Esa fuente formativa llamada ENA


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El tiempo transcurrido desde el instante de alumbramiento fundacional que transformó al aristocrático Country Club de La Habana en ámbito de estudios y convivencia para formar a niños y jóvenes en distintas manifestaciones de la creación e interpretación artísticas, ha demostrado la trascendental valía de aquel acontecimiento.

Fue en 1962 cuando echó a caminar un proyecto anunciado en el año anterior –durante la reunión de la Dirección del Gobierno Revolucionario con escritores y artistas en la Biblioteca Nacional–, que ha sido de los más fructíferos de los últimos 60 años de construcción cultural: la apertura de la Escuela Nacional de Arte (ENA). De los cinco centros docentes que la integraron (Música, Danza moderna, Artes escénicas, Ballet y Artes plásticas), conectados como «vasos comunicantes», en el primero y segundo decenios de su existencia emergió un considerable número de creadores con resultados valiosos; e igualmente surgió el grueso de profesores en esas disciplinas de una extraordinaria cruzada encarnada en la Enseñanza Artística Cubana de los últimos cinco decenios.

Fueron tres entonces jóvenes guerrilleros triunfantes: Fidel, Che y Celia, quienes coincidieron en la idea de establecer allí «una ciudad del arte». De ahí que después de la Campaña de Alfabetización arribaran al Reparto Cubanacán alfabetizadores y enviados por la Dirección de Cultura del Ejército Rebelde, que conformaron en 1962 el primer grupo de educandos del complejo ENA. El propósito era abrir un campo vocacional integral de educación para todo el que contara con aptitudes, en función de un nuevo movimiento profesional en las artes, portador del sentido humanista de la transformación social emprendida. Un conversatorio entre Carlos Rafael Rodríguez y la masa estudiantil del lugar, publicado luego por el Instituto Cubano del Libro con título El arte y la Revolución, definió en el segundo lustro de los 60 cuestiones primordiales sobre la conjunción de creatividad, libertad y responsabilidad, que animaba a esa novel entidad.

Se trataba de un hábitat común de vida, estudios e intercomunicación de los imaginarios disímiles, capaz de fundir tradiciones locales de aprendizaje de las distintas manifestaciones artísticas con vectores universales de renovación, diversidad expresiva y pensamiento pedagógico especializado en lo estético, inherentes al mundo moderno. Quienes arribamos a estudiar en la Escuela Nacional de Arte en 1965 hallamos un centro con plurales programas de estudio y un enfoque complementario en pos de diseñar a un artista informado, avanzado, cívico, patriótico y solidario.

Tanto los pocos integrantes que quedan de los claustros fundacionales, como los alumnos de esa etapa primera, podemos dar fe de la riqueza de aquel panorama gestor del saber y la imaginación, orientado a una necesaria diferenciación armonizada de las individualidades.

La Dirección de Enseñanza Artística del Consejo Nacional de Cultura cuidaba la poliformidad de los métodos de enseñar, así como esa permanente conexión de la ENA con las prácticas artísticas del país e internacionales en cambios; e igualmente convertía sus planes docentes en guías para remodelar la pedagogía de las artes en toda Cuba. De hecho, la ENA –cuya categoría era la más alta en su esfera educacional– se convirtió en fuente de un aprendizaje a tono con la modernidad, la relación productiva entre lo estético y lo histórico, y la posibilidad de nutrirnos de encrucijadas evolutivas de las artes visuales, sonoras, corporales y escénicas. Sus aportes devendrían plataforma para los Encuentros Latinoamericanos de Enseñanza Artística desplegados en las décadas de los 70 y los 80; y asimismo paradigmas para escuelas de arte de otras naciones; a la vez que sirvieron desde 1976 al Instituto Superior de Arte de Cuba, que contaría con miembros de los claustros y artistas-profesores provenientes de las cinco escuelas nacionales de arte.

Si asumimos como ejemplo revelador del tiempo de génesis de esa magna institución a la Escuela de Artes plásticas, veremos que en ella se amalgamaron principios universales de la Bauhaus, Torres García, la gráfica polaca, el grabado alemán y mexicano, así como de la norteamericana The Art Students League. También se asumieron recursos de operatorias surrealistas, expresionistas e informalistas, además de beberse en el Arte Concreto y el Pop Art. E igualmente participaron de sus didácticas las perspectivas personales de importantes artistas cubanos y foráneos, convertidos en singulares profesores de Escultura, Grabado y Pintura. De ellos nombremos a Martínez Pedro, Darié, Antonia Eiriz, Servando, Adigio, Beltrán, Jamís, Rigol, Lesbia, Moret, Yanes, Masiques, Fernando Luis, Sergio Martínez y Armando Fernández. Completaban ese claustro inicial el cartelista polaco Selenik, un diseñador alemán formado en la Bahaus, el ceramista italiano Carlo Ferri y el grabador-ceramista peruano Francisco Espinoza Dueñas. Sin que faltaran los talleres ofrecidos por Roberto Matta y Antonio Saura.

Aunque no debe olvidarse que esa escuela de plástica mantuvo su actividad en la década de los 70, con cambios de los maestros que incorporaron a Osneldo, Antigua, Antonio Vidal y Abela Alonso; e igual a egresados de ese centro de finales de los 60 y el primer quinquenio de los 701.

Son numerosísimos los nombres del arte cubano que pasaron por sus espacios de aprendizaje, entre ellos, algunos que luego estudiarían en la Facultad de Artes Plásticas del ISA, fundada con orientaciones pedagógicas de asesores soviéticos academicistas, quienes no entendían la modernidad evolutiva del arte cubano e influyeron en el descenso del nivel docente adjudicado a la Escuela de Artes Plásticas de Cubanacán. Fue así que, al igualarse esta en rango con la escuela provincial San Alejandro, surgida como Academia desde 1818, quedaría esta última en calidad de único plantel habanero de estudios para la enseñanza en cuestión, lo que provocó la extinción artificial de su parigual especialidad de la ENA.

Algo semejante sucedió con el resto de las especialidades que se articulaban en la Escuela Nacional de Arte, aunque estas sí han permanecido hasta el presente.

En Música se partió de un terreno abonado por la enseñanza clásica, y se asumieron a la par alternativas de aprendizaje del arte de los sonidos del siglo XX. La Escuela de Artes Dramáticas se sustentó en una suma de saberes de siglos precedentes, completados por concepciones de Stanislavsky, Brecht, Grotowsky y otros; aunque siempre mediante la experiencia individual de directores, actores y técnicos del hacer escénico de nuestra capital. Danza Moderna contó con mixtificado magisterio del baile y la expresión corporal, que integró variantes pedagógico-danzarias derivadas de Marta Graham, Isadora Duncan, Maurice Béjart y el cubano Ramiro Guerra. Los dos Alonso y Alicia renovaron el código balletístico criollo con nuevos ejercicios de clase y métodos formativos que imprimirían dinamismo e identidad al correspondiente centro de estudios.

Haber sido parte sustancial de un proceso revolucionario con múltiples siembras institucionales en bien de la espiritualidad de la nación; y proponerse como norma desarrollar talentos que optaran por ensoñaciones de servicio y una consecuente ampliación de los lenguajes del arte del país, le otorgan a la ENA indiscutible sitial de desempeño vital y trascendencia dentro del tronco fecundante de nuestra cultura.

1 Algunos de esos nuevos profesores de entonces fueron: Luis Miguel Valdés, Roberto Pandolfi, Nelson Domínguez, Eduardo Roca (Choco), Ernesto García Peña, José Villa, Tomás Sánchez, René Negrín, Enrique Angulo, Juan Quintanilla, Rafael Paneca, Hortensia Peramo y Manuel López Oliva.

Foto: José M. Correa


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