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Desde la butaca de un consumidor, también


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En reiteradas ocasiones, comienzo mis escritos, reconociendo los reales problemas que hoy vivimos los cubanos, como consecuencia de razones internas y externas, pues ni me pasa por la mente iniciarme en el oficio de los que desean tapar el sol con un dedo. Hoy, además, hago votos por el extremo respeto a los profesionales de la crítica cultural, con independencia de que pueda estar o no de acuerdo con sus opiniones.

Digo esto, pues voy a meterme no en ese terreno profesional, sino que, como simple cliente, daré mis opiniones sobre no pocos productos culturales cubanos de los últimos tiempos, los cuales también sufro o disfruto desde el asiento de un teatro, un cine, o desde la cómoda butaca de mi casa.

Me ha enorgullecido vivir en esta sociedad cubana de los últimos sesenta años. Con imperfecciones, pero también plena de personas, que muchas veces sin tener, son capaces, como dijera el poeta, de venir a ofrecer su corazón.

No es lo mismo, ni son similares los problemas, al vivir en el extremo guantanamero o pinareño, en las elevadas temperaturas santiagueras, frente a las montañas espirituanas, en el centro villaclareño o en la multitud capitalina. Ni siquiera en esta última, son iguales los problemas del Vedado a los de Alamar, o los del Cerro y Centro Habana. Hasta los solares son diferentes en este último municipio.

Con ese concepto variopinto real, me pregunto entonces, ¿por qué tantos productos culturales, musicales y fílmicos, de los últimos tiempos, me repiten machaconamente, la misma receta?

De acuerdo con ese rasero, la población cubana se divide en: niños maltratados, enfermos terminales, por drogas o SIDA, con independencia de su orientación sexual, jineteras(os), corruptos y gente desesperada por coger una lancha, una balsa o lograr el preciado premio de la lotería estadounidense. Y por último, una viejita o viejito, como únicas personas “buenas” dispuestas al máximo sacrificio y a ofrecer sus sagradas enseñanzas. Todo ello, condimentado con porciones nada despreciables de religiones en cualquier denominación.

A esos ingredientes, súmele un almendrón, varios kilogramos de cadenas, pulseras y anillos de oro, unas casas completamente en ruinas, varias criollitas de Wilson y ya tiene un conjunto (desgraciadamente representativo) de películas y video-clips cubano.

Y realmente, ¿sólo somos así?

La máquina de sueños que es Hollywood, nos vende un día lo más terrible de algún país árabe o una ciudad asiática, donde estar serio o sólo reírse, puede llevarte a la más terrible de las muertes. Mientras, en la oferta siguiente, dos amantes de cualquier edad o combinación sexual, caminan de la mano, disfrutando una puesta de sol en la belleza de esos intricados parajes. Nueva York, California o Miami, pueden ser el antro de la perdición, o el lugar más perfecto para vivir en armonía con la naturaleza, incluida la contaminación.

Hair, Pelotón, Apolcalipsys Now o Nacido el 4 de Julio, pueden ser una crítica a la guerra en Viet Nam, pero Rambo o Rocky, para balancear y ayudar a un necesitado gobierno de Ronald Reagan, se convierten en los paladines de las luchas contra los asiáticos y el poder soviético. Merryl Streep debe tomar la Decisión de Sophie en el ambiente de una guerra, aunque después ella misma, en una melosa historia, deba volver a tomar la decisión de irse con un novedoso Clint Eastwood o seguir con su cotidiana vida pueblerina. Dos momentos, dos ambientes, dos películas y miles de gustos diferentes.

Una Cuba, que no obstante las reconocidas insuficiencias, está llena de profesionales, deseados en los lugares más competitivos del mundo. Donde también, miles han puesto a la disposición, su existencia en conflictos bélicos y otros miles, luchan por salvar vidas, incluso con el riesgo de la propia. La misma Cuba, que tiene como bandera compartir lo que posee y no ofrecer sobrantes, lo cual dice mucho de su calidad humana. Es ese mismo país, donde a pesar de la palpable falta de transporte, millones se levantan cada día para llegar a su centro de estudio o trabajo. Me pregunto, ¿no existen otras imágenes o conflictos para contar, que no sean los de las casas en ruinas, los delincuentes, los maltratados, los necrófilos y los ansiosos por emigrar?

Me pregunto si todas esas personas, tal y como se pidió en el reciente Congreso del PCC, no se merecen que sus recursos, por demás escasos, sean también destinados a obras de arte, las cuales promuevan los valores de esa otra parte de la sociedad que repetidamente se trata de hacer invisible. Reconozco que mis insatisfacciones pudieran estar dadas por no ser profesional de ese tema y entonces, haya dejado de leerme los fundamentos teóricos donde se expresa que sólo lo sucio y deprimente es lo que forma parte del “arte real”.

Un amigo me decía, que esa es la Cuba que desean ver fuera de nuestras fronteras, es la Cuba que se premia en festivales y… el cliente ordena.

Sin dejar de pensar que mi amigo pueda tener razón, me niego a aceptar esa historia de mercaderes del arte y seguiré en la espera, al lado de los que cada día traten de ofrecerme la mejor cultura, donde al menos, es mi exigencia, no deje nunca de estar contenida la crítica.

Es sólo la opinión, de este consumidor.


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