Eliseo Diego o un Poeta siempre en reencarnación


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Eliseo de Diego Fernández-Cuervo.

El Centro Cultural Dulce María Loynaz, en esta capital, fue sede de la tertulia en recordación del Vigésimo Aniversario de la desaparición física del prestigioso escritor cubano, Eliseo de Diego Fernández-Cuervo. Su hija, Josefina de Diego García-Marruz, en su ponencia Importancia del idioma inglés y de la Literatura inglesa en la vida y obra de mi padre, el escritor cubano Eliseo Diego, plasmó algunos hechos y recuerdos memorables trascendidos durante la vida del poeta, narrador y traductor cubano quien, entre otras distinciones, le fue concedido el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe “Juan Rulfo”.

Así, y entre anécdotas diversas, fotos de la niñez y juventud del afamado Escritor junto a sus padres, esposa, hijos y amigos —entre estos últimos el norteamericano Ray Bradbury, a quien conoce en España—; la influencia y dedicación de la madre Berta Fernández Cuervo (1) en sus estudios y aprendizaje del inglés desde edad muy temprana; las numerosas traducciones y publicaciones realizadas en ese idioma, a lo largo de toda su vida, y demostrativas de sus profundos conocimientos —como el libro de texto Exercises in functional Granmar, entre otras muchas—, además de citas relacionadas con su amplísima correspondencia personal, pudo valorarse la riqueza en el manejo y ritmo de la escritura no solo idiomática —tanto de la lengua de Cervantes como de Shakespeare—, del afamado intelectual, sino también su riqueza íntima y espiritual en los diversos contextos en que vivió.

“Mi padre era un hombre meticuloso y muy cuidadoso en sus traducciones”, destacó Josefina de Diego y agregó seguidamente que “durante años se dedicó a traducir. Leía mucho hasta llegar a alternar sus lecturas en español e inglés. Acostumbraba a leerlas a mi madre, a nuestros amigos y a mí. Sus lecturas de poemas y poetas favoritos era algo que acometía con sumo gusto y para compartirlo con amigos. (…) El idioma inglés siempre estuvo presente en nuestra vida cotidiana y familiar. Su tesis de grado de estudios pedagógicos titulada Sicología de la Enseñanza del Inglés en las Escuelas Primarias, fue publicada en 1959 en nuestro país”.

La hija del recordado Escritor explicó que, “tras su muerte, entre sus papeles, hallé varias traducciones sin concluir. Entre ellas, una que le obsesionaba en grado sumo era la Balada de la cárcel de Reading, de Oscar Wilde. En la introducción al libro Conversación con un difunto, donde se recogen poemas de doce escritores ingleses y norteamericanos, mi padre escribió: “No solo son nuestros amigos aquellos a quienes vemos casi a diario o de un cuando en cuando que es el siempre de toda una vida. Si la amistad, más que presencia es compañía, también lo serán aquellos otros con quienes jamás pudimos conversar porque nos separan abismos de tiempo inexorable”.

En otra parte de su intervención la también traductora Josefina de Diego subrayó que “el mundo de mi padre fue el de la literatura. Siempre estaba leyendo o escribiendo. Todavía me parece escuchar, en las madrugadas, el ruido inconfundible de su maquinita de escribir mientras tecleaba —rápido y seguro—, sus poemas, sus cuentos, sus ensayos, sus traducciones. Los libros de literatura le acompañaron desde su infancia hasta el mismo día de su muerte”.

Finalmente, rememoró que “en 1993 y con motivo del otorgamiento del Premio “Juan Rulfo”, mi padre decidió pasar una temporada en la Ciudad de México. Su pequeño cuarto de estudio empezó a llenarlo de fotos de sus amigos y de Virginia Wolf, una pequeña reproducción de un cuadro de Mernier,  y en su escritorio puso dos figuras en papel maché de El Quijote y Sancho Panza. Su librero comenzó a poblarse de sus autores preferidos. Eran sus viejos conocidos, sus amigos. A los anaqueles les hablaba a sus amigos en inglés y español. Aunque ya su salud estaba muy quebrantada, disfrutó muchísimo esa estancia en México. Se nos escapaba a las papelerías y librerías, y regresaba cargado de verdaderos tesoros, como buen pirata que era: plumitas, papeles de todo tipo, presillas, carpetitas, gomas de borrar, picadura, alguna que otra pipa escondida y…muchos libros. La desolada tarde del martes primero de marzo de 1994, papá comenzó a sentirse muy mal. Le faltaba el aire de forma alarmante, y yo decidí llamar a una ambulancia. Sus pulmones de fumador empedernido ya no aguantaban más. Le pedí que tratara de serenarse, pues la ambulancia llegaría enseguida, y que pronto se sintiera bien. Fue entonces que entró a su cuarto —siempre seguido y protegido por mamá—, cogió un libro, se puso sus espejuelos, se acostó en su cama y comenzó a leer Orlando, de Virginia Wolf (A Biography). Cuando la ambulancia llegó, ya había fallecido. El libro quedó abierto sobre su pecho. Quiero pensar que la lectura de las páginas de esa novela que tanto le gustó, lo consolaron y acompañaron en esos minutos difíciles, y quién sabe (¡quizás!) si en esos últimos instantes de estar en este mundo su amiga, Virginia Wolf, como el propio Orlando, le revelaron los secretos de la mente-psicosis (…) ¡¿Y quién quita que por ahí no ande deambulando mi padre por un cafetín norteamericano, londinense, madrileño, habanero o neoyorquino?! Eso sí, y no me cabe la menor duda sobre ello, y es que en todas esas grandes reencarnaciones, siempre tendría que reencarnar como poeta”.

Notas

(1) Berta Fernández-Cuervo: Nació en La Habana en noviembre de 1891, y era hija de catalana y asturiano. Sus padres emigran a Estados Unidos en 1895, producto de la guerra entre Cuba y España. Allá reside hasta la edad de doce años de edad. Cuando retorna a la Isla casi no recordaba el idioma español. Sus canciones y juegos de niña eran en inglés. Pensaba en inglés. Y así le trasladó el conocimiento y enseñaza de dicho idioma a su hijo Eliseo.


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