Alexis Cardona Castillo, ese santiaguero de vida azarosa que se convirtió de la noche a la mañana de milagrero a artesano, como cierto periodista aseverara, llegó a la Habana en el 2007 para asentarse y plantó bandera en un humilde barrio en las afueras de la Habana que dan en llamar La Colonia, un nombre que no muchos conocen —y quien sabrá ni por qué se lo otorgaron.
Por acá anda Alexis. Que ahora se da en llamar Simaron, como artista, pero altera la gramática para su firma y entonces dice: “pa´que pregunten”, mientras sonríe enigmático. A veces deambula por la ciudad, saludando gente acá y allá, pues le encanta conversar y conocer. Dice se conoce al dedillo su Cuba, de cuando joven fue a colocar plantas eléctricas para bombear agua en lugares intrincados de las sierras y los montes. Creo de ahí, si no de su propio mundo o de su propia infancia viajando por las montañas de Santiago, se apropió de la sabiduría guajira de que hace uso muchas veces en su diálogos con giros y cadencias abiertas, que el interlocutor a veces no sabe si pregunta, si te dice o te hace pensar con sus medias palabras.
No puede explicar —nos comenta— cómo es que salen sus propias creaciones, dice que pareciera ser un guía espiritual, pues a veces es como si le obligaran internamente a crear un rostro en la madera, que grita por salir. Así de difícil de comprender han sido los cambios de su vida personal y profesional. Como cuando nadie entendía hace casi 20 años atrás por qué ese joven dejaba su cargo de inspector de la Empresa Eléctrica visitando todo el país por quedarse en Ciego de Ávila en un simple oficio de electricista; ni cómo tampoco comprendieron por qué de pronto dejó la electricidad para comenzar a esculpir maderas y convertirlas en piezas de cierto acabado; ni cómo él mismo quedó “atrapado” en el mundo del arte cuando en aquella Feria de Arte Popular en la que participaba sin mucha fe para mostrar sus “muñecos” —una instalación de varias decenas de piezas en la que representaba la vida en un ingenio azucarero— logró captar la atención de todos los especialistas y le fue otorgada su condición de artista independiente y su obra quedó en la colección del Museo Provincial de Ciego de Ávila.
Es nuestro Simaron un artista intuitivo que evoca la magia de la tierra en cada una de sus creaciones. Nos ofrece una obra que se conecta con lo ancestral y devuelve puro el espíritu de la auténtica tradición de Cuba. Y es que el cimarronaje, la ruta del esclavo, el tema negro, la deuda africana son sus motivos recurrentes.
Pero si el tema y los personajes no varían, sí lo hacen sus múltiples formatos y materiales. Por ello encontramos instalaciones, esculturas, pinturas, xilografías, lienzos; puede usar acrílicos, tintas, maderas, metales y otros materiales a veces inusuales e insospechados; pero cada obra es auténtica, diferente, única.
Sin dudas el de Simaron, es un arte de resistencia que refleja casi de manera expresionista en ocasiones, el desgarramiento de los pueblos que fueron conformando al etnos de Cuba.
Lo que más caracteriza su obra son las esculturas de madera. Vívidas, de profundo humanismo, sorprenden por su fuerza y vitalidad. Más de 500 rostros diferentes, imposibles de repetir. Piezas que se tornan nuevas a voluntad del público, pues al ser ensambladas tienen la capacidad de variar su gestualidad amplificando así su dinamismo y expresividad. No son piezas edulcoradas, sino realistas, trazos duros, a cuchilla limpia o quema. Maderas de diversos tonos, oscuras y claras mezcladas, a veces como la piel desnuda, a veces representando el vestido, otras un accesorio de tela como un pañuelo, un sombrero. Rostros vivos, ojos agudos, bocas que claman o reclaman tanto que puede esperarse un sonido emerger desde ellas. Pies y manos esculpidos de manera singular buscan la belleza de lo rústico, de lo extraordinario, cuanto más valioso como que es salido de sus manos y de los instrumentos fabricados por él mismo.
Sin embargo no falta en su quehacer ese ingenuo humor criollo que convierte en estampas costumbristas caprichosas posturas, situaciones y expresiones de las figuras. Luego del tiempo, nuestro artista ha encontrado un nuevo modo de expresión en la pintura. No solo no escatima en usar cuanto color pase por su mano sino que utiliza el café, cuando recién termina su trago, para que emerja con matices inimaginables en la gama de los ocres un espectacular paisaje donde sus personajes, los de siempre, aparecen plenos de acción y movimiento, vivos y entusiastas.
A este punto ya mi trabajo devendría en una suerte de búsqueda antropológica porque me cautivan los nexos del trabajo de Alexis con el mundo de nuestros ancestros africanos, con el universo rural y negro, con la ingenua sencillez de un trazo naif de quien nunca pasó escuelas de arte y se sorprendió a sí mismo en esta labor a los 35 años de su vida. Y sigue la cuerda antropológica porque surgió su arte allá cuando tomaba contacto con los Bateyes de Baraguá, Ciego de Ávila, ese tremendo nicho de significación cultural en Cuba; y porque no puedo apartarme del hecho de que donde hoy radica le llaman La Colonia y es una pequeña comunidad casi detenida en el tiempo, con una complicada red de caminos sin asfaltar y donde viven las personas como a veces nos sorprenden en la extrema pobreza de un “llega y pon” y allí fue precisamente el lugar donde Alexis, llevado sin duda por las circunstancias, encontró para vivir y continuar haciendo su obra, sin ataduras, sin complicaciones, como un cimarrón que busca su camino hacia lo que le hace más feliz, siempre en libertad.
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