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Entre pasión por la historia y ataques piratas (II)


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Fotos cortesía del Equipo de Arqueología subacuática del Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de La Habana.

Explorar el mundo submarino podría ser el sueño de algunos, o la pesadilla de otros temerosos de los enigmas que encierra el mar. La arqueología subacuática requiere de disímiles parámetros para su práctica, por la destreza que exige y los riesgos que implica hallarse en un medio distinto. Entre los mencionados por el arqueólogo Antoni Fonolla Sánchez se encuentran conocer el entorno marino, dominar las técnicas de exploración subacuática, saber hacer películas, fotografía y dibujos bajo el mar, poseer un amplio caudal de conocimientos arqueológicos y haber obtenido las certificaciones de buceo necesarias. En definitiva, quienes se dedican a esta actividad mezclan sabiduría y preparación física, con una base de pasión y aventura.

Acerca de sus inicios en este universo y, más específicamente, del funcionamiento del grupo instruido en el patrimonio subacuático del Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, Roger Arrazcaeta Delgado, su director, expresa:

Algunos de nosotros hacíamos exploraciones desde los años 70. Nos habíamos preparado en el tema del buceo, habíamos leído. Se trataba, más bien, de una preparación autodidacta e investigación esporádica.

Pasó mucho tiempo antes de que formáramos un equipo dentro del gabinete, a lo cual contribuyó el descubrimiento del pecio Navegador, fragata española hundida en la costa norte de Santa Cruz del Norte, con un cargamento muy interesante de artículos ingleses de comercio a ser vendidos en La Habana. Eso facilitó que la dirección de la Oficina prestara mayor atención a este tipo de estudio, que entendiera la trascendencia de completar la visión del patrimonio urbano con la del subacuático.

Fonolla rememora que en el 2009 lograron formar un grupo compacto, y a través de varias ayudas, adquirir cierto equipamiento. Hoy el departamento está conformado por siete personas.

Me acerco a la arqueología subacuática a raíz de una necesidad del antiguo CENCREM de cubrir esa parte del patrimonio nacional, que tenía un vacío. Como soy buzo, con las certificaciones requeridas, participé en un curso realizado en el 2008 en la ciudad de Campeche, México, auspiciado por la Unesco y la Oficina de la Convención para la Protección del Patrimonio Cultural Subacuático de la Unesco.

Así comienza la incursión de Daniel Etayo en la historia sumergida. Su formación se completó en la ciudad de Cartagena, España. Único cubano seleccionado en esa ocasión, tuvo la oportunidad de excavar, junto a otros profesionales, en un pecio romano.

A pesar de su apego a la investigación subacuática, la mayoría de sus proyectos se incluyen en la arqueología terrestre. No obstante no existir las condiciones ideales en el país, subraya su interés en explorar más en la primera. ¿El porqué?

La construcción naval en épocas pasadas era como hacer una nave espacial o un avión en tiempos actuales. En ella estaba puesta toda la tecnología del hombre de aquella etapa. Toda esa información se pierde si no se conservan los restos de las obras, o si solo se va tras las piedras preciosas que algunas guardan dentro.

Rescate del olvido

La primera meta y mayor anhelo de todo arqueólogo es ser protagonista de un hallazgo. En cuanto a los posibles caminos para llegar a los tesoros históricos en el fondo del mar, Antoni Fonolla sugiere:

Normalmente averiguamos dónde hay un barco hundido a través de los archivos. Otra forma es ir directamente a los pescadores, quienes ven muchas cosas cuando están buceando y manejan más información que los investigadores. Debemos conseguir su confianza, pues al inicio se esconden de nosotros confundiéndonos con inspectores o viéndonos como competencia. Estamos trabajando por ahora con la segunda y nos da resultado.

En tanto, Etayo describe:

Hay dos formas de acercarse a un pecio. Uno es realizar primero la investigación e ir luego en busca de los restos en el lugar que ilustran los documentos. El otro recorrido es a la inversa, primero la persona encuentra el pecio, lo conoce y después busca la información. Muchas veces es encontrado casualmente por pescadores. El proceso investigativo va contando la historia de la embarcación.

Si decides excavar, el costo es muy elevado, y para el caso de Cuba es casi inaccesible. Conlleva tener buzos, embarcación, y todo el operativo y los materiales necesarios. Luego, sacarlo a la superficie implica un riesgo tremendo para la preservación. Ahora mismo pienso que lo mejor es documentar lo más precisamente posible el pecio, rescatar lo que se pueda y dejar los restos en el lugar, pues una gran excavación no es viable para las circunstancias de Cuba, no existen las condiciones para el almacenamiento y la exposición. No hay garantía, por tanto es mejor sugerir la conservación in situ.

La tecnología ha alcanzado un gran avance y permite tener información, conocimiento de muchas cosas sin tener que tocarlas; lo que se puede usar con los pecios.

Una vez extraídas las piezas con las precauciones imprescindibles para no destruir el patrimonio, “lo primero es la desalinización. El proceso puede durar años. Se introducen en agua destilada, cambiada cada cierto tiempo. Después si la pieza tiene un buen estado de conservación no necesita nada más, y si no, requiere una limpieza mecánica. Esos pasos se siguen para la losa, pero los metales son sometidos a electrólisis”, explica Arrazcaeta.

Piratas de hoy

Según Fonolla Sánchez, en Cuba —como en el resto del mundo—, hay personas sin escrúpulos, la mayoría pescadores submarinos que saquean el patrimonio subacuático. A ellos se suman los comerciantes de tales piezas quienes, a la larga, obtienen las mayores sumas de dinero.

Cuando ven algo raro, bajan, arrancan todo lo que puedan y lo sacan, y aceleran la destrucción del pecio. Sabemos que hay un mercado interno, en el país, de objetos antiguos, no ya de valor, sino platos, jarras, vasos, y hay un comercio muy oculto. Ante esto urge crear leyes de acuerdo a la Convención del 2001 de la Unesco. Cuba está en ese proceso.

Igualmente las leyendas populares alimentan el pillaje: “Hemos visto casos en los que las personas piensan que los piratas ponían los tesoros dentro de los cañones, y por eso los han roto por la mitad, buscando”.

Para hacer un llamado de conciencia sobre la importancia del patrimonio subacuático y la necesidad de su conservación, los investigadores aprovechan las herramientas que la comunicación pone en sus manos.

“Este año, por ejemplo, hicimos un ciclo de cine arqueológico subacuático, para que el público vea realmente qué es la arqueología subacuática”, afirma  Fonolla.

Ahora mismo, en los talleres de verano que hacemos con los niños, tenemos pensado llevarlos a un pecio llamado Ramón Rojas, en Santa Cruz del Norte, muy cerca de la orilla. Crearemos las condiciones.

Cada vez que hacemos un trabajo de valor, lo damos a conocer por la prensa, tanto la radial como la televisiva. Queda mucho por hacer. Estamos convencidos de que la divulgación es muy importante, pero esa no es una labor solamente de nosotros, sino de más personas. Necesitamos más apoyo del Estado, y así cumplir con la Convención de la Unesco, de la cual Cuba es firmante, alega Arrazcaeta.


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