libertad, la justicia, el decoro y la dignidad humana, bajo el apelativo de familiar de Che.

Sírvame el tango para compartir con los lectores de Cubarte un poema inédito dedicado a la Argentina.

 

Un lugar en los sueños

Desde niño tenía yo en mis sueños

un espacio mayor para Argentina.

Mis primeras libretas se ilustraban

con láminas tomadas de Billiken

que el jorobado de la librería

me guardaba, sin falta, cada mes.

Ella me hacía recorrer el mundo,

aprender a leer Chacabuco y Maipú,

a ver a San Martín cruzar sobre los Andes,

a escudriñar diagramas anatómicos

y distinguir la pupila del iris;

a conocer, leyendo muñequitos,

que allá en el sur llaman laucha al ratón.

Pequeños y amarillos,

también allí llegaban los cuadernos

de Editorial Sopena, con Esopo y sus fábulas,

y cuanta historia un niño pudiera desear.

En casa había también la hora del tango,

del bandoneón y la melancolía,

en las ondas de radio de cada atardecer:

Gardel, Irusta, Fugasós, Demare

y Libertad Lamarque y Hugo del Carril.

En el cine, las voces de la radio,

ahora con sus cuerpos y sus caras,

cuesta abajo, apostándolo todo por una cabeza,

dejando atrás las rubias de New York

para volver al Buenos Aires querido,

al barrio de alma inquieta de gorrión sentimental,

al farolito de la calle en que nací,

junto a las madreselvas en flor

en el silencio de la noche

cuando todo está en calma.

Fue otras veces Sandrini en la pantalla

quien me hizo reír y entristecerme.

Tampoco olvido a Mitre y a Sarmiento

en la versión de “Mi mejor alumno”.

Más tarde fue Ingenieros, el sociólogo,

y el señor profesor Aníbal Ponce

quienes me hablaron un lenguaje nuevo.

Y siempre Martín Fierro, de coplas y facón.

No Don Segundo Sombra, Martín Fierro

con su pena extraordinaria como el ave solitaria

consolándose con su vihuela y su cantar.

Hasta el propio Guillén me vino de Argentina

con su “Paloma de vuelo popular”,

y Lenin, nada menos que en versión de Trotsky,

en un libro barato de Editorial Tor.

Pero más entrañable, por más vivo,

porque era todo lo que había leído

y, aún más, porque tenía sobre la frente alta

toda el alma brillando como estrella,

como estrella de fuegos que iluminan y matan,

el Comandante Doctor Ernesto Guevara de la Serna,

o, como él mismo dijera, para sus amigos: Che.

Che, para los cubanos.

Che, vuelto firma legal sobre el dinero.

Che, todo fuerza en lo mejor de nuestras almas,

alto en La Higuera,

alto en los Andes de Sucre y de Bolívar,

alto allí con su tropa,

con Tania y los muchachos compañeros de la vida,

ahora y para entonces, Che del mundo.

Así, de letras, bailes y canciones,

de palabras mayores y de historia,

mi Argentina de niño, tras los años,

mantiene su lugar donde mis sueños.


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