A la distancia de 115 años entre sí, el 23 de agosto se conmemoran dos acontecimientos relacionados con la afrodescendencia caribeña: la gran sublevación de esclavos en el Santo Domingo francés en 1791 y el alevoso asesinato del general de división del Ejército Libertador Cubano José Quintino “Quintín” Bandera Betancourt, en 1906.
Por motivo de la primera conmemoración mencionada, la Organización de Naciones Unidas (ONU) designó el 23 de agosto como “Día mundial del recuerdo de las víctimas de la trata negrera”.
El 23 de agosto de 1791 en Saint Domingue
El 14 de julio de 1789 el pueblo parisino tomó la Bastilla, los reyes borbónicos huyeron, pero fueron capturados y decapitados en la guillotina. El propio inventor de ese horrible mecanismo, Jean Guillot, fue ajusticiado en su propio invento. La Asamblea General del pueblo francés proclamó: “Libertad, igualdad, fraternidad”. Triunfaba una revolución liderada por la burguesía contra la nobleza feudal y el absolutismo monárquico. A la postre, sería el acontecimiento histórico de mayor calibre en el siglo XVIII.
En el Caribe, la parte occidental de la isla de La Española o Santo Domingo, era una colonia francesa desde el tratado de Riswik de 1697. Una próspera colonia basada en la economía de plantación esclavista azucarera-cafetalera, con una explotación extrema de la mano de obra de africanos esclavizados y sus descendientes criollos.
Cuatro castas estructuraban la colonia: los grandes blancos (terratenientes, comerciantes, funcionarios, oficiales del ejército, banqueros, capitalistas de todo tipo), los pequeños blancos (empleados, artesanos, soldados, campesinos), los negros y pardos libres (pequeños propietarios, algunos hacendados, empleados, campesinos, artesanos, oficiales y soldados, pero no se igualaban en derechos a los blancos aun cuando la fortuna de algunos era superior) y los esclavos, sin derechos de ningún tipo.
En junio de 1790, los negros y mulatos libres, queriendo hacer realidad la consigna de la revolución en la metrópolis, reclamaron al nuevo gobierno de París, la igualdad de derechos, pero lo proclamado en Europa no parecía ser válido para la colonia y se les negó. Ese es el antecedente de la revolución en Saint Domingue pero, las reclamaciones cívicas de los negros y pardos libres no incluían la abolición de la esclavitud ni la igualdad entre ellos y los esclavos. Incluso, algunos de estos negros y mulatos libres, eran propietarios de esclavizados.
La radicalización del proceso revolucionario ocurrió cuando el 23 de agosto de 1791 estalló la gran sublevación de esclavos en todo el territorio y fue ese, el verdadero movimiento revolucionario que buscaba la abolición de la esclavitud y las castas, la igualdad de derechos y la independencia de la colonia.
En lo adelante, nombres como Toussaint Louvertoure, Jean Jacques Desallines, Henry Cristopher, Alexander Petión, Gomán… harían historia, los llamados “jacobinos negros”. En ayuda de la Francia colapsada acudió España que invadió desde la parte oriental de la ínsula y la Gran Bretaña, pero los patriotas del llamado “Ejército de ciudadanos indígenas” derrotó a las tres potencias a la altura de 1801 debiendo reconocer a Louvertoure como gobernador general de la isla.
Napoleón Bonaparte, intentando recobrar la colonia perdida envió a su cuñado, el general Leclerd, con una legión de 60 mil hombres a reconquistarla y apresaron a Louvertoure y lo enviaron a Francia donde murió.
Pero mucho antes de la retirada de Rusia o el descalabro en Waterloo, las tropas napoleónicas fueron abatidas por los negros y pardos de Santo Domingo en la batalla de Vertieres, en noviembre de 1803, obligados a morder el polvo de la derrota militar y política. El 1ro de enero de 1804, en la plaza central de Gonaives, se proclama la República de Haití, asumiendo la nueva nación el nombre que le dieran a la isla sus aborígenes caribes. Era la primera república latinoamericana, la primera caribeña y la primera patria fundada por antiguos esclavos.
Lo que se consagró en Vertieres y Gonaives, se había iniciado el 23 de agosto de 1791 y por ello, por su connotación histórica universal, es el “Día mundial del recuerdo de las víctimas de la trata negrera”, pues, fueron los descendientes de aquel ominoso comercio triangular, los que dieron al traste con la primera nación independiente de la América de lenguas latinas y del Mar Caribe.
La fatídica madrugada del 23 de agosto de 1906 en los alrededores de La Habana
José Quintino Bandera Betancourt, era un cubano negro, libre y pobre, nacido en la ciudad de Santiago de Cuba el 30 de octubre de 1834 y después de siete décadas de existencia, murió contando en su haber con cinco contiendas bélicas como participante activo.
La primera de ellas, con apenas 17 años de edad, fue la sublevación del principeño Joaquín de Agüero, en 1851, bajo el pabellón de la estrella solitaria que había empleado Narciso López. El movimiento, originado en Puerto Príncipe –Camagüey- se extendió al norte de la región oriental y en él participó el joven “Quintín” y abortada la rebelión, se fue a España en un buque y trabajó en aquél país por varios años.
Ya en la segunda mitad de la década de 1860 se encuentra conspirando con un grupo de jóvenes del barrio de Los Hoyos de su natal Santiago de Cuba y en los roles conspirativos conoció a los Maceo Grajales, a Flor Crombet, Moncada y otros.
En enero de 1869 se incorpora al Ejército Libertador a las órdenes del general Donato Mármol, la guerra se había iniciado el 10 de octubre de 1868 y en 1878, está Quintín con grados de teniente coronel, en el campamento de Mangos de Baraguá, como jefe de la seguridad de la entrevista efectuada el 15 de marzo de ese año, entre el mayor general Antonio Maceo Grajales y el capitán general español Arsenio Martínez Campos, conocida en lo adelante como “la Protesta de Baraguá”.
Cuando el 24 de agosto del propio 1878 se inicia la Guerra Chiquita, Quintín Bandera está en ella hasta su culminación en octubre de 1880. Es apresado por participar en la Conspiración del Manganeso, en Santiago de Cuba y enviado a la cárcel en Tenerife, Islas Canarias.
Pero al iniciarse la Guerra de independencia el 24 de febrero de 1895, nuevamente calza las botas y con grados de coronel está al frente de la infantería en el contingente invasor que, con Maceo y Máximo Gómez, parte de Baraguá el 22 de octubre de ese año para recorrer más de dos mil kilómetros entre maniguas, llanos y serranías hasta Mantua, en el occidente el 22 de enero de 1896.
Es ascendido por Gómez a brigadier y nombrado jefe de la brigada Trinidad del cuarto cuerpo de Ejército Las Villas, siendo destituido después por razones disciplinarias, pero se le conservó el grado de brigadier (general de brigada) y ascendido posteriormente a general de división, graduación con la que termina la guerra en 1898.
Contrajo matrimonio en la ciudad matancera de Colón en 1901 con la joven pinareña de 17 años Virgina Zuaznávar, natural de Bahía Honda, con la que tuvo tres hijas más un hijo varón que ya tenía de una relación anterior y que formó parte también de la familia que se radicó en La Habana, primero en el barrio de San Isidro, en la calle Velazco y finalmente en el de Jesús María, en la calle Revillagigedo primero, y finalmente en Esperanza 106 desde donde parte en agosto de 1906 a sumarse al levantamiento del Partido Liberal contra la reelección presidencial de Tomás Estrada Palma, la llamada “Guerrita de agosto”.
Su motivación tenía. Estaba convencido del racismo y el mal gobierno de Estrada Palma. Siendo Quintín general retirado, se le presentó al “señor presidente de la república” en busca de trabajo y éste, despectivamente, le ofreció un billete de diez pesos y una plaza de cartero. Por supuesto que inaceptable para el heroico patriota.
Sin embargo, los catalanes propietarios de las firmas de jabonería y perfumería Sabatés y Crusellas, le ofrecieron un digno y bien pagado empleo de encargado de ventas y le pidieron su rostro para dignificar sus productos.
Alzado en la zona de Arroyo Arenas, dirigió varias acciones exitosas hasta enterarse del fin del conflicto. Solicitó salvoconducto al gobierno para regresar a su casa y estando acampado en la finca Garro, en Torrens, fue sorprendido por una partida de la Guardia Rural encabezada por el capitán Delgado quien había sido subordinado suyo en la guerra de independencia y creyó que venía con el salvoconducto solicitado, pero inesperadamente fue macheteado sin compasión.
Su cadáver fue trasladado en una carretilla cualquiera hasta Arroyo Arenas y por tren hasta La Habana, sepultado como un fardo en una fosa común, pero identificado a propósito por un párroco compasivo, por lo cual se pudo extraer en 1919 para darle la sepultura definitiva por su familia aún con la oposición del alcalde de La Habana, el también general mambí Freyre de Andrade.
A 116 años de aquel abominable suceso, a su última morada, en el proletario barrio de Jesús María, se le dan los toques finales para inaugurar en ella, próximamente, el Centro Cultural Quintín Bandera, en su memoria.
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