De pie, frente a él, resulta impresionante, tanto que podría parecer no real, sin embargo, se sabe que lo es. A la vista, se antoja como una desmesurada pantalla en la que se proyectan más allá de las tradicionales dimensiones, en un gran fractal, la naturaleza y la cultura, en multiplicidad y complicidad de espacios, formas y relaciones.
La pupila reposa en asombro, en visión que relaja y fascina, donde unas elevaciones redondeadas, conocidas como mogotes, modelan un paisaje onírico, como si la Pachamama hubiera depositado en el Caribe gigantescas posturas de las cuales eclosionan lo bello y lo natural. Allí, en el occidente cubano, en la Cordillera de Guaniguanico, emerge, majestuoso, un orgullo nacional Patrimonio de la Humanidad, el Paisaje Cultural Valle de Viñales.
Diversas son las conceptualizaciones de paisaje cultural, pero todas, de una u otra forma, consideran la integración de la obra de la naturaleza y de los seres humanos, que aunque no dejan de ser naturaleza, tienen una particular forma de reproducirse como sociedad, de crear, aunque también y por desgracia, de destruir.
Según la Guía Operacional para el Patrimonio Mundial Cultural (1999) se considera: “Los paisajes culturales representan la obra conjunta de la naturaleza y del hombre. Los mismos son ilustrativos de la evolución de la sociedad y de los asentamientos humanos a través del tiempo, bajo la influencia de los condicionamientos físicos y/o las oportunidades presentadas por su ambiente natural y las fuerzas sociales, económicas y culturales sucesivas, tanto externas como internas…” y continúa mencionando la definición sobre la necesaria representatividad de una región geocultural definida, capaz de ser ilustrados sus referentes esenciales.
Este Valle, y gran parte de la sierra que lo rodea, fue aprobado en 1999 como Parque Nacional y, en ese mismo año, fue declarado por la Unesco Patrimonio de la Humanidad en la categoría de Paisaje Cultural. Posee además —desde 1979— la condición de Monumento Nacional.
Ubicado en la Sierra de los Órganos, en la provincia de Pinar del Río, en el Valle de Viñales se integran formas tradicionales de agricultura que se desarrollan en un marco físico excepcional por sus valores naturales y escénicos, junto a construcciones vernáculas, algunas con ciertos patrones indígenas como la llamada casa de tabaco, construida de madera y guano, con altos valores del patrimonio espiritual.
En la cultura popular se mantienen las canciones campesinas y sus instrumentos típicos, y para sentarse, el tradicional taburete campesino, que sí tiene respaldo, y es típico verlo reclinado sobre sus dos patas traseras, recostado a alguna pared, y su usuario, cómodamente ubicado, con un jarro de metal con aromático café, “acabaíto de hacer”, o un buen y humeante “puro” (tabaco) entre los dedos índice y del medio y la sonrisa amplia y franca que le invita y dice: “hombre, acabe de pasar, siéntese pa´ que se tome un buchito… Mujer, trae un poco de café pa´l recién llegao”.
Por sus zonas, sobre todo por aquellas que más frecuentan los turistas, es habitual escuchar a algún lugareño ofreciendo un buen mazo de “habanos”, el mejor tabaco de Cuba.
En este ambiente, mezcla de lo natural, lo cultural, lo material y lo espiritual, se mezclan el olor a tabaco y a sudor de labranza, donde la figura del verdadero hombre de campo, típicamente franco, sin dobleces, genera confianza y aprecio no más de verlo.
El Valle es también cuna de endemismos, como parte de un paisaje exclusivo donde se yergue majestuosa la singular visión que cautiva y admira a foráneos y lugareños y, donde es propicia por su singularidad, la presencia de especies de plantas y animales exclusivas de ese ecosistema evolucionado sobre áreas cársicas.
Existen en el Valle alrededor de 17 especies botánicas endémicas. Su máximo exponente es la Mycrocycascalocoma, conocida como Palma corcho, única especie en Cuba declarada Monumento Nacional. Se trata de un fósil viviente de 150 millones de años de edad y es particularmente abundante en el territorio cercano al Valle.
La fauna es relevante por su marcada diferenciación, y es la unión de los diferentes ecosistemas la que favorece su diversidad. La mayor riqueza específica e individuos por especies, se encuentra en los ecotonos o zonas de transición. Este sitio posee una gran variedad de aves, reptiles, mamíferos y moluscos; entre los invertebrados puede mencionarse la presencia de endémicos, como es el caso de la familia Papilionidae con la especie Paridesgundlachianus.
Asociadas al Valle también se pueden encontrar varias cuevas, muy significativas en cuanto a forma y originalidad, como la de “José Miguel” y la del “Indio”. La última es una caverna que llega a alcanzar los 300 metros de extensión, en cuyo interior corren dos ríos subterráneos. También está la denominada "La reina de las espeluncas", la Gran Caverna de Santo Tomás, caracterizada y topografiada por el Dr. Antonio Núñez Jiménez.
En la Cueva del Indio, además de las diversas formas y figuras formadas por las estalactitas y estalagmitas, se han encontrado pinturas y restos de los utensilios y entierros de las culturas cubanas precolombinas. Sin embargo, para quienes la visitan, lo que resulta sumamente atrayente es el recorrido en bote por el Río San Vicente, que por ella corre.
Hay mucho que ver en el Valle y territorios asociados, pero hay mucho que cuidar también. El principal valor de lo nuestro es que es precisamente eso, nuestro, y en la autoctonía, en su particularidad y singularidad radica el mayor y eterno tesoro.
Si por un poco o muchos más “dólares” sobrepasamos la capacidad de carga y perdemos la esencia, perderemos con creces lo que económicamente se había obtenido, y lo que es definitivamente peor, dejaremos de ser nosotros para convertirnos en cualquier otra cosa, en una caricatura.
El hecho es que será una pérdida en la dignidad, en la cubanía, en la identidad; por eso, mucho ojo a la mercantilización de nuestros valores patrimoniales, que nuestros aborígenes no usaban las coronas de los indios norteamericanos, con todo respeto a otras culturas verdaderas. Y va en serio, no existe una cultura mejor que otra, es solo diferente en cierto número de aspectos, por eso “zapatero a su zapato”.
Además, atención, los efectos de degradación muchas veces no se ven de momento, son procesos acumulativos que llegados a unas condiciones determinadas, como dice la teoría de la complejidad, “el sistema se encuentra al borde del caos”, y necesita disipar energía (las estructuras disipativas de Prigogine), por lo que emerge en un nueva cosa que ya no es lo que fue.
Lamentablemente, no es raro leer o escuchar considerar la naturaleza solo por los “servicios que presta al hombre” y no es ello acaso un posición antropocéntrica, no solo de egoístas, sino de ignorante, y que atenta contra la propia “civilización”, de lo cual el cambio climático es uno de los diversos ejemplos.
Sobrepasar la capacidad de carga de los ecosistemas, la enorme contaminación existente en mares, suelos y atmósfera, la erosión, entre otras tantas alteraciones, son evidencias de la enfermedad de esta civilización actual, o mejor de esta cultura occidental que se nos pretende y logra imponerse.
Entonces, en alerta para nuestro Valle, en tierra firme, cuidado con los cambios de uso de la tierra, atentos con que el tabaco y la cultura agrícola no se conviertan en casas de alquiler para el turismo, en crecimiento descontrolado, anárquico. Atentos con que no se pierda la esencia que dio origen al fascinante Viñales, para que no desaparezcan sus endémicos, o se comercialicen sus aves y sus moluscos, mucho cuidado con que Viñales sea una caricatura de lo que fue y haya que pintar otro exotérico mural de la prehistoria que ilustre, esta vez, el verdor, y la diversidad biopsicosociocultural que una vez tuvo el Valle.
Que el Valle de Viñales no se convierta solo en una bella postal, como “las ballenas que cruzaban nuestros mares”.
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