El golpe del son: ¿es universal y famoso el nacional?


el-golpe-del-son-es-universal-y-famoso-el-nacional
Septeto Nacional Ignacio Piñeiro

A punto de abandonar el horno en que se cuece y estar al alcance de seguidores de la música cubana se encuentra la nueva producción discográfica del Septeto Nacional de Ignacio Piñeiro que lleva por título: El más grande y universal, y que como las últimas producciones de esta agrupación sale bajo el sello BIS MUSIC de ARTEX.

Confieso que aunque conozco la obra y trascendencia de Piñeiro y de quienes por casi un siglo han pasado por esa agrupación sea en calidad de cantantes y/o instrumentistas, me pareció arriesgado que a estas alturas de la historia se pusiera semejante título a un disco de una formación musical que ha hecho gala de humildad; pero es obra humana y decidí correr el riesgo de aceptar con suspicacia el nombre y adentrarme en la escucha del fonograma y recrear en mi memoria aquellos pasajes significativos de sus ochenta y tres años de existencia, en busca de posibles conclusiones.

El  Septeto Nacional ha estado siempre ahí. Recuerdo aquellos tiempos en que un grupo de amables ancianos salía en la tele; sobre todo en el programa Álbum de Cuba donde eran presentados por la cantante Esther Borja que conducía tal espacio; y con incuestionable elegancia interpretaban canciones, algunas de cuyas frases nunca he olvidado. Recuerdo gratamente la voz de Carlos Embale cuando tras los primeros acordes de guitarra y tres, recitaba aquello de “Párate y oye cantor, lo que he sufrido…”; y unas notas más adelante decir inspiradamente aquello de “…bardo, que te mueva mi dolor/bardo di si tienes corazón/ porque no tienes amor…”; y como ratos después intentaba yo repetir la frase buscando aquella entonación mientras mentalmente reproducía el sonar de la trompeta.

Y así ocurría cuando el mismo Embale repetía aquello de “… échale salsita…”, acompañado de una interjección masiva que hacían todos los miembro del grupo. Aún no era capaz de entender que aquellos siete hombres era parte fundamental de la historia sobre la que giraría mi vida en el futuro.

Sobre los años ochenta conocí a Lázaro Herrera, “el pecoso” que tocaba la trompeta en el Septeto  y a quien algunos consideran el primer trompeta de jazz que soneo en Cuba o el primer trompeta sonero que jazzeo, de acuerdo a como se mire; y a Carlos Embale una de las voces más hermosas que ha tenido la música cubana; me volví asiduo a sus presentaciones en el patio de la Casa Estudiantil que está en la calle 27 en el Vedado y hasta escribí unas notas sobre Ignacio Piñeiro que fugazmente publiqué un domingo en el periódico Juventud Rebelde.

Del Septeto Nacional llegué a tener algunos de sus discos, aprendí algunas de las letras de los sones de Piñeiro y de Rafael Ortiz y sobre todo amé aquel son que identificó un programa de la tele cuyo estribillo decía “… nunca llegará el final…”; así fue hasta que en los noventa parecía que el Nacional estaba condenado a perecer como le ocurrió a orquestas históricas y a voces imprescindibles. Ya nadie recuerda a la orquesta Riverside, a los conjuntos Rumbavana, Los Latinos, el de Roberto Faz, a la orquesta de Enrique Jorrín y otras tantas que han quedado para que Radames Giró nos las menciones en su Enciclopedia. Pero el Nacional supo sobrevivir y salir fortalecido de la crisis vivida; trabajando, creando y esperando nuevos aires hasta llegar a este disco en el que el título encendió mis alarmas.

Estos son tiempos en que concesiones hechas en nombre de la fusión, destruyen lo que tradicionalmente no contradice la vanguardia; en que cualquiera se arroga el derecho de hablar de “tradición actualizada o con los timbres de estos tiempos”; eufemismos esos que la mar de las veces esconde una total ausencia de cultura y desconocimiento de la tradición; he sido testigo del sufrir de algunos de esos demiurgos musicales cuando de tocar un danzón se trata. Es más honesto hablar de versionar o de apreciación libérrima que tratar de imponer algún que otro “disparate musical” que abunda en estos tiempos en nombre del son cubano.

Aquellos señores cuya elegancia me impresionaba en tiempos donde el jeans comenzaba a imponerse; los que sin alardes coreográficos agitaban la clave y las maracas (ha visto usted que en las orquestas cubanas hoy no hay maraqueros y si bailarines que nunca van al ritmo de la clave, o del bongó y el güiro) con una dignidad envidiable ya no están; en su lugar hay hombres de diversas generaciones que se han atenido a la tradición y sin mucha perorata hacen un son de altura; aunque Carola no esté presente.

Todos estos pensamientos y otras ideas que me censuro por espacio cruzaron mi mente mientras, café en mano, disfrutaba los sesenta y siete minutos que dura el fonograma y cuyo título cuestioné hasta la última nota.

Lo primero que llama la atención terminada la escucha del disco es que es un disco de sones con todas la de ley que hace honor al nombre de la agrupación; que respetan el ABC del son tradicional, sea en lo musical o en lo temático, y que para nada están fuera de contexto con la música popular cubana.

Si bien es cierto que hoy en el Septeto Nacional conviven varias generaciones de músicos, ello no es impedimento para que la armonía creativa se imponga y el consenso nos entregue un disco de sones, rumbas, boleros y pregones cargados de buen gusto; donde se disfrute del magisterio de Frank Oropesa, uno de los bongoseros más lúcido de estos tiempos y donde priman otros instrumentistas; y es que en el son a la habanera el bongosero es fundamental para mantener la marcha; mención merece la continuidad a una tradición en el decir de los sextetos y septetos que aún nos permite disfrutar de la voz del Raspa.

Pero El más grande y universal es también un crucero por la tradición cuando versionan respetuosamente un tema de su fundador imprescindible como el Edén de los roncos; se atreven con un bolero imprescindible como Angelitos negro o sonean una habanera como Veinte años; pero llama la atención que en los temas escritos por sus actuales fundadores sigue habiendo pasajes y referencias a temas clásicos de la agrupación que sobresalen cuando se canta a La Virgen de las Mercedes y uno siente la trompeta referirse al imprescindible Mayeya no juegues con los santos; o el cruce del ángel del “pecoso” cuando ocurre el solo de trompeta en el tema que da título al disco.

Pido disculpas por la desconfianza que inspiraron estas líneas. El Septeto Nacional si es el más grande y universal, lo afirmo y suscribo; no solo porque este CD lleve este nombre; hay una probada historia que ha conmovido a grandes compositores.

Ignacio Piñeiro cambió el derrotero del son; él es la primera referencia cuando se habla de la universalidad de este género musical cubano —hay otras como Miguel Matamoros y su Trío o Arsenio Rodríguez—; los integrantes hoy de esa agrupación apuestan, desde su tiempo, a una tradición que parece no estar condenada a cien años de soledad, aunque algunos tal vez no estemos cuando ese ciclo se cierre.

Estas son algunas consideraciones.


0 comentarios

Deje un comentario



v5.1 ©2019
Desarrollado por Cubarte