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El año 1988 de don Pepe Tallet


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Tallet a los 36 años. Óleo de Carlos Enríquez.

Dulce, inteligente, gritón, un intelectual que se ríe

 con ganas, le ha perdido el miedo a la seriedad,

juega a la ironía y se burla de la muerte.

 

La presente entrevista a Tallet fue publicada en Bohemia, pocos días antes del aniversario 95 de su nacimiento, el l8 de octubre. Se publicó en el número del 14 de octubre de 1988, año 80, no. 42, pp. 34-37, a solo quince meses antes de su fallecimiento, el 21 de diciembre de l989. El original fue editado y se suprimieron algunas partes en aras de cumplir con el espacio que se había planificado por la revista al trabajo. Ahora publico el original.

Estoy sentado frente a este hombre que habla lentamente, con la cabeza reclinada sobre una almohada que, no sé cómo, se mantiene sin caerse en el alto espaldar del sillón que le acomoda... “¡Qué “acomoda” ni qué “acomoda”! ¡Que me “incomoda”; que me “incomoda”!... ponga ahí...”

Así es: dulce, inteligente, gritón, dicharachero y jorobador..., y ahora, un poco protestón... “Estas piernas me duelen cada día más... ¡Cada día más! ¡No me han salido buenas!”

Converso con don José Zacarías Tallet y Duarte, criollo rellollo, pero que en su genealogía tiene una antigua ascendencia francesa de un oficial napoleónico que vino a vivir a Cuba.

Tallet es el periodista cubano más viejo —no voy a decir aquí “de mayor edad”— en activo, e indudablemente el más viejo entre los colaboradores y trabajadores de Bohemia, que en este año de l988 cumple la revista su 80 aniversario.

Sí, soy el más viejo de Bohemia, revista a la que le tengo mucho cariño. Pero en Cuba solo había hasta hace poco otro periodista mayor que yo; vive por las provincias orientales y la última vez que me escribió fue hace un tiempo, pero no sé si me ha dejado ya ocupar el sitial de más viejo ejerciendo y sin ejercer... Ojalá me conteste que “no”, es decir, que está vivito y coleando...

Nace “Gazapos”

Recuesta completamente la cabeza sobre la pequeña almohada y con sus huesudos dedos aprieta el extremo de ambos brazos del alto sillón, entonces levanta los ojos espejuelados hacia el techo y hace un chasquido con la lengua y los labios...

¿Qué cuantos años hace que soy colaborador de Bohemia? ¡Qué sé yo! Como cuarenta y pico o cincuenta. Le voy a explicar: Yo colaboraba en Carteles —que fue una revista muy importante—, pero el dueño, Quílez, que era mi amigo, era un tipo duro... caminaba con los codos. Perteneció al Grupo Minorista también. Una vez fui a la caja para cobrar una colaboración y la pagadora me sacó unas cuentas raras: que si las líneas de las cuartillas no estaban completas... ¡Figúrese!; era que se trataba de unos diálogos con parlamentos cortos... Y ella me quería contar las líneas según su tamaño.

Entonces fui a ver directamente a Quílez y le planteé el asunto: estaba muy molesto: y él llegó hasta la cajera y le preguntó que quién había dado aquella “orientación” —que entonces se llamaba “orden”— a ella... La muchacha no le contestó, pero lo miraba como asombrada. Yo siempre pensé que Quílez esa vez me montó un numerito para quedar bien conmigo.

Yo tenía que buscar dinero por aquí y por allá, pues era muy gastador. Pero como era un trabajador largo, podía darme ese lujo.

Carteles fue muy importante, pero Bohemia comenzó a coger un auge tremendo. Una vez, cuando llegué para entregar una colaboración en Bohemia, Miguelito Quevedo, su director y propietario, me dijo que casi no le traía nada... Entonces le propuse algunos trabajos y comenzaron a aparecer cosas mías más a menudo.

Pero al tiempo protestó Quílez, y me llamó a capítulo. Que escogiera: “O aquí o allí”, me dijo. Y, claro, en definitiva, ganaba fijo en Carteles y, en Bohemia, no siempre. Así es que le dije a Quevedo: “Mira, Miguelito, la cuestión es que Quílez me ha dicho esto y lo otro. Por lo tanto, no te puedo traer nada más”.

El director de Bohemia se quedó pensativo; me preguntó cuánto yo venía haciendo, o sea, ganando, en una y en otra, en las dos revistas juntas, y yo le dije: “Tanto”; y él me respondió enseguida: “Yo te los pago, chico, y traes aquí colaboraciones más a menudo”. Y eso hice.

Le pregunté cuántos pseudónimos había empleado, y me los enumeró, pero me pidió que no los publicara, no quería por ahora; y me dijo que “los viejos saben sus cosas”, para continuar con su risita socarrona antes de terminar diciéndome:

Cuando yo me muera, haga lo que quiera con esa información, pero antes no.

Entonces volví a la carga, ahora para preguntarle acerca de su trabajo más importante en Bohemia, en la etapa revolucionaria, es decir, “Gazapos”, y también de los años que lleva publicándose esta columna.

Según los datos que están por ahí, el próximo 8 de noviembre se cumple el aniversario 20 de “Gazapos” en Bohemia. Por lo tanto, “Gazapos” es 60 años más joven que Bohemia, exactamente.

Empecé a escribir acerca del idioma en el periódico El Mundo, en la década del sesenta, bajo el pseudónimo de “Felipe Nápoles”. Eso duró casi dos años, hasta que en l968, dejó de salir ese periódico.

Como entendí que aquella columna era necesaria y le gustaba también al público en general..., me refiero al tema del idioma, ¿no?, pues entonces fui a ver a Enriquito de la Osa —quien era a la sazón el director de Bohemia— y le dije si creía conveniente que siguiera martillando sobre el asunto; y él me dijo» “Encantado”. Y, bueno, volví a la misma cosa, pero titulé la columna, ahora en Bohemia, con el muy conocido nombre de “Gazapos” y, al principio, la firmaba con el pseudónimo de “El Cazador”.

Le pregunté si prefería hacer “Gazapos” bajo el incógnito de un pseudónimo.

¡Claro, hombre! La cosa fue que con los años, poco a poco, iba sabiéndose el asunto, que llegó a conocerse en algunos medios, y al fin una compañera me pidió que me declarara el autor de “los gazapos” y le dije que “sí”, y lo puso por ahí...

Bajo el pseudónimo podía “tirar” para todos los lados; pero, desde entonces descubierto “el tirador”, ha habido que andar con cuidado para que nadie se sienta molesto... No es lo mismo que un tal “El Cazador” fustigue la prosa de alguien, que lo haga este viejo que le han colgado medallas, títulos y pergaminos... Oígame, ¡pero mire que me divertía tirar aquellos flechazos!

Le digo que —con 94 años en las costillas— debe sentirse muy contento de que haya recibido tales muestras de reconocimiento y respeto por la Dirección de la Revolución...

Muy agradecido es lo que estoy... No creo que sea para tanto...; por haber hecho algunos versachos, protestado de algunas cosas, vivir honradamente, decir siempre lo que he sentido y sentirme siempre muy cubano y amante de mi patria... Creo que no ha sido para tanto... No sé...

Y diciendo esto se echa hacia atrás, se ríe con ganas, como sabedor de que está preparando alguna maldad; y aquí viene:

 ¡Je, je!... O será por viejo...Por cierto, que hay que ver lo elegante que me sacan en fotografías a cada rato... ¡Je, je!

Vuelvo a dónde me quedé. Le pregunto si no cree que algunas veces ha sido algo duro con los que comenten errores, gazapos; y me responde sencillamente:

Yo creo que no. Las debilidades solo traen la decadencia. Observe usted que un profesor, consintiendo esto y lo otro, al final del curso lo que tiene en el aula es una comparsa, un carnaval...y donde él es el mismitico rey momo por haber permitido ese relajo.

Pero le insisto. Le explico que a veces ha contestado a alguien con aspereza. Y me responde — ¡vaya!— ásperamente:

¡Yo no soy un caramelo!; ni tampoco voy a andar con remilgos. Como soy un humano...uno más..., soy igual que cualquier otro. Creo que mientras trabajé “Gazapos” bajo el manto del pseudónimo de “El Cazador”, fui más severo. Ahora no, es natural. Ya lo dije antes.

Es que dicen por ahí que usted es un poco majadero...

¡Por ahí! Yo no soy majadero, soy viejo, pero sé lo que digo.

Autodefinición

Ahora lo ataco por otro flanco: Le pregunto si él, verdaderamente, es tan áspero, o si no es que se hace el “duro”...; entonces se echa a reír bajito, hasta que termina mirando hacia ese techo que nos cubre, tan blanco como todo blanco son paredes, puertas y anaqueles para libros que “tapizan” las paredes de la habitación-estudio del poeta.

Para qué filosofar ahora si le puedo contestar con una estrofa de ciertos antiguos versos míos. Helos aquí:

 

Yo soy un raro injerto de sapo y de paloma,

con algo de serpiente, con algo de león;

un poco de libélula, un mucho de carnero,

cuatro pelos de gato y de cisne un plumón.

 

Y le diré, para sintetizar, tal cual termina ese poema que me retrata, o que me autorretrata, que, después de una feroz lucha entre todos esos componentes “al fin y al cabo siempre, siempre triunfa el carnero, / ¡el familiar carnero que hay en mi corazón!

Es el momento en que le lanzo estas: Y usted, que con sus noventa y cuatro años está trabajando todavía, ¿cómo se autodefiniría? ¿Qué cree de su trabajo actual?

Bueno, para algunas cosas estoy “acabado”, desde hace mucho tiempo; pero, otras, se me están acabando ahora, como mi vista, como mis piernas. Diariamente leo más de ocho horas con estos espejuelones tan gruesos y una lupa grande, por demás. Las piernas ahí usted las ve: cada vez más enclenques. En los dos o tres últimos años me he caído algunas veces, pues me pongo a caminar buscando libros en los libreros...

Y una encendida risotada suya interrúmpelo a él mismo, y me dice:

Me acordé, como usted sabe, de la última vez que me caí; fui a buscar un libro en ese librerito de ahí, que es más alto que yo, y como que el libro era muy pesado, al cogerlo en mis manos perdí el equilibrio, y me sujeté del librerito y de nada sirvió, pues vine abajo junto con él; claro, yo abajo y él y los libros sobre mí... Entonces fue cuando comencé a gritar: “¡Auxilio!, ¡socorro!”; y al llegar hasta aquí, las viejas de la casa, que estaban allá atrás, se asustaron mucho, pues solo se veía un montón de libros y un librero en el piso y de allá abajo salía mi voz que gritaba “¡Auxilio!, ¡socorro!”.

Le interrumpo y le explico que se ha ido del curso de la cuestión, que le había preguntado cómo le iba a los noventa y cuatro, trabajando todavía.

Ahora trabajo poco. Vamos a ser francos, ¿no? Mi socio gazapero —que usted conoce bien— trata de resolver los problemas de “Gazapos” y otros, sobre la marcha, y me obliga mucho a trabajar, casi que es un dictador. Dice que tengo que estar “en forma”; ¡je, je!, parece que él me ve “deformado”.

Le pido que me hable sobre lo último hecho en poesía.

En cuanto a poesía, en los últimos cinco años he escrito varias boberías y solo tres cosas de alguna importancia: un poema que dediqué a Alicia Alonso; unos endecasílabos pareados que dediqué, otra vez, a Llámez, desaparecido amigo y compañero de la infancia, y lo último, hace unos dos años, un soneto disparatado dedicado a un amigo —que también usted conoce—, y que titulé El héroe. Nada de esto se ha publicado. Creo que, de mi producción poética solo resta decir que “volví a dormir”, como los masones.

¿Pudiera contar usted —le pido—alguna anécdota de sus relaciones con los lectores?

¿Lectores? ¿De “Gazapos”, dice usted?

Sí, efectivamente.

Sí. Por ejemplo. Hace varios años una exquisita compañera trinitaria —que vive aquí en la capital, en el reparto Fontanar—, después de decirnos algunas cositas duras fue que se descubrió mi incógnito y se quedó muy apenada, ya que pensó que yo “era un viejito muy respetable y lleno de historia”. Esto me lo dijo un amigo hace poco tiempo, y yo quedé pensativo en ese momento, cuando entonces él me preguntó si me había conmovido lo dicho, y yo di un brinco y le dije que sí, que estaba conmovido de que pensara la compañera de que —después de todo— yo estaba “lleno de historia”, y no dijera que “estaba lleno de histeria”.

Le sugiero a Tallet pasar a otro tema, y me contesta:

Sugiera usted lo que quiera..., por fin es... que es usted quien lleva la batuta en esta entrevista.

La Protesta de los Trece

Sonriéndose, Tallet se acomoda en el asiento esperando qué vendrá, y vuelvo yo a la carga: Le pregunto acerca del hecho de que este año se conmemoró el 65 aniversario de la Protesta de los Trece...

Creo que no tuvo la adecuada “cobertura” —como se dice ahora— en la prensa y otros medios, por no decir que “se pasó completamente por alto”.

Sí, efectivamente, pasaron por alto la fecha, y nada menos que en un aniversario cerrado, el 65 aniversario.

Ya usted ve... El l8 de marzo de l923 se llevó a cabo en acto simple, sencillo, sin mayores heroicidades. No me voy a incluir en algo que voy a pintar de grandioso. Pero no podemos olvidar su significado: fue la primera vez que un grupo de creadores, intelectuales jóvenes, se unieron para protestar contra los desmanes de aquella republiquita, entonces del presidente Zayas, y expresamente la venta fraudulenta del Convento de Santa Clara. Esa fue su mayor importancia, además de que dio pie a distintos movimientos o agrupaciones progresistas y revolucionarios, y también fue el bautizo de fuego de quienes después serían dos grandes e importantísimos dirigentes revolucionarios cubanos: Rubén Martínez Villena y Juan Marinello Vidaurreta.

Le digo que quiero saber qué piensa acerca de lo que significó para él participar en la Protesta de los Trece.

Que fue una suerte haber conocido a Rubén Martínez Villena y haber estado a su lado todo ese tiempo, toda esa larga etapa. Ser su camarada, su hermano. Aunque, claro está, Rubén era mucho Rubén y dejó bien chiquitos a todos los que le seguimos esa vez.

Yo creo que, por lo menos, sin muchas pretensiones, he tratado de vivir como un digno protestante de aquella gesta y compañero de Rubén.

Tallet se queda meditando y responde a una pregunta que nadie le ha hecho:

Soy el único sobreviviente. Nunca pensé en esa posibilidad. Jamás se me ocurrió...

El año de Tallet

¿Y qué me dice —le pregunto— del próximo l8 de octubre?

Vaya usted a saber si llegamos. Si la pelona no interrumpe el baile, ese día cumpliré 95 años, que, si no es un “récord”, es un buen “average”, como aquel dicho.

No se puede con él; le ha perdido el miedo a la seriedad, juega a la ironía y se burla de muerte.

Soy el segundo de cinco hermanos y hace muchísimos años que solo quedo yo. Posiblemente sea uno de los más viejos matanceros que viva en esta capital.

Nací en el centro de la ciudad de Matanzas, en la calle del Río número 79. Muy jovencito me fui para los Estados Unidos, pero vine alrededor de 1916; regresé a Cuba y toda mi familia quedó viviendo en Nueva York. Como ya no tenía a nadie en Matanzas, por eso anclé aquí en La Habana, junto con amigos matanceros que se habían “habanizado”.

Quisiera que Tallet me dijera qué ha sido para él este año de l988 y se lo pregunto.

Primeramente, uno más y con salud. Además, el de los cuatro aniversarios “cerrados”, como decimos en la prensa, que usted ha querido recordar en este trabajo. O sea, el 80 aniversario de Bohemia, los 20 de “Gazapos”, el 65 de la Protesta de los Trece, y el cumpleaños 95 de este venerable anciano que soy yo... ¡Je, je!

Le menciono que estamos llegando al fin, y dice: “Gracias a Dios”; pero le expreso que me interesaría conocer qué última cosa él diría para los lectores.

Siempre he terminado la mayoría de mis “asuntos” haciendo alusión a la Dama Verde, esa que viene a buscarlo a uno con la guadaña... Pues deseo que todos sepan que a ella quiero referirme de nuevo, y es para decirle una y otra vez: “¡Solavaya!”.


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