Dos hechos en noviembre como tesoros de nuestra Cultura


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Enrique Loynaz del Castillo, el General del Ejército Mambí, era el padre de Dulce María Loynaz, la excelsa poetisa cubana de todos los tiempos. Era un ser valiente y un artista. Hombre de gran sensibilidad que me honré en conocer en la década de los cincuenta. Lástima que no era posible y mucho menos para una humilde niña, contar con los medios de una foto o de una lejana grabación, pero lo conocí, me habló como un querido abuelo y solo conservo celosamente unas hermosas palabras que me dedicó en mi autógrafo, fechadas en aquellos lejanos tiempos.

Hablamos de todo, de historias, de Martí y Maceo, de poemas, él sentado en aquella poltrona ante un amplio ventanal que daba a la calle.

No puede el lector imaginar lo que fue para mí saber, que aquel cubano había conocido personalmente a Martí y a Maceo, y que había colaborado con ellos.

Inmenso recuerdo que me ha acompañado toda la vida.

En mi casa se hablaba y entonaba el Himno Invasor, escrito por aquel General, que tuve ante mis ojos asombrados.

Un día, con sus propias palabras, aquel mambí, contó de qué forma se había producido la creación de aquel himno que comenzaba de esta forma:

¡A las Villas valientes cubanos:                                 
A Occidente nos manda el deber
De la Patria a arrojar los tiranos
¡A la carga: a morir o vencer!

De Martí la memoria adorada
nuestras vidas ofrenda al honor
y nos guía la fúlgida espada
de Maceo, el Caudillo Invasor.

Dos cosas siempre me impresionaron de esta creación del General,  en primer lugar,  el impulso avasallador que sintió al escribir el himno frente a aquel texto negativo que habían dejado los partidarios de la Colonia  en la ventana de aquella casa de vivienda de la Matilde,  cercana a la arboleda donde acampaba el Ejército Libertador,  y  en segundo lugar, la decisión del General  Maceo,  al conocer  la obra y señalar  con toda modestia, que en lugar de aquel  “Canto a Maceo”, esa creación  le pertenecía enteramente  al Ejército Libertador. Era una Canto de guerra, de todos y para todos.

Alzó Gómez su acero de gloria,
y trazada la ruta triunfal,
cada marcha será una victoria:
la victoria del Bien sobre el Mal.

¡Orientales heroicos, al frente:
Camagüey legendaria avanzad:
¡Villareños de honor, a Occidente,
por la Patria, por la Libertad!

De la guerra la antorcha sublime
en pavesas convierta el hogar;
porque Cuba se acaba, o redime,
incendiada de un mar a otro mar.

A la carga escuadrones volemos,
Que a degüello el clarín ordenó,
los machetes furiosos alcemos,
¡Muera el vil que a la Patria ultrajó!

Esto sucedía el 15 de noviembre de 1895.

Pasaron los años. Aquel hombre de historia, aquel creador del Himno Invasor, tuvo a su primera hija un 10 de diciembre de 1910. Llegaba al mundo, la gran poeta Dulce María Loynaz. Después la acompañarían tres hermanos nacidos en años sucesivos.

El General, conoció del triunfo de la Revolución Cubana, en 1959. Poco tiempo después, en 1963, moría a los 91 años.

Por hermosa coincidencia, un 5 de noviembre, pero de 1992, se recibía la noticia de que la cubana Dulce María Loynaz, le había sido otorgado el Premio de Literatura Miguel de Cervantes Saavedra. Andaba ella por los 90 años. Desde 1987, Cuba la había laureado con el Premio Nacional de Literatura.

Unos años después, moría la escritora y destacada cantora, dejándonos una obra imperecedera, con poemas sublimes y otros textos extraordinarios. Fue en 1997, a los 94 años de edad.

Siempre me viene a la mente, aquel discurso de agradecimiento al valioso premio Cervantes, escrito por aquella longeva mujer que se trasladó a España a recibirlo en 1993, y leído, allí, en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, en su nombre por Lisandro Otero, otro gran escritor cubano. En sus palabras, volvía una vez más a recordar a su padre. Se refiere Dulce María, a un hecho, que cuenta el General, en sus Memorias de la Guerra. Se trata la anécdota, de un soldado español que, al ser sorprendido en un bosque, escapa de los mambises dejando entre otras cosas, un libro. Ese libro era nada menos que la Historia del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha por Don Miguel de Cervantes y Saavedra y dejo que la propia poeta, nos cuente, como lo hizo en su discurso, lo que allí ocurrió:

Mi padre abre el libro y empieza a leer para sí, y luego se interrumpe con risa que no ha podido contener. ¡Siga, siga riendo! -dicen los otros-, que esa risa nos hace pensar que ya usted encontró el modo de salir de este infierno. Mi padre vuelve a leer el párrafo que provocó su hilaridad, esta vez en voz alta. Y todos ríen juntos, como si, en efecto, ya vieran resuelta la angustiosa situación.

Pero, ¿dónde se encontraba mi padre?, en la más difícil de las situaciones, perseguido y extraviado en plena selva tropical. Las condiciones no podían ser más adversas y sin embargo mi padre ríe tan espontáneamente que su risa es contagiada a sus compañeros. ¿Quién hizo el milagro? Un hombre que vivió hace cuatrocientos años y lo suscitó con palabras escritas en un papel.

Una hermosa referencia a un libro magistral.

La risa, cuando puede participarse, hermana a los hombres.

Y continúa conmovida: Por lo tanto, me honra singularmente que se haya considerado mi nombre digno de acompañar, aunque sea de lejos, al del titán de las lenguas españolas.

Al final del discurso, añade la distinguida cubana, un poema antológico del poeta y periodista cubano Enrique Hernández Miyares, aquel último Director del Semanario La Habana Elegante, un soneto que, desde muy niños, los cubanos que nacimos en el siglo XX, aprendimos desde la escuela. Dulce María, considera este texto y cito textualmente: “de los más bellos versos que a juicio mío se han dedicado al inmortal caballero andante”, un criterio también muy generalizado entre especialistas y críticos a lo largo del tiempo.

La más fermosa

Que siga el caballero su camino

agravios desfaciendo con su lanza:

todo noble tesón al cabo alcanza

fijar las justas leyes del destino.

 

Cálate el roto yelmo de Mambrino

y en tu rocín glorioso altivo avanza,

desoye al refranero Sancho Panza

y en tu brazo confía y en tu sino.

 

No temas la esquivez de la Fortuna:

si el Caballero de la Blanca Luna

medir sus armas con las tuyas osa

y te derriba por contraria suerte,

de Dulcinea, en ansias de tu muerte,
¡di que siempre serás la más  fermosa!

Ideas entrelazadas, eventos inolvidables que nutren nuestra Cultura e irradian sus luces  al Mundo, esta Humanidad,  que hoy más que nunca,  necesita de fuertes lazos de amistad y cálido amor.         


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