En los noventa de Osneldo García


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Uno de los artistas-historia del arte cubano llega a las nueve décadas de vida creando como el primer día. Osneldo García, el guajiro de Mayajigua (Las Villas, 7 de noviembre de 1931), vital y laborioso como siempre, recibirá un merecido homenaje en el Museo Nacional de Bellas Artes por el onomástico.

Su origen campesino marcó su obra de manera permanente y, aunque Osneldo se permeó de las corrientes internacionales del denominado arte contemporáneo, a partir de sus estudios especializados en el Instituto de Arte de Halle, en la antigua República Democrática Alemana (RDA), esa cosmovisión del campo, nutrida en la infancia y juventud con sus características propias y su manera peculiar de entender los fenómenos vitales, las formas, la sexualidad y el erotismo, lo ha acompañado hasta el presente.

Interconectados o mezclados como vasos comunicantes, el movimiento o cinetismo, la preferencia por los aparatos o máquinas y lo erótico, pudieran ser los tres núcleos en la obra de este artista. Sin embargo, son sus abordajes a lo sexual, explícito o sugerido, los que sobresalen por encima de ellos.Ya en 1969 Desiderio Navarro hacía énfasis en el tratamiento de las máquinas en la obra de Osneldo, en un texto en la revista UNIÓN, en el que subrayaba que, en la tensión entre el erotismo y la maquinaria industrial, se materializaba la actualidad y contemporaneidad de su obra.

Fiel a esa línea creativa y temática desarrolló su trabajo, que se extiende por seis décadas ininterrumpidas de infatigable laboreo creativo. Ya en 1959 realizó su primera exposición en el Museo de Bellas Artes, durante el primer año de la revolución en el poder, a la que contribuyó activamente como combatiente del Ejército Rebelde a las órdenes del legendario Comandante Camilo Cienfuegos. Durante su estancia en la Europa del Este, Osneldo expuso en algunas instituciones de la RDA y Checoslovaquia. Hoy suman decenas de muestras personales y colectivas.Otra vertiente de su vida artística fue la de la docencia, hoy recordada por muchos de sus alumnos devenidos reconocidos escultores.

Sin embargo, a pesar de ser esa obra enorme y reconocida por todos, dentro y fuera de Cuba, no ha tenido una recepción correspondiente en los textos publicados por la crítica especializada. De igual manera, los premios le llegaron tardíamente, pero al final recibió los más importantes que concede el Ministerio de Cultura a los artistas visuales y, en 2003, recibió el más alto de todos, el Premio Nacional de Artes Plásticas que concede el Consejo Nacional de esa especialidad. Recuerdomuy bien la noche cuando un prestigioso jurado decidió otorgarle el premio y fui a su casa a darle la noticia. Osneldo la acogió con una sencillez y naturalidad impresionantes, era el guajiro de Mayajigua, en su versión adulta, modesto y natural de toda la vida.

 

El reconocimiento, respeto y admiración por la obra y la entrega creativa de Osneldo García es unánime y abarca a todas las generaciones de creadores posteriores y contemporáneas con la suya. Dos escultores, uno dos generaciones más jóvenes que la de Osneldo, José Villa, y el otro, Pedro de Oraá, su coetáneo, ambos eminentes artistas, escribieron para el catálogo de la muestra Sexinética, en el Museo Nacional de Bellas Artes, correspondiente con el Premio Nacional, palabras muy elocuentes.

Villa, al evocar a su antiguo profesor de escultura en la Escuela Nacional de Arte, a finales de la década de los sesenta, dice: “En ese contexto armonioso y privilegiado de relaciones, Osneldo era una presencia diferente. Es muy probable que fuera el primer artista problemático, contestatario y difícil que conocimos: en esos años todo con él era una sorpresa, hasta su carro. No obstante, era su trabajo lo que más nos atraía, continuamente polémico y en momentos censurado. Era su obra una propuesta que reinventaba permanentemente su propio proceso de creación. Hoy, desde otra perspectiva, considero que en aquellos años la obra de Osneldo fue la propuesta más original y renovadora de la escultura cubana”. Sólida apreciación de quien después se convirtiera en uno de los más altos y experimentales exponentes de la escultura cubana del último cuarto del siglo XX y hasta el presente. Villa resaltaba en ese breve, pero contundente texto, el carácter provocador de la obra de su maestro, su rigor, su carácter personal e inconfundible y su perenne espíritu a contra corriente.

Pedro de Oraá, a su vez, señalaba en el mismo catálogo: “Quizá como ningún otro escultor en nuestro país, quizá el único, ha comprendido Osneldo García esa urgencia de animación en la escultura para revelar el signo de la época, entre las experimentaciones plásticas que lo expresan y cuyo mayor logro ha sido el cinetismo (…). El cuerpo comunica en su desafiante desnudez toda la potencialidad de su ánima a la tela exánime y la vivifica, la convierte en formas. Es la exaltación suprema de La Forma, libre en su continente pues es suyo el espacio, interior y exterior, el Espacio. El artista ha devuelto a la escultura su esencia antropomórfica. La escultura gestualiza, danza, ya es el Hombre”. Esto, dicho por un reconstructor del espacio como Pedro de Oraá, maestro continental del abstraccionismo geométrico, además de estudioso y crítico de arte con profundos análisis del arte cubano, tiene una connotación mayor. Madera, metales, piedra, telas, cualquier material era utilizable por el maestro Osneldo.

Aquella muestra de 2004, Sexinética, descubrió para muchos a un artista extraordinario y confirmó, para otros, su enorme y demostrada valía. Lo cierto es que Osneldo García es un artista que sobrepasó todos los límites de tradicionalidad en la escultura cubana, los rebasó y además lo hizo con talento e imaginación. Fue un experimentador que rompió todos los moldes que quiso y estableció nuevos horizontes creativos propios. También es innegable que su percepción del erotismo significó un aporte en el arte tridimensional y esa muestra sirvió para tomarle el pulso a esa vertiente temática fundamental de su obra.

El arte cubano del siglo XX tuvo en Carlos Enríquez, Wifredo Lam, Umberto Peña, entre otros, a varios cultores de lo erótico, pero en la escultura no había existido (salvo el maestro mayor, Agustín Cárdenas, desde su peculiar súper síntesis de las formas, aunque tampoco lo erótico fue su rasgo definidor), un artista que hiciera del erotismo su tema central. Si en Cárdenas la herencia africana, hibridada con los códigos europeos del arte, modeló una manera muy particular del erotismo de las curvas femeninas, en Osneldo la concepción erótica le venía de su origen campesino y de sus andaduras por el arte internacional en los sesenta y setenta, pero sobre todo de lo primero.

En su trabajo en las piezas de cobre forjado hay un erotismo frontal, directo, sin muchas sugerencias visuales: nalgas exultantes, cópulas vistas sin eufemismos, sexo puro y duro; en cambio, en las telas fue donde encontró Osneldo esa veladura necesaria al buen sentido sugerente de la sensualidad. No se encontraba descaminado Pedro de Oraá en el texto ya citado. En las piezas de telas, cinéticas la mayoría, Osneldo encontró una nueva manera de recrear su potente erotismo.

 

Creo que en el tiempo que nos conocimos, ya hace más de veinte años, sostuvimos diversas conversaciones sobre lo erótico, sobre todo en un viaje a Varadero, en 2004, para encontrar una de sus esculturas en piedra que él suponía, con razón, que estaba descuidada en el hotel donde adornaba uno de sus jardines. Ese día lo pasamos conversando sobre las concepciones de lo erótico (Octavio Paz, Agustín Cárdenas, Lam, Enríquez, et al) y me percaté de que, a la par de sus diversas lecturas, el tema era, estructuralmente hablando, una de las obsesiones del artista. El erotismo era, es, orgánicamente, su tema.


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