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El Martí de Pedro Pablo


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De todas partes. Perfiles de José Martí, un libro escrito con el corazón de empedernido martiano que tiene Pedro Pablo Rodríguez.

Un libro escrito con el corazón de empedernido martiano que tiene Pedro Pablo Rodríguez lo es De todas partes. Perfiles de José Martí, título que sale de aquel verso sencillo que dice: “Yo vengo de todas partes, / Y hacia todas partes voy”. Pertenece a la colección Colibrí, del Centro de Estudios Martianos, y tiene la edición de Denia García Ronda y el diseño de Nydia Fernández Pérez.

Se trata de un libro que va examinando todas y cada una de las aristas de ese grande hombre que nació en 1853 y murió 42 años más tarde, y en esos pocos años tuvo una obra literaria inconmensurable, pero su obra política le sobrepasó a ella y, es más, le sobrepasó a él mismo.

En una especie de introducción, que Pedro Pablo tituló “Yo vengo de todas partes”, dice de este su libro:

“Me he animado entregar mi Martí, el que me he ido haciendo y rehaciendo con el paso del tiempo, desde el privilegio y la oportunidad de haber dedicado parte notable de mi vida al estudio de su vida y de su obra, especialmente a la lectura incesante, repetida una y otra vez, de sus escritos, como parte de mi labor en la edición crítica de sus Obras completas”. Y después reafirma: “En estas páginas está mi Martí [...]”.

El libro tiene más de treinta partes, son artículos cortos, así ha quedado dividido. En cada una de estas partes el autor dibuja a un Martí diferente que es el mismo Martí en todas ellas. Así, en breves trabajos que forman el título De todas partes. Perfiles de José Martí está relacionada toda la vida epopéyica de Martí.

Comienza con “El revolucionario”, donde se deja bien claro cuál fue el principal esfuerzo de su obra política: “[...] impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”.

“El hijo” es la parte que le sigue, y en ella describe el autor el cariño que profesa a sus padres españoles, padres honrados y trabajadores, este hijo cubano que solamente tiene en su mente la libertad de la Isla esclava —su isla— del dominio español.

El hijo vive con su padre momentos muy especiales. Uno de ellos, cuando acompañando a Mariano, su padre, este va a cumplir con el nuevo trabajo encomendado de juez pedáneo en Caimito. Allí el joven Pepe constata la honradez de ese padre que representaba la ley y fue despedido porque no se dejó sobornar nunca por los negreros que introducían ilegalmente esclavos en la Isla. Y esta remembranza de la honradez a toda costa la tendrá siempre presente.

Otro momento es una salida al exterior, cuando Mariano lo lleva hasta Belice —la entonces Honduras Británica— para cumplir con un trabajo que le habían encomendado. Ese país era selva por todos lados, con peligrosos animales nunca vistos en Cuba. Esta será otra cosa a tener en cuenta por el hijo toda la vida: el trabajo honrado, por duro que fuese, debe ser cosa diaria.

En “El hijo”, por supuesto, se habla de Leonor, la madre canaria que convenció a Mariano de aceptar la propuesta del maestro Rafael María de Mendive de asumir los costos de los estudios del joven Martí, pues Leonor vislumbró para el mayor de todos sus hijos y el único varón un brillante porvenir profesional. Lo que no sabía era que, además, sería un paradigma para su patria y para los pueblos de América.

Los sentimientos paternales de un José Martí profundamente enamorado de su hijo, se exponen en “El padre”, como lo muestra en su libro Ismaelillo, que publicó en Nueva York en 1882, y deja escritas en el poemario todas las formas en que llama al “pequeñuelo” José Francisco, habido con la camagüeyana Carmen Zayas Bazán: reyecillo, tiranuelo, príncipe enano, diablillo, hijo del alma, y otros calificativos más que deja plasmado con todo cariño.

Pedro Pablo nos habla de todas las facetas del Apóstol y nos regala al Martí amigo, al enamorado, al pensador, al escritor, al maestro y al periodista. También nos muestra al Martí que se vio obligado a vivir en varios lugares del mundo y esas vivencias las guardó siempre en su corazón, pues se sintió mexicano, guatemalteco y venezolano, como también neoyorquino y antillano, sin perder jamás su filiación profundamente cubana. No se puede dejar de mencionar otras de las partes del libro en las cuales el autor se refiere a las extraordinarias cualidades de Martí como orador, teatrista y crítico de arte.

En “El diplomático” nos habla cómo la amistad de José Martí con el cónsul de la República Oriental del Uruguay en Nueva York, Enrique Estrázulas —enamorado mucho más de las letras y las artes que de aquel puesto diplomático— le permitió acceder en 1884, al cargo de cónsul interino de Uruguay y no solo pudo ayudar económicamente a sus padres en Cuba con la remuneración recibida, sino que por ese trabajo se destacó tanto que en 1886 fue nombrado en el cargo de cónsul, en propiedad, pues Estrázulas viajó por largo tiempo a Europa. Fue tal el desempeño de Martí en el referido puesto que, en 1890, con la diferencia de muy poco tiempo, lo nombraron también cónsul en Nueva York de la República Argentina y de la República de Paraguay.

Y el hecho de que en la ciudad de América cosmopolita por excelencia que era y es Nueva York un hijo de la Cuba todavía colonizada llegara a ser cónsul de tres repúblicas de este continente nos dice mucho de quién era ese ser tan inteligente y universal que fue Nuestro José Martí.

En esta parte de “El diplomático” se narra cómo brilló Martí también en la Conferencia Monetaria de Washington, en la que participaban delegaciones de todas las naciones independientes de América y también una delegación del otrora Reino de Hawai —país que finalmente fue asimilado por los Estados Unidos, como consecuencia posterior de un golpe de Estado—. En la referida conferencia tuvo lugar el momento crucial y más brillante de la carrera diplomática de José Martí, y en ella reveló, además, las dotes que tenía de estadista y de político. El Gobierno de Uruguay lo invistió como delegado al cónclave washingtoniano, donde se quería crear una moneda común para todos los países de América —ya de oro, ya de plata—, pero Martí —que fue el de mayor ejecutoria práctica en las sesiones de esta Conferencia, tanto por la cantidad de sus intervenciones como por las propuestas presentadas— fue la cabeza de la oposición al plan estadounidense, el cual, definitivamente, quedó derrotado.

Lo dijo Martí en un trabajo posterior acerca de esta Conferencia: “Quien dice unión económica, dice unión política. El pueblo que compra, manda. El pueblo que vende, sirve. Hay que equilibrar el comercio, para asegurar la libertad”.

Para este libro se contó con la colaboración de artistas que quisieron regalarnos sus muy interesantes concepciones plásticas de José Martí, con las cuales se ilustra cada una de las partes del libro. Son ellos: Jesús Gastell, José Luis Fariñas, Mary Cary Díaz, Pedro Pablo Oliva, Jorge Luis Cudina, Yovani Caisé, Kamil Bullaudy, Vicente Rodríguez Bonachea, Juan Miguel Suárez y Nelson Domínguez.

Sin duda alguna Pedro Pablo Rodríguez, como él mismo dice, se ha leído la obra entera, los veintitantos tomos de las Obras completas de José Martí un sinnúmero de veces, pues así ha sido necesario para la comprensión de algún enunciado y su aclaración en la “edición crítica”. Sinceramente, ha sido esta una gran suerte de Pedro Pablo. A estos tomos de la edición crítica —publicados ya más una veintena por el Centro de Estudios Martianos— se les llamará mañana “la edición de Pedro Pablo”.

Uno de los últimos trabajos incluidos en el libro es “El mambí”, en el cual Pedro Pablo nos habla de toda la labor mambisa que desplegó Martí, como todo su actuar en los comienzos de la Guerra de 1868, pues con quince o dieciséis años fue mambí cuando sus primeros escritos públicos en El Diablo Cojuelo, en que condenaba el colonialismo; fue mambí cuando con dieciséis años dijo ante un tribunal español que él era el único a quien se debía juzgar, para no responsabilizar a su amigo Fermín Valdés Domínguez, quien protestó este accionar; fue mambí cuando escribió en el exilio español El presidio político en Cuba, en fin, fue también mambí siempre y como mambí murió en Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895.

Para terminar este comentario, voy a citar otras palabras de Pedro Pablo. En una entrevista que le hizo Anays Almenares Ávila, la cual apareció publicada en el diario Granma el 28 de enero de 2017, titulada “Pedro Pablo Rodríguez. El hombre que conversa con Martí”, le preguntó: “Dicen que todos los cubanos tienen su propio Martí, ¿cuál es el suyo?”. Y él respondió:

“El mío es muy complejo. Tengo un diálogo casi todos los días con él. Leo, le hago preguntas, analizo sus ideas, escribo. Siento que él requería de altas dosis de cariño que no siempre tuvo, o en muchos casos no sabía que lo tenía. Yo percibo que él buscaba el afecto de los demás. También le temía un poco a la fama, al reconocimiento, al liderazgo. Para mí era el hombre más sencillo del mundo, y a la vez el más complicado”.


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