El Indio Naborí junto al sueño de la historia


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Supe de él por primera vez en las hojas de un pequeño Semanario, El País Gráfico, en 1951, cuando el poeta mantenía una sección fija llamada “Guardarraya del sueño” y después, a pleno disfrute, en sus muchos años en la Revista Bohemia.

Nunca pude presenciar tal hazaña, pero conocí de aquellas improvisaciones inolvidables en la década del 50, entre el Indio Naborí y Ángel Valiente, en San Antonio de los Baños, y aquella “Controversia del Siglo”, que según se cuenta, congregó a un extraordinario número de personas. 

Una tarde, algunos problemas de salud lo embargaban, lo visité en su casa, le llevé frutas y unas flores para Eloína.

Cuándo me enteré de su fallecimiento, casi al final el 2005, un 25 de diciembre, sabía que ese cubano entraría en nuestro universo de “Glorias de la Patria”, por eso, en octubre y en el día de la Cultura Cubana, el nombre del Indio Naborí, no puede faltar.

Nació Jesús Orta Ruiz, el conocido Indio Naborí, el último día de septiembre, el 30 de 1922, en San Miguel del Padrón en el seno de una familia humilde.

Desde muy niño la décima lo acompañó y a través de la vida, la llevó a alturas extraordinarias. Hizo lo que quiso con ella, de lo puramente popular a lo culto en particular. Partió de la improvisación más diáfana hasta a la elaboración más exquisita. El soneto y el versolibrismo, los cultivó también con destreza absoluta. Era un mago de las letras, un creador de altos vuelos, un cubano ejemplar, martiano y fidelista que siempre nos hizo soñar con la fuerza incontenible de su creatividad.

Amo la primera libreta

Donde en versos de ilusión

Amarré en un corazón

Mis extremos de poeta.
 

Supo coordinar sus actividades revolucionarias con sus creaciones literarias, tal como siempre lo hicieron muchos de sus hermanos de profundo batallar: Marinello, Mirta Aguirre, Nicolás, Navarro Luna, Raúl Ferrer, entre otros.

Martí —antecesor de Mella,

Martí de pluma y machete,

Improvisado jinete

Sobre crinada centella—.

Por convertir en estrella

Las cenizas de Bayamo,

Le injertó patas de gamo

Al vientre del caracol

Y cayó de cara al sol

Sin patria pero sin amo

 

“La Marcha triunfal del Ejército Rebelde”, fue el primer canto a la Revolución triunfante ese año victorioso y esos versos finales del Indio, repetidos por todo nuestro pueblo;

Y esto que las hieles se volvieran miel, se llama…
¡Fidel!
Y esto que la ortiga se hiciera clavel, se llama…
¡Fidel!
Y esto que mi Patria no sea un sombrío cuartel, se llama…
¡Fidel!
y esto que la bestia fuera derrotada por el bien del hombre,
y esto, esto que la sombra se volviera luz,
esto tiene un nombre, sólo tiene un nombre…
¡Fidel Castro Ruz!

Un día, junto a otros inolvidables amigos, constituyó la Jornada Cucalambeana, que hoy mantiene hermosa vitalidad plenamente unida a su campesinado cubano y no solo eso, inauguró la primera actividad de la misma en las Tunas, en 1974, y compiló e hizo el prólogo de la Prosa y Poesías completas de Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, para la Biblioteca Básica de Literatura Cubana.

Su obra fue creciendo brillantemente. Su labor de poeta, sus trabajos periodísticos, sus ensayos, le merecieron los más cálidos premios y elogios merecidos. Una vez lo saludé cuando ocupaba el cargo de Secretario de Relaciones Públicas y Divulgación de la UNEAC, institución de la cual fue fundador.

Había integrado el Jurado del Premio Casa de las Américas.  En este emblemático lugar conoció a Clarivel Alegría, la poeta nicaragüense y al uruguayo Mario Bennedetti, muy amigo de los cubanos, así como a otros intelectuales que en aquella época vinieron a acompañarnos.

Fue multipremiado en Cuba y en otras partes del Mundo. Viajó por diferentes ciudades llevando el calor y el saludo de nuestro pueblo.

Pasaron los años y llegó 1995, año en el cual el Indio, recibió el Premio Nacional de Literatura.

Recuerdo la emoción que nos embargó, cuando conocimos que el Jurado, entre otros elogios, había dicho lo siguiente:

“Desde sus raíces de tan profunda cubanía, el poeta (el Indio Naborí) ha dejado fluir su verso por todos los registros posibles de formas estróficas sin olvidar las clásicas, en las cuales también es maestro. Su poesía expresa con gracia inconfundible y perdurable resonancia, los más puros acentos de la sensibilidad humana y las más sagradas aspiraciones alentadas históricamente por el espíritu nacional de su pueblo”.

Por su libro Con tus ojos míos, le otorgaron en 1995, el Premio de la Crítica.  Ese libro prestigia mi biblioteca, lo he revisado múltiples veces y siempre le hallo cosas novedosas dentro de la lírica cubana de todos los tiempos. Es una bella joya entre todo el tesoro de sus versos.

Su Municipio de nacimiento, jamás lo ha olvidado.

Un amigo muy vinculado a la “Sociedad Nuestro Tiempo”, me dijo en una ocasión, que había escuchado una charla del Indio, en esas Institución y que había salido encantado de la misma.

Triste día, cuando nos llegó la noticia de su muerte.

Yo, por mi parte lo confieso, lo he sentido siempre vivo. Comparto ideas, intercambio libros, repito sus versos. Los zapaticos blancos de Nemesia, me acompañan siempre.

No me asusta morir…Solo lamento

no tener ojos para ver las cosas

que se transformarán: zarzas en rosas,

lobos en hombres, polvo en monumento.

 

No me asusta morir... Sólo lamento

ser sordo como el frío de las losas

cuando vengan las músicas gloriosas,

cuando una larga risa sea el viento.

 

Sólo lamento no tener mi tacto

cuando sea concreto el mundo abstracto

que en crisoles de sueño se moldea.

 

No me asusta morir... Sólo lamento

 quedarme quieto cuando todo sea

la perfecta expresión del movimiento.

 

Un poema que nos entregó, para hacernos reflexionar.

Para mí, su verso junto a nuestra historia, siempre nos observará, oirá nuestra música, tocará nuestros sueños y en franco movimiento, protegerá los mismos. ¡Se lo aseguro!

La inmortalidad le pertenece, querido poeta:

¡Ud supo ganársela!!


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