El cartel cubano en Casa de las Américas: entre la solidaridad con los pueblos y el cine cubano


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La Casa de las Américas cumplió el 28 de abril de este año sus seis décadas de vida. Es un ejemplo de sistematicidad de la gestión cultural en el sentido más amplio del término y ha logrado consolidar programas y eventos  de prestigio a nivel continental  e internacional entre los que se encuentran: Casa Tomada, el Programa de Estudios sobre  la Mujer, que dirige la escritora Luisa Campuzano; Latinos en los Estados Unidos y Mayo Teatral por solo mencionar algunos.  La Casa de las América es una universidad latinoamericana y caribeña, un verdadero laboratorio de conocimiento que no ha perdido frescura, poder de pensamiento crítico, ni capacidad para reinventarse.

El Centro de Estudios del Caribe, uno de esos programas que pertenece a Casa, celebró del 20 al 24 de mayo en su séptima edición un evento de carácter bienal: el Coloquio Internacional Diversidad Cultural en el Caribe y en el marco del mismo se inauguró, en la galería Latinoamericana y el vestíbulo, la exposición El Cartel de la revolución curada por el premio nacional de diseño 2017 José Antonio “Pepe” Menéndez, el coleccionista Damián Viñuelas y la especialista Gabriela Ramos. Parte de la muestra se encuentra en el libro El cartel de la revolución. Carteles cubanos entre 1959 y 1989, publicado por la editorial Polimita.

En mi opinión considero acertada la decisión del comité organizador del coloquio al seleccionar al cartel como la manifestación creadora para la exposición que acompañaría al evento debido al poder de síntesis de este discurso visual, así como tomar el vestíbulo como área expositiva lo que posibilita una más fácil comunicación con el público que visite Casa de las Américas.

La exhibición se ajustó a dos de las líneas temáticas presentes en el coloquio: el cine cubano y el compromiso de nuestra revolución con las causas emancipadoras de los pueblos oprimidos. En la primera se seleccionaron algunos carteles de la amplia producción que tuvo el Instituto del Arte e industria Cinematográficos (Icaic) en este sentido durante las décadas del sesenta, setenta y ochenta. Fueron los carteles que acompañaron el estreno de las películas cubanas y extranjeras. La segunda responde a la también prolífica edición que tuvieron las instituciones cubanas que han materializado la labor de solidaridad con los pueblos del Tercer Mundo.

El triunfo de la revolución cubana el primero de enero de 1959 posibilitó, apenas recién nacida, que surgieran centros claves para el desarrollo de la cultura artística en el país como el Icaic, el 24 de marzo, y Casa de las Américas. Solamente unos años después fueron creados: el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (Icap, 1961), la Organización de Solidaridad con los Pueblos de Asia, África y América Latina (Ospaal, 1966), el Movimiento Cubano por la Paz (Movpaz), y la Organización Continental Latinoamericana de Estudiantes (Oclae), organismos que permitieron que el trabajo de la solidaridad fuera más allá del enunciado con una sostenibilidad en el tiempo hasta la actualidad. Es un camino que ha contribuido a enriquecer la política exterior cubana debido a que durante todos estos años ha ido más allá de las lógicas relaciones con los jefes de Estado y Gobierno para jerarquizar a sujetos políticos contrahegemónicos invisibilizados o demonizados por los mecanismos capitalistas del poder mediático.

En la Galería Contemporánea se exhiben los carteles del Icaic de la autoría de los más renombrados diseñadores como Muñoz Bach, Alfredo Rostgaard, Raúl Martínez, Antonio Fernández Reboiro, René Azcuy y Ernesto Padrón. En este pequeño espacio se puede observar la pluralidad de estéticas con las que se concibieron los mensajes, un registro que abarca desde Eduardo Muñoz Bachs, muy cercano al dibujo infantil, con el cartel Niños desaparecidos (1985) basado en el multipremiado documental homónimo de Estela Bravo, con ese fondo negro y solamente la pelota en el borde derecho está expresado todo, hasta el llamado arte pop donde se sitúan los carteles de las películas Lucía (Humberto Solas, 1968) y Cimarrón (Sergio Giral, 1967), de Raúl Martínez y Alfredo Rostgaard, respectivamente.

De otra parte en el vestíbulo encontramos los producidos por la Ospaal: Conmemoración del día del guerrillero heroico, Jornada de solidaridad con Palestina, y Jornada de solidaridad con Guinea Bissau y Cabo Verde (1968), los tres de la autoría de Berta Abelenda, y Todos con Vietnam, de Ernesto Padrón (1971). También Contra el racismo y el apartheid, de Raúl Piña (Oclae, década del setenta), Libertad para Ángela Davis, de Félix Beltrán (Icap, 1971), La sangre germinal de Sandino, de Héctor Villaverde, Unión de Escritores y Artistas de Cuba  (Uneac, 1979), entre otros. 

El desarrollo que tuvo el diseño gráfico, singularizado en el cartel, es uno de los correlatos de todo un cambio cualitativo en la estructura sociopolítica cubana. La cartelística realizada en la época que abarca la muestra es parte de nuestros valores simbólicos. La gráfica no constituyó solamente un mensaje propagandístico que respondía al interés de una determinada institución sino que devino en una obra de arte.

En este artículo se tiene que resaltar a la profesora e investigadora Adelaida de Juan cuando, en fecha tan temprana como 1975, en el ensayo “La belleza de todos los días, notas sobre gráfica cubana contemporánea”, publicado en la revista Unión planteó que eran el diseño gráfico y el documental cubano (principalmente el de Santiago Álvarez) las dos manifestaciones más originales que habían surgido después del triunfo de la Revolución. La profesora reivindicó el diseño gráfico ubicándolo dentro del mundo artístico.

La exposición tiene además un valor agregado y es el de privilegiar la colección de Pepe Menéndez y Damián Viñuelas. Aquí subyace el estudio detenido, por parte de ambos especialistas, de la evolución de las formas que ha tenido el cartel en nuestro país desde 1959, unido a un detallado trabajo de conservación para salvarlos del inevitable deterioro tras el paso del tiempo.

El cartel de la revolución nos muestra una joya patrimonial, algo que hace más de cuatro décadas atrás era no más que un objeto de utilidad efímera disfrutado en la Rampa capitalina cuando nos anunciaba el estreno de un filme o para la realización de actividades políticas en escuelas, fábricas y otros centros trabajo. La sexagenaria Casa de las Américas nos convoca a repensar nuestra obra artística realizada en un pasado relativamente reciente para saldar las deudas que siempre tenemos con la construcción de la memoria histórica nacional.


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