En la perspectiva del desarrollo


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En la perspectiva del desarrollo

A estas alturas de la historia humana nadie podría ignorar el papel de la ciencia y de la tecnología en cuanto a su rol como factores sustanciales del progreso.  En lo adelante, el rol del conocimiento se acrecentará más aún, como premisa obligada para un desarrollo en conformidad con lo que requiere el futuro de la humanidad.

En términos históricos, la tecnología antecedió a la ciencia como resultado de la acumulación y perfeccionamiento de procedimientos empíricos aprendidos en la lucha por la supervivencia. La tecnología en general, y en particular la técnica, su expresión material, han constituido componentes relevantes de un proceso de creciente complejidad.

Tanto una como otra fueron utilizadas por el hombre para interactuar y transformar el mundo exterior durante largos períodos históricos. A menudo, en esos períodos, fueron todavía muy rudimentarios, escasos o frágiles los instrumentos racionales disponibles como resultado de la indagación científica, para explicar a cabalidad los fenómenos observados.

Desde entonces se han ido alternando en relevancia una y otra cara de la moneda ciencia-tecnología, las que de forma muy simplificada pudieran diferenciarse como el “hacer para saber” para caracterizar la primera y el “saber para hacer” para la segunda.

La influencia de ambos componentes del conocimiento experimentó un salto cualitativo en los últimos tres siglos, para abrir paso a lo que identificamos comúnmente como “modernización” de la sociedad, complejo proceso dentro del cual se tiende en la actualidad a distinguir dos fases o etapas.

La “primera modernización”, que algunos califican de “clásica”, significó el tránsito de la agricultura como actividad económica fundamental al de la gran producción industrial, con sus componentes inseparables: urbanización, mercantilización y también contaminación y deterioro ambiental; sin olvidar el perfeccionamiento y multiplicada utilización de medios de guerra y destrucción de potencia inimaginable unos pocos siglos atrás.

En la actualidad asistimos a una segunda y superior etapa de la modernización, la cual entraña el paso de la sociedad industrial a la sociedad del conocimiento y que se ha expresado en una acelerada informatización y mundialización de los principales procesos, así como una creciente identificación y enfrentamiento de las contradicciones resultantes de la actividad económica contemporánea, en especial las de carácter ambiental.

Otra expresión y de las más nefastas de esas contradicciones es  el “negocio” de la guerra, que se manifiesta en el hecho de que las “versiones” militares de los avances tecnológicos de base científica con frecuencia anteceden y superan con mucho en escala a las aplicaciones con destino civil de esos mismos avances.

Para vergüenza de la humanidad ilustrada, en el mundo contemporáneo coexisten de manera escandalosa ejemplos extremos de insólita opulencia y deplorable miseria. También en esto se deja sentir el papel del conocimiento, o su ausencia. La Conferencia Mundial sobre la Ciencia, celebrada hace ya tres lustros, lo expresó de manera contundente: “Lo que distingue a los pobres (sean personas o países) de los ricos no es solo que poseen menos bienes, sino que la gran mayoría de ellos está excluida de la creación y de los beneficios del saber científico”.

Dentro de ese mismo contexto los investigadores mexicanos Gustavo y Carlos Viniegra, el uno afiliado al campo de la biotecnología y el otro al del derecho, han apuntado con acierto no hace mucho en un artículo para la revista Ciencia de ese país, que el desarrollo científico es una condición necesaria, pero no suficiente, para que un país prospere y alcance un alto desarrollo humano.

Los mencionados autores examinan la alternativa que se abre entre seguir un modelo de país dependiente, que pretenda subsistir a base de la ventaja comparativa de una mano de obra barata y el de un país competidor, capaz de agregar valor a sus producciones y asimilar activamente las tecnologías avanzadas.

Al decir de estos estudiosos, la ciencia puede hacerse efectiva solo cuando se convierte en tecnología y se expresa en patentes y otras formas de conocimiento de uso restringido, que brinden a las empresas nacionales la capacidad de actuar en términos competitivos en lo interno y a escala internacional.

Lo expresado por ellos refleja una objetiva y lacerante realidad del ambiente económico global, pero hay también mucho que hacer y que avanzar, debemos añadir nosotros, en el terreno de la articulación  entre la ciencia y la práctica social. Variados ejemplos pueden ilustrar lo indispensable de esa interconexión.

Por ejemplo, herramientas médicas de gran valor como las vacunas no pueden hacer mucho bien sin el funcionamiento adecuado de sistemas de salud que las distribuyan a quienes las necesitan. Nuevas y promisorias tecnologías como las que aprovechan la energía solar pueden resultar de limitado impacto en el bienestar si no se corresponden con las expectativas y necesidades sociales.

De igual modo, las nuevas variedades de cultivos pueden potenciar la productividad agrícola, pero para alcanzar el éxito productivo es preciso también respetar y entender las prácticas de los agricultores tradicionales.

En todo caso, la tecnología no puede por sí sola enfrentar y resolver con éxito retos tales como los problemas originados por la quema de combustibles fósiles o el manejo de las afectaciones asociadas a los desastres naturales. Para lograr ese éxito se requiere, además, producir cambios institucionales y de comportamiento de la sociedad.

Sobre el futuro gravitan importantes problemas que se hace ineludible abordar y resolver. Si volvemos la mirada a la cuestión de las “modernizaciones”, en el año 2005 habían completado la primera y vienen adentrándose desde entonces en la segunda 24 países, los que comprenden alrededor de 930 millones de habitantes.

Ahora bien, en los próximos 50 años otros dos a tres mil millones de personas pugnarán por alcanzar la ansiada modernización, pero ya sabemos que la forma de “vida moderna” que domina en la actualidad colisiona cada vez más con la disponibilidad de recursos naturales y agudiza la afectación medioambiental.

Es indudable que el modo de producción capitalista impulsó por varios siglos el florecimiento de la ciencia moderna, pero en la actualidad utiliza el conocimiento y la tecnología con propósitos ciegamente lucrativos, lo cual ha traído aparejado un grave deterioro ambiental y el alarmante agotamiento acelerado de recursos naturales no renovables. Por más que pese a muchos reconocerlo, está en riesgo la supervivencia de la especie humana.

De manera un tanto paradójica, el conocimiento científico contemporáneo ha logrado tal alcance que evidencia y fundamenta, de modo irrebatible, la necesidad de poner fin a los desenfrenados procesos de mercantilización y deshumanización que configuran el patrón de producción y consumo prevaleciente.

Nadie en su sano juicio sería capaz a estas alturas de defender el crecimiento económico “per se”. La agenda que se abre paso de manera imperiosa, aunque no con la presteza deseable, es la de poner proa hacia un desarrollo sostenible en lo ambiental y equitativo en lo social.

Se trata por tanto de lograr nuevos conocimientos y de aplicar de modo eficaz los ya disponibles, a fin de sustituir el actual estado de cosas por un modelo socio-productivo que procure la máxima compatibilidad ambiental posible y que ponga el acento fundamental en el desarrollo humano.

En medio de estas demandas y desafíos, se mencionan cada vez más los calificativos de interdisciplinario, multidisciplinario y  transdisciplinario, para caracterizar a los enfoques científicos que se requieren para abordar con efectividad los problemas más generales, tales como los de naturaleza ambiental y social y sus implicaciones a nivel global.

El sustrato común a cada uno de estos conceptos, que alcanzan cada vez mayor difusión, es el hecho innegable de que ninguna disciplina o rama científica por sí sola es capaz de brindar todas las respuestas necesarias cuando el objeto de estudio no es restringido de manera premeditada, sino que se trata de problemas “horizontales” como los ya mencionados.

Está por ver qué habrá de suceder con la ciencia misma. Un enjundioso y monumental estudio que elaborara la Academia de Ciencias de China, acerca de la perspectiva de desarrollo científico y tecnológico de ese país en los próximos decenios, ha comentado con agudeza que desde la segunda mitad del siglo pasado (y en marcado contraste con lo ocurrido durante la primera) la ciencia ha permanecido “silente”, sin experimentar saltos de importancia.

La tecnología en cambio, acelera y multiplica sus saltos innovativos, así como la magnitud de su impacto en todos los ámbitos, si bien las importantes contradicciones señaladas ponen a menudo en tela de juicio su pertinencia.

No puedo menos que evocar en esta coyuntura la reveladora afirmación de Federico Engels en su célebre carta a W. Borgius escrita en 1894: “Si es cierto que la técnica (…) depende en parte considerable del estado de la ciencia, aún más depende ésta del estado de la técnica. El hecho de que la sociedad sienta una necesidad técnica, estimula más a la ciencia que diez universidades”.

¿Estaremos a las puertas de una nueva revolución transformativa en la ciencia? Nadie duda de lo deseable de que la misma sobrevenga y que esta sea para bien. Parece objetivo, no obstante, que lograrlo demandará no pocos esfuerzos y luchas dentro y fuera de los marcos de la ciencia.


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