El imperio que nació en el verano de 1776 (II Parte)


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Vladímir Ilich Lenin calificó al proceso independentista estadounidense como una verdadera guerra liberadora y concuerdo, primero, porque de él emergió el primer estado independiente del continente americano después de la conquista y colonización europea y segundo, porque fue una real revolución burguesa, la tercera en la historia de la humanidad después de la de los países bajos en 1540 y la de las islas británicas en 1632 y aportó elementos teóricos –aunque de hecho sólo cumplidos parcialmente en la práctica- sobre los derechos del hombre y el ciudadano varios años antes que la Revolución Francesa, la que se toma como paradigmática en ese sentido por sus grandes pensadores ilustrados y su declaración de libertad, igualdad y fraternidad. Lo cortés, no quita lo valiente, parafraseando el refrán.

 

Un estado nacional excluyente y discriminatorio en un contexto multiétnico y multinacional

Lo que crearon los padres fundadores de la nación norteña el 4 de julio de 1776 y con la Constitución de 1787 fue un estado-nación para los norteamericanos –autobautizados “americanos”-  blancos, anglosajones y protestantes “wasp” de acuerdo a sus siglas en inglés. En la idea y la acción no se asumía que otra etnia o nacionalidad se incluyera. Esa sería la mayoría étnica o mayoría nacional y los restantes serían considerados minorías. Aquí aclaramos que en la concepción de los estados nacionales burgueses, la mayoría no es por su número, aunque pudiera coincidir, sino porque se trata de la etnia o la cultura hegemónica y las minorías étnicas o nacionales pueden ser grandes en número de población pero se consideran así porque son culturas subordinadas.

A la nación que emergió en el verano de 1776 le costó doscientos años reconocer los plenos derechos civiles de las minorías y aun así los violan a diario. Aunque vencida la segregación en los espacios e instituciones públicos en las décadas de 1960 y 70, la discriminación racial y la xenofobia forman parte de la estructura del imperio, difícil de superar sin una revolución social profunda.

El primer “problema étnico” que se impusieron “resolver” los anglonorteamericanos fue su convivencia con los pueblos originarios nativo-americanos, a lo que se resistieron y su determinación fue el genocidio hasta llegar casi al exterminio.

Comenzaron con el territorio de la orilla izquierda del Mississippi que le cedió su antigua metrópolis en 1783 habitado por la confederación iroquesa, la misma que en el siglo anterior fue despojada de la franja costera y expulsada al oeste de los Apalaches. Con tratados leoninos y guerras desiguales los fueron masacrando para “organizar territorios de la Unión” –léase de wasp- que después se convirtieron en nuevos estados. La Luisiana, comprada a Napoleón Bonaparte tras el descalabro de Saint Domingue por 15 millones de dólares era un extenso país de más de cinco millones de kilómetros cuadrados -23 estados actuales de la Unión- de los cuales sólo estaba colonizada la desembocadura del Mississippi donde franceses y españoles que se turnaron su dominio, fundaron ciudades como Nueva Orleans, Baton Rouge, Saint Luis y otras y en sus áreas inmediatas se establecieron haciendas para la economía de plantación esclavista, pero el resto del gran país, estaba en manos de las naciones aborígenes como los cheroquees, swane, Idaho y muchas más que también fueron sometidas al genocidio. Así sucedió con la anexión de las repúblicas de Las Floridas, Tejas y Alta California, e igualmente con el territorio de Oregón, al noroeste.

La República de Las Floridas, fue proclamada en 1810 contra el colonialismo español e invadida por Andrew Jackson que aprovechó para declarar la guerra a los seminoles y asesinarlos. Tejas y Alta California –hoy, los estados de: California, Nevada, Utah, Arizona, Nuevo México, Texas y partes de Kansas, Colorado, Oklahoma y Wyoming- eran parte de la República Mexicana y se proclamaron repúblicas independientes en 1836 y 1848 respectivamente por una extraña alianza entre criollos tejanos y californianos –los chicanos, así llamados posterior a la anexión- y los estadounidenses que se asentaron en esos territorios desde antes de la independencia de México en 1821 y posterior a ella.

Aunque San Antonio Bejar, Corpus Crhisti, Galveston, Santa Fe y otras ciudades existían en la Tejas de México rodeadas de haciendas de sus criollos y en California, estaban San Francisco, Los Ángeles, San Diego, Sacramento… había muchas praderas pobladas por las etnias sioux, apaches, comanches, navajos, pueblo, tarahumaras… y sufrieron la misma suerte que los nativo-americanos de los territorios anteriormente anexados. En cuanto a los criollos tejanos y californianos, aunque asimilados como ciudadanos estadounidenses fueron llamados “chicanos” y convertidos en otra minoría nacional discriminada por los wasp.

Las guerras de genocidio contra los pueblos nativo-americanos en la larga conquista del oeste, se extendieron desde 1783 hasta la década de 1890 y los sobrevivientes fueron remitidos a reducidos y pobres territorios que denominaron reservaciones, similar denominación se emplea cuando se trata de especies animales en los parques nacionales.

El otro “problema étnico pendiente” era el de los negros, esclavizados ya no sólo en los cuatro estados sureños originarios sino en los nuevos estados del sur surgidos durante la expansión territorial de acuerdo a la llamada “línea de Nebraska” que limitaba los estados libres de los que donde existía la esclavitud. Pero también crecía la población negra libre en los estados del norte y algunos –los menos- comenzaban a amasar discretas fortunas y otros a hacerse notar en la vida social desde el punto de vista artístico, laboral o profesional.

Los wasp no estaban dispuestos a convivir con esa situación y surgieron proyectos como el del regreso a África. El gobierno de James Monroe compró una franja de territorio costero en el África Occidental a la nación bantú y allí enviaron expediciones de negros norteamericanos para fundar en 1822 la República de Liberia, con una bandera nacional similar a la de Estados Unidos, estrenando como capital una nueva ciudad a la que llamaron Monrovia, en honor al presidente Monroe y se autotitularon como nacionalidad: liberianoamericanos.

Pero no pudieron enviar a todos los negros libres de los Estados Unidos porque la mayoría no estaba dispuesta a hacerlo y muchos ya no eran africanos, pues habían nacido en Norteamérica. Además, la esclavitud negrera continuaba en el sur.

La Guerra civil o de secesión (1861-1865) tras la separación de los estados esclavistas sureños que conformaron la Confederación de Estados Americanos terminaría con la esclavitud en el sur, apoyada en la política del presidente republicano Abraham Lincoln y la victoria del ejército del norte llamado yanquees, pero ello no significó en lo absoluto el fin de la segregación racial en esos estados, de la discriminación, explotación e incluso dio paso al Ku Klux Klan y los linchamientos.

Los afroamericanos, como comenzaron a llamarse en el siglo XX, tuvieron que esperar a la década de 1960 con el crecimiento del movimiento por los derechos civiles, la muerte de Malcom X y Martin Luther King, las acciones del black power y las panteras negras, entre tantos acontecimientos para que, al menos, en el orden político y jurídico, se refrendaran esos derechos.

Cuando el presidente republicano Dwight Eisenhower, nombró al afroamericano Raph Bunche, como embajador de su país en la Organización de Naciones Unidas en la década de 1950, se tomó como un hecho histórico pues nunca un negro y nadie de ninguna minoría étnica había ocupado un puesto tan alto en la política estadounidense, lejos se estaba de que un negro fuera presidente, vicepresidente o secretario de estado o general del US Army.

La problemática étnica en los Estados Unidos se fue complicando a lo largo de los siglos XIX y XX con la migraciones hacia ese país de nacionales europeos, asiáticos y latinoamericanos en números importante pero no sería hasta bien avanzado el siglo XX que estas minorías nacionales ocuparan posiciones importantes en la economía y la política del país.

En el siglo XXI aunque ya se reconoce la diversidad étnica y nacional del país, el problema del discrimen racial y la xenofobia no ha sido resuelto. No basta con haber fomentado una burguesía negra –minoritaria en términos cuantitativos-, ni estrellas cinematográficas y de televisión negras y latinas, ni de permitir negros en la West Poing para que lleguen a ser oficiales de alta graduación. Ni que existió un presidente negro y hoy una vice también afroamericana. No basta con las cuotas en las universidades.

La marginalidad y la marginación en las calles y barrios citadinos de las 44 grandes urbes estadounidenses y por despeje, en las pequeñas y medianas ciudades, tiene color púrpura en la piel o aspecto hispano o latino en la gran mayoría. El imperio tiene ese condimento estructuralmente.

¡No puedo respirar! Es todo un mensaje. Las apariencias no pueden engañar.

 

 

 


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