Tanto estudiosos disímiles que desde los Manuscritos económicos y filosóficos y la Teoría de la Plusvalía (ambos de Marx) han analizado el efecto deformador de la mercantilización sobre la creación y el comportamiento de muchos artistas, como los mismos productores de arte capaces de pensar responsablemente, además de críticos y curadores que no se han mercenarizado, reconocen que entre las consecuencias de la correspondiente enajenación comercial de esa esfera cultural figuran: la tendencia a desprenderse del contexto vital, cerrar los ojos ante los disímiles problemas y dramas humanos, alistarse en modalidades estéticas que estén legitimadas por el Poder Financiero que las usa, ver la historia y la tradición como lastres que influyen en un “destino de perdedor”, y vivir dentro del mercado o con su “brújula”, como si éste fuera útil y satisfactoria “patria adoptiva”.
Aunque ver las redes del interés monetario más allá de su naturaleza instrumental necesaria, asumiéndolas a manera de “tierra de promisión”, no corresponde sólo a los medios artísticos -porque constituye inclinación extrema en diversos sectores de la sociedad contemporánea-, sí resulta sumamente peligroso en ese campo de la producción espiritual, al reducir funciones y alcances del arte, colocar la ganancia por encima de los valores antropológicos y poéticos de la expresión, y minar programas de desarrollo específico que se basen en jerarquías, referentes y códigos legítimos.
Así, los artistas –sobre todo emergentes- que se sumergen de lleno en ese tejido pragmático y neutralizador de la producción y proyección de realizaciones coherentes con la demanda mercantil, pueden hasta sustituir principios patrióticos y sociales solidarios por la lógica cuasi “empresarial” privada, predominantemente fría y calculadora, donde los sentimientos y razonamientos o visiones imaginarias complejas ceden lugar a cánones temporales que aseguran la fabricación de productos un tanto simples de sentido (cual manufacturas decorativas iterables que parten del diseño y lo artesanal), con aceptación internacional más o menos estabilizada. Entonces el interés pecuniario que abre camino a una posterior existencia lucrativa y a determinada sacralización en instituciones y eventos regidos por la “mística de la mercancía”, deviene condición desnacionalizadora y a la vez “re-patriadora” dentro de una esfera que tiene a la compraventa como centro y objetivo de sus coordenadas existenciales.
Es tan avasalladora y sutil la acción del éxito en aquellos hacedores de oficios culturales limitados a dar de sí lo que le solicitan mercaderes y coleccionistas de inversión, que terminan por dedicarse a variantes del “arte-mercancía”, donde procesos dialécticos gestores de nuevos y singulares lenguajes imaginativos son desplazados por la norma y etiqueta que hace “productivos” y garantizables a esos artistas de servicio. Cuando ese mal invade el ambiente de la cultura, se fijan los rangos de las firmas en dependencia de los precios con que éstas pueden operar, es aceptado servilmente el mandato procedente de una suerte de “bolsa de valores” para mercado cuyos puntos de irradiación principales radican en Subastas y Ferias, a la vez que suelen obviarse nombres y propuestas que no aceptan someterse a la reificación globalizada en beneficio de la riqueza material, ha sido ya dinamitada por dentro -en esa manifestación- cualquier alternativa de soberanía y política cultural justa que se haya mantenido.
Vivir únicamente en los predios del arte y sus simulacros, conducirse de acuerdo con una tramposa sensación de autonomía que esconde la dependencia sicológica y profesional respecto de los dictados del “capital cultural”, obviar los lazos identitarios y circunstanciales que conectan al artista con sus coterráneos, sentirse partícipe funcional activo de los arquetipos de consumo en boga, tramar complicidad con negociantes e ideólogos de la especulación que no ocultan su catalogación del arte como mercancía con carácter traslaticio, y experimentar el orgullo de ser elegido para la manipulación comercial constante, implican atributos y actitudes de quienes –en cualquier sitio del orbe, e incluso en Cuba–actúan, a veces involuntariamente, como “ciudadanos” de esa peculiar “nación” des-fronterizada que ha llegado a ser el mercado trans-nacionalizado de arte.
Deje un comentario