El solo y la danza; a propósito del Solamente Solos 2019


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Por estos días la escena habanera es testigo de la disposición creativa de la generación más joven en la danza cubana. Justo cuando celebramos los primeros sesenta años de la batalla por la modernidad en nuestra danza, bajo la impronta y legado del maestro Ramiro Guerra; son diversas las miradas para idear en tiempo presente, el hacer diverso y variopinto en la producción simbólica dancística insular. Complace ver el interés de muchas creadoras y creadores por exponer sus modos operativos al tramar la coreografía en solitario, la pluralidad de temáticas y modos de presentarse. Venidos de las principales compañías y agrupaciones de toda la Isla, apuestan por ser elegidos entre los mejores intérpretes y mejores obras; tarea que reposa en el análisis de un jurado activo, competente y presto.

Nuestra legítima tradición danzaria, el espíritu siempre competitivo y concursante, la urgencia de mostrarse y circular entre Oriente y Occidente; las crecientes estrategias institucionales (Consejo Nacional y provinciales de artes escénicas, Asociación Hermanos Saiz, compañías y proyectos creativos, escuelas y grupos artísticos docentes de danzas y la Universidad de las Artes, principalmente) en posibilitar instancias de desarrollo y confrontación, siguen siendo elementos que pesan para insistir en tender puentes y aperturar nuevos caminos de intercambio y jerarquización. Aun dentro de variados alcances y propósitos poéticos, creacionales y estéticos, más allá de pasadas modas, corrientes y zonas de confort desde donde expresarse, defendamos la danza en su pluralidad y diversidad.

No podemos olvidar que la escena coreográfica contemporánea asiste a una gran paradoja: por una parte se insiste en privilegiar lo espectacular del baile grupal y en otro orden, el solo en la danza se nos presenta como el sitio para la experimentación y la reconquista de una singularidad estetizante.

Por ello, no es de extrañar que la danza escénica en solitario emergiera junto con el revolucionador y pasado siglo XX; coincidiendo con el debut de la danza moderna y la oleada de sus grandes “madres devoradoras”. Entonces, el solo no dejará de sobrepasarse a sí mismo, en virtud de una actitud siempre cambiante, progresiva; suerte de plataforma ideológica y política de quienes se arriesgaban únicos a mostrarse.

Ahora, ¿qué distingue un danzante en solitario del resto de los roles solistas? Acaso, ¿la singularidad del solo legitima al danzante a partir de esa peculiar forma de exponerse sobre la escena? o, ¿sencillamente, es el solo una instancia de auto-voyerismo, en tanto el intérprete procura con su presencia ser actor y espectador de sí mismo, explotador y creador de su propia materia gestual?

Las respuestas o, al menos, los puntos de vista revisores de estos cuestionamientos deberían rondar la coreografía y la interpretación en solitario. Pues, sin dudas, para seducir la atención del lector-espectador al bailar solamente solo sobre la escena, hay que contar con armas más que suficientes. No basta una brillante ejecución técnica, mucho menos una agradable presencia, un buen diseño de vestuario o una linda selección musical, no. El creador que en solitario se atreva a desafiar los requerimientos y misterios de la escena, debe estar convencido de su trazo cambiante, de la transfiguración de su técnica, de la amplificación de las historias o relatos, de su apariencia virtuosa; en fin, de la danza misma.

El discurso coreográfico del solista, hoy por hoy, después de tantas idas y venidas, debería apostar por abrazar lenguajes “menos formulados”. Gratificante sería, en proyectos que articulen investigación y escritura de la danza desde la operatividad de los dispositivos coreográficos, escénicos y narrativos para movilizar o interrogar el acontecimiento que es el propio cuerpo del danzante y/o los procesos de subjetivación contemporáneos en el devenir actual de la sociedad; en su diálogo abierto con otras disciplinas artísticas, campos de conocimiento o experiencias particulares. O, en menor medida, en propuestas que desde la apropiación de las técnicas modernas, clásicas o neoclásicas de la danza, desarrollen indagaciones creativas de libre expresión.

Si la danza en solitario en el inicio del pasado siglo se tramó como proposición ideológica y estrategia de sobrevivencia; hoy, a la altura de los tiempos que corren deberíamos mirarla mejor como una forma de “sacrificio” y al danzante como una “víctima” de su divinidad originaria. Por lo tanto, se impone examinar las diferentes acepciones del término “solo” confrontando el danzante en solitario con otros roles solistas. Es necesario valorar cómo el solo puede “fracturar” eso que, en nuestra civilización, nos ha dado la experiencia de unidad. Unidad de sí, unidad de la verdad, unidad de la diversidad del mundo. Para Foucault, la espiritualidad es “la búsqueda, la práctica, la experiencia a través de la cual, el sujeto opera sobre sí mismo las transformaciones necesarias para tener acceso a la verdad”. Por similitud, esta apropiación implica una conversión, o sea, una puesta en acción, un baile cambiante. Diríamos mejor: una metamorfosis del cuerpo.

Y desde esa metamorfosis corporal y aparencial, esta edición dieciocho del Concurso de Coreografía e Interpretación Solamente Solos, quiérase que nos siga lanzando pautas para una danza que al ser tan propia nos abra a la contemporaneidad de los lenguajes como elegante y firme reafirmación de todo lo andado, transitado, sufrido y gozado en estos sesenta años de renovación, de revolución.


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