Entre el hombre, su imagen y la Historia / Por: Rafael Acosta de Arriba


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Palabras pronunciadas en la presentación del volumen El camino de la desobediencia, de Evelio Traba, efectuada en la mañana de hoy en el Aula Magna del Colegio Universitario de San Gerónimo de La Habana.

 

Presentamos hoy un libro, El camino de la desobediencia, de Evelio Traba, joven narrador con dos textos anteriores, La Concordia, y El ritual de las cabezas perpetuas, también en los terrenos de la novela histórica y ambos premiados en importantes concursos. Cuando lo prologué, estuve consciente de que sería un título imprescindible para la actual narrativa cubana y, cada vez que pasan los días y regreso en ocasiones a algunas de sus páginas, me siento más seguro de aquella primera impresión. Traba nos ofrece un Céspedes, el suyo, pleno de originalidad, totalmente creíble. Esta novela biográfica discurre entre el soporte seguro del rigor investigativo y la expandida y rica imaginación del autor, bayamés por más señas.

Los biógrafos escriben vidas, tal como afirmó el estudioso del género biográfico León Edel. Los novelistas también. Sin embargo, entre el biógrafo profesional y el novelista pueden existir distancias y lejanías considerables. Traba se ha conducido según el axioma del escritor Abel Posse, cuando expresó que el novelista debía colarse por las grietas y los silencios que dejaba la historia. En El camino de la desobediencia, el autor se atuvo con suma seriedad a los hechos conocidos y refrendados por la historiografía en cuanto a la vida del iniciador de las guerras por la independencia de Cuba durante el siglo XIX. Esos vacíos, bien rellenados como es el caso, son la sal de las biografías, el territorio donde maniobra el autor con su talento para acercarnos a la naturaleza íntima de su objeto de estudio, zona en la que, por demás, se funden los detalles nimios y corrientes con los destellos de la epopeya.

Pero estoy hablando de una novela y ante ella se expande el territorio infinito de la literatura, la historia queda aquí como el marco referencial, ese ámbito que solo algunos conocen; el libro anda suelto y libre pues, por los territorios de la escritura, a pesar o además de la historia. Es, digámoslo de una vez, una construcción autónoma con vasos comunicantes con lo histórico.

Una pregunta, entre muchas, surge al lector cuando recorre el libro de principio a fin:                                                          

¿En qué momento, en qué bifurcación, se traza irremediablemente un destino personal? Para Traba, la respuesta parece estar, en el caso de Carlos Manuel de Céspedes, en la conjunción de dos elementos biográficos y una edad, los veintitrés años. La novela dedica una parte importante de su contenido a la etapa de formación y juventud del gran bayamés, en la comprensión de marcar y describir con precisión el camino hacia la desobediencia total o ruptura de octubre de 1868, encarnada por él. Unas supuestas, en realidad falsas memorias, escritas por Céspedes, son el vehículo que le permite narrar en primera persona los avatares de su vida, mientras unas viñetas o textos cortos intercalados, van salpicando la narración de principio a fin con testimonios de enemigos, ex amantes y otros hombres que se relacionaron con él.

Esos dos elementos explican, según el autor, la posición de rebeldía que lo distinguió. A saber: la cultura adquirida, en primer término, y la constatación de las iniquidades del régimen colonial español para con los cubanos, en segundo lugar. De la primera no hay mucho que agregar, se sabe que Céspedes fue políglota, que se doctoró en Derecho con notas sobresalientes (completados esos estudios en España) y que sus lecturas fueron las más avanzadas para su época (Rousseau, Milton, Kant, Comte, Novalis, Leibniz, entre otros), lo que indudablemente contribuyó a elevar su capacidad de análisis sobre la retrógrada situación colonial cubana (una isla de plantaciones de azúcar con dotaciones de esclavos), a la vez que adscribirse al liberalismo radical y a la masonería más libertaria de su tiempo. La comparación que estableció Céspedes entre las sociedades que visitó en Europa, una vez terminados sus estudios, y la rígida colonia esclavista que era su patria, debió influir notablemente en su formación y eso lo sugiere la novela de manera inteligente.

El otro elemento es complementario del anterior. El período de choques violentos del joven Céspedes con el sistema represor de la colonia, situación que se acrecentaba más aún en los gobiernos provinciales, le ocasionó numerosos castigos, destierros y prisiones a lo largo de los años. Fue tal el cúmulo de esos maltratos en la persona de Céspedes que cuando se reunieron los jefes de partidas locales, en 1867, en San Miguel del Rompe, una finca de las Tunas, para encausar definitivamente la conspiración independentista, hecho relatado en la novela, es Carlos Manuel de Céspedes, entre todos los complotados, el que reunía el expediente más abultado de enfrentamientos con las autoridades.

La novela permite apreciar la evolución ideológica de Céspedes, desde su temprano despertar hasta la configuración de un agudo pensamiento crítico. El autor, incluso pone a Céspedes en contacto con Flora Tristán, dato no confirmado hasta hoy, pero licencia narrativa absolutamente válida por posible. Sin embargo, el libro no enfatiza demasiado en el hombre político, sino que centra su atención en su interacción con los otros, familiares y amigos principalmente. En este plano, es sumamente revelador el tratamiento que hace de la conflictiva relación con su padre, una de las subtramas mejor logradas, a mi juicio. Decía Fernando Pessoa que en las páginas de algunos libros se encontraban personajes más vivos y reales que muchas personas que caminaban por las calles de cualquier ciudad, y Céspedes y su padre, se ajustan perfectamente a esa observación del poeta lusitano. A ello contribuye igualmente la manera en que el autor presenta las relaciones del protagonista con las mujeres, otra de las facetas mejor elaboradas del libro. Se conoce por testimonios de sus coetáneos que Céspedes fue un amante persistente, un Casanovas, y la prosa de Traba nos revela esta faceta con elegancia y naturalidad. Es probable que las descripciones de los momentos amorosos entre Céspedes y Carmita, su primera esposa, o los eróticos encuentros con Candelaria Acosta (Cambula), su relación amorosa subsiguiente, sean de los instantes más inspirados y poéticos de El camino de la desobediencia.

Merece atención el balance que la novela realiza sobre la numerosa familia Céspedes al poner de relieve los lazos internos entre aquellos varones cultos y orgullosos y las refinadas damas que integraron el clan. El matrimonio de Carlos Manuel y Carmita, primos dobles entre sí, revela que esas relaciones eran muy cerradas. No sobra apuntar la importancia de estos grupos familiares en el detonar y primeros años de la guerra de 1868. Su aporte fue fundamental. Y su sacrificio también. Del clan Céspedes murieron una veintena de sus miembros durante la contienda. Dichas agrupaciones familiares constituyeron el núcleo duro del regionalismo que a la larga minó la unidad de los patriotas y que, después de la deposición de Céspedes de la presidencia, condujo a la derrota final de las fuerzas independentistas.

La figura de Céspedes ha atraído a numerosos intelectuales y pensadores cubanos, tal es su imantación poderosa como personaje de la historia. Jorge Mañach, Gastón Baquero, Hortensia Pichardo, Julio Le Riverend, Manuel Moreno Fraginals, Francisco Pérez Guzmán, Eliseo Diego, Cintio Vitier, José Lezama Lima, Fina García Marruz, Jorge Ibarra Cuesta y Eusebio Leal, entre los considerados clásicos y autores de generaciones posteriores como Joel James, Oscar Loyola y Víctor Fowler, entre otros, escribieron poemas, ensayos y libros que prolongan ese consenso legitimador de la figura de Céspedes en nuestra historia.                                                  

Leal maneja una frase que puede ser clave en esta ponderación unánime, en varias ocasiones le ha llamado “la piedra angular” de nuestra historia. Y tiene razón, lo es indudablemente. No olvidemos que Carlos Manuel de Céspedes fue un surtidor de signos para la nación cubana: masón, liberal, primer abolicionista, devoto de la virgen de la Caridad del Cobre, fundador de una república a la par que iniciador de la guerra de liberación. Con razón hay que buscar en él el inicio del ideal ciudadano en Cuba.                                                    

¿Cómo entrar en la mente del hombre que es un mito? ¿Cómo acceder a sus interioridades y vida afectiva y salir airoso en el empeño? Traba no se amilanó ante esas preguntas, trabajó durante años, leyó, preguntó, reemplazó críticamente una tras otra las distintas versiones del texto que salían de sus manos, trató a las palabras como un entomólogo, según pedía Vladimir Nabokov, y exprimió la tradición oral aún viva en su Bayamo natal. No es menos cierto que había antecedentes ilustres tanto en la literatura universal como en la cubana, que le sirvieron de modelo y reto. El paradigma más alto está en las dos novelas históricas de Margarita Yourcenar: Memorias de Adriano y Opus Nigrum.

A estos desafíos se sumaron la personalidad complejísima de Carlos Manuel de Céspedes, un enigma inclusive para muchos de sus estudiosos, y lo turbulento del momento histórico en el que se movieron diversas fuerzas de ideas al unísono: independentismo, reformismo, autonomismo y anexionismo. Nada de esto detuvo el empeño intelectual de Traba, quien se lanzó a la prueba irrecusable (como diría Lezama Lima). Nuestro autor caminó con soltura por la mente aristocrática del prócer, lo situó ante el descubrimiento del sexo y de la muerte cuando era un adolescente, lo puso a reflexionar metafísicamente sobre la vida, lo colocó en los dilemas de la violencia, así como lo ve en las contraposiciones con su padre, en los engorrosos y agónicos instantes de producir el levantamiento armado, y todo ello lo realiza al tiempo que ofrece un verdadero fresco del siglo XIX cubano, así como de la Europa visitada por Céspedes durante el largo periplo posterior a sus estudios universitarios.                                                            

Esta historia de vida se despliega con una prosa exuberante que pretende de algún modo evocar las formas de hablar de la época. La riqueza de su vocabulario es verdaderamente apreciable. Asombra la capacidad descriptiva de Traba, a veces sobreabundante, y se revela como un narrador capaz de articular con claridad la más compleja de las descripciones.

El hombre dependiente de lo onírico, el seductor de mujeres, el político en ciernes, el ser que llega a asquearse con la crueldad de la esclavitud y siente que Cuba independiente es incompatible con la Cuba esclavista, todo ello aparece en estas páginas con brillo y estilo literario. No hay panfleto, solo imaginación, o como el mismo autor dice: “la memoria es lente de invención y maravilla”. Al final del libro suceden las imágenes de la mañana del 10 de octubre y la dramática muerte de Céspedes, en solitario, batido valientemente a tiros con una columna élite del ejército español en el recóndito San Lorenzo; ambos sucesos son manejados con brillantez por el autor, quizás sean los mejores momentos de una narración trabajada con esmero de principio a fin.

Siento hoy en esta sala la presencia del padre Carlos Manuel de Céspedes García Menocal, el tataranieto del prócer. Estoy seguro de que hubiese disfrutado enormemente esta presentación y se hubiese convertido, inexorablemente, en uno de los más fieles lectores de la novela. Para él, nuestro cariñoso recuerdo y evocación.

No puedo dejar de reconocer el trabajo de Ediciones Boloña, la belleza del volumen, la rapidez con que trabajaron la edición del libro y el celo puesto para que estuviese listo para el 10 de octubre. Mario Cremata, editor y director de la editorial y Claudia Hernández, su diseñadora, jugaron un papel determinante en el producto final. También en este resultado fue determinante el conocido amor y pasión de Eusebio Leal por la figura de Céspedes, pues tan pronto leyó el contenido del libro, Leal decidió que tenía que existir una edición cubana.

Unas palabras finales. En El camino de la desobediencia aparece un Carlos Manuel de Céspedes que pondrá a todos los lectores a pensar, tal es el artilugio y la fascinación de la arquitectura y estrategia escritural de nuestro autor. Engancharnos en sus páginas, seguir la vida del bayamés hasta un final que ya se conoce, pero del que no queremos perdernos ni un matiz, son frutos de la probada capacidad narrativa de Evelio Traba. A dos años del bicentenario del Padre de la Patria, este libro se presenta como uno de los más auténticos homenajes a esa efeméride.

 

 

Rafael Acosta de Arriba,

La Habana, a 11 de octubre de 2017.


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