Donde las palmas son más altas: conformación de una región histórica deprimida, Baracoa / Por: Lohania Aruca


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La historiadora, profesora y doctora en Ciencias Históricas Ivette García llenó un vacío historiográfico con la publicación de Donde las palmas son más altas, editado por Ciencias Sociales, La Habana, y Nuevos Mundos (Estados Unidos de América), en 2016; al propio tiempo, ha pagado una vieja deuda con la primera villa y ciudad capital de Cuba. Esta monografía de ciento cuarenta y ocho páginas, consta de Introducción, tres partes (o capítulos) y un Epílogo; además, la autora añade once anexos: fotos, mapas y una bien nutrida bibliografía. Se ofrece al lector con un lenguaje ameno, que evade cualquier complejidad academicista, sin perder el rigor de una investigación científica, llevada a cabo durante casi diez años en diversas fuentes.

Para muchos cubanos y cubanas la ciudad de Baracoa resulta una desconocida casi inaccesible, por diversas razones, entre ellas, las limitadas comunicaciones por tierra o aire hasta ese sitio de nuestro archipiélago; igualmente, la poca capacidad de alojamiento y su alto precio para los turistas nacionales, todo lo cual hace difícil realizar el sueño de visitarla.

Sin embargo, debido a los últimos huracanes se han hecho frecuentes las imágenes y reportajes alrededor de aquella hermosa ciudad en nuestros equipos de televisión; aunque, siguen siendo insuficientes nuestros conocimientos sobre ella, mucho más si se aspira a comprender algo tan remoto y complejo como fue la conformación de su región histórica durante el período colonial. Para los especialistas este sería el primer motivo de interés por la lectura del libro que tengo el placer de comentarles brevemente.

A primera vista el título, tomado de una frase de José Martí inspirada en el paisaje baracoeso, parece anunciarnos un texto poético o de narrativa sobre algún tema campesino… No lo es. El contenido nos va a exponer, en detalle, la transformación colonialista de un antiguo territorio organizado y en explotación agraria por indígenas aruacos agro ceramistas (taínos) del cual recibió una honda impresión el Almirante Cristóbal Colón en 1492, durante su primera visita a esta porción de la isla de Cuba.

Debido a ello, Colón aconsejaba en su Diario (primer viaje), comenzar por Baracoa, lo que calificamos como la conquista de la isla de Cuba. Algunos años después, alrededor de 1511, su indicación se cumplió con la llegada de Diego Velázquez y su tropa a Baracoa para someter y fundar allá la villa primada y segunda capital colonial hispánica en el Caribe.

De acuerdo con la estructura del libro, en la Introducción la autora expresa de forma sucinta y con claridad el propósito principal de su estudio, cito:

Interesa ahora desbrozar la historia de esa parte de Cuba para develar la configuración de la región histórica baracoesa entre finales del siglo XVI, cuando ya ha transcurrido casi una centuria de la dominación colonial, hasta los años 80 del siglo XIX, cuando ya la región exhibe casi todas las características que se mantienen hoy. También sus mejores fortalezas y debilidades de cara a un futuro sumamente complejo como sobrevenía a esta mayor isla del Caribe en 1898. (García: 3)

Considerando dicha región en términos espaciales sus confines se definen en el extremo oriental de la isla, “al este con el Paso de los Vientos, al oeste con las regiones Guantánamo y Holguín, al sur con el [Mar] Caribe y al norte con el Canal Viejo de Bahamas [que fluye desde el Océano Atlántico]” (García: 4).

En la actualidad, pudieran ser incluidos como partes de aquella antigua región histórica, en la provincia de Guantánamo, además del municipio de Baracoa, los de Maisí, San Antonio del Sur, Imías y Yateras; y en la provincia de Holguín, los de Sagua de Tánamo y Moa.

Así las cosas, Ivette considera que la motivación de su investigación fue puramente profesional. Recuerda todavía su primer encuentro con Baracoa, durante el inicio de la década del noventa del siglo pasado, y nos confiesa: “Me encanté con la ciudad y su gente, y aumentó en mí la conciencia de la necesidad de su estudio para una historia regional cubana y una historia nacional que contemple las particularidades y procesos regionales.” (García: 4)

La obra sobresale como la magnífica síntesis obtenida de un arduo y concienzudo trabajo de investigación histórica; por ello, con vistas a este breve comentario, he seleccionado y destacaré tan solo algunos aspectos significativos.

La primera parte titulada “Donde revientan los truenos: orígenes de la región más antigua de Cuba”, Ivette la dedica a exponer los elementos fundamentales de su interpretación acerca del concepto de “región histórica deprimida”, cuyas singularidades en Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, en los siglos XVI y XVII, iniciado ya el proceso colonizador, se refieren fundamentalmente a:

—La baja densidad poblacional de la región, mayoritariamente asentada en zonas rurales, alejadas de la ciudad, y compuesta por aruacos puros, o descendientes de estos, mestizados, en alguna proporción, con los pocos españoles blancos residentes en la diminuta zona urbana.

—Economía poco diversificada, con base en tecnologías propias de sus pobladores originarios, indígenas aruacos; pocas tierras cultivables debido a la topografía abrupta de la región; persistencia de tradiciones aborígenes de origen religioso en la vida social.

—Alta participación en el comercio ilegal, o de contrabando:

- A falta de facilidades en las comunicaciones terrestres, se continuó la vocación marinera para las comunicaciones costaneras o fluviales, con Santiago de Cuba, La Habana y otros destinos en el archipiélago; de forma similar se relacionaban con otras islas cercanas. Estas rutas se establecieron surcando en frágiles embarcaciones el Canal Viejo de Bahamas, el Paso de los Vientos y el Océano Atlántico.

- La debilidad económica de la oligarquía local, españoles o criollos descendientes de los primeros, que en cantidad mínima permanecen en la zona rural o urbana.

- Poca atención y jerarquización de esta villa por parte del gobierno colonial, que abandona a sus propias iniciativas y recursos la administración de la región baracoesa una vez que se funda Santiago de Cuba (1515) y se traslada hacia esa villa la ciudad capital (segunda) de la naciente colonia.

Teniendo en cuenta el uso de métodos e instrumentos propios de los estudios históricos regionales, y de la historia comparada, entre otros, la autora logra explicar y demostrar en la segunda parte que nombra “Soy como el venado, que vuelve a donde lo tiran: tenacidad baracoesa”, cómo a través del tiempo, se mantienen las variantes que imprimieron características propias a la configuración de la región baracoesa colonial, cada vez más disminuida en población, recursos y espacio, por la pérdida de territorios (Sagua de Tánamo y Moa, al norte; Yateras, Imías y San Antonio del Sur), hechos que suceden a lo largo de los siglos XVIII, XIX y XX, en favor de las regiones fronterizas de Holguín, Guantánamo y Santiago de Cuba, más atractivas dado su contrastante desenvolvimiento económico, político y social.

El modelo de la plantación azucarera esclavista no fructificó en Baracoa, por razón de su geografía y también el interés de la oligarquía en esa región histórica en otros cultivos (cocos, bananos…). Aunque, con la aparición de los cafetales en el siglo XIX arribaron los esclavos africanos negros, siempre en cantidades bajas si las comparamos con el resto de la Isla, o con la macro región oriental. La mayor influencia cultural continuaría siendo la de los descendientes de aruacos y españoles.

En la tercera parte de la obra, “El barco de velas lo que necesita es viento: la región histórica”, hay un amplio y valioso análisis de la problemática económica ya enunciada y desenvuelta. Especialmente, me llama la atención el peso económico que tuvo al sur de la ciudad de Baracoa, la existencia de palenques de negros cimarrones, de su producción de bienes y del comercio de estos con otros lugares de esta región.

Habría que investigar si en otras localidades rurales de la Isla y el Caribe ocurrió algo similar, o no, y hasta dónde estas relaciones comerciales internas contribuyeron al establecimiento y difusión de la cultura criolla de raíz netamente africana.

En cada etapa descrita y analizada, en el relato histórico se incluye una sustanciosa información en torno a las particularidades del desarrollo sociocultural, a través de la hechura de la vida cotidiana, la introducción de la instrucción general, casi siempre privada; los cambios que tuvieron lugar en la alimentación y sus fuentes, el sostenimiento de costumbres y manifestaciones de la cultura popular integradora de lo indígena, lo español y, en menos proporción, de lo africano negro. Por sobre todas las influencias posibles, Ivette subraya la autenticidad de esta cultura, conservada hasta hoy como un patrimonio que identifica a los baracoesos y tributa a la diversidad cultural cubana. El Epílogo cumple su objetivo con una amplia reflexión acerca de la cuestión tratada y extiende sus conclusiones hasta nuestros días.

Los múltiples aportes de la obra se refuerzan con los anexos, muy variados en sus contenidos: desde palabras y expresiones autóctonas —algunas de ellas son utilizadas por la autora para la titulación de las diferentes partes del libro—, hasta la elaboración de tablas comparativas y mapas realizados por el geógrafo especialista en cartografía histórica José María Camero.

Por último, solamente me resta felicitar a la autora por la sabia elección del tema, su paciente y rigurosa investigación y la composición final del texto en toda su posible complejidad; mi reconocimiento a los encargados de la edición, corrección y diseño del libro por su minuciosa labor. No encontré errores ortográficos ni de redacción, lo cual siempre hace agradable y muy apacible la lectura de un buen libro.


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